domingo, 20 de diciembre de 2020

En defensa del Latín y del Griego

 

Nos impartían unos rudimentos básicos de gramática y traducíamos cosas muy sencillas. Aún recuerdo alguna declinación y conjugo aún de memoria cierto tiempo de verbo (amo, amas, amat, amamus, amatis, amant). Incluso guardo en la memoria aquella  frase "Mater tua mala burra est", cuya equívoca traducción daba lugar a algún que otro chascarrillo. Fue cuando yo contaba 13 y 14 años, en aquel antiguo bachillerato de seis cursos más el Cou. Como en 5° tomé el camino de las Ciencias, dejé de tener noticia de los nominativos, genitivos, dativos y ablativos  de la rosa y del lupus y mis horas de estudio se llenaron de átomos, moléculas y velocidades angulares. Esa fue mi humilde  inmersión lingüística en nuestra lengua madre, llamada lengua muerta hoy en día pero que pervive a través de sus hijas (Que ahora parecen renegar de ella).


 Escucho, leo y me llegan noticias de que el latín y el griego van a desaparecer de los planes de estudios. Considero que estamos entonces ante un inmenso error. Si así fuera, esos saberes primordiales, (de los que arranca toda la civilización occidental, todo lo que somos -aunque no seamos conscientes de ello-),  quedarían sepultados bajo la pesada losa del olvido. Al final, si nadie lo remedia,  sucederá que los conocimientos sobre estas lenguas fundacionales que dieron lugar a nuestra actual identidad cultural (nada más  y nada menos) serán como esos restos arqueológicos enterrados por las arenas del desierto que se borraron para siempre de la memoria del mundo.


 Desde los cantos de la cofradía de los hermanos Arvales, que se pierde en la noche de los tiempos, entonados en un latín primigenio, (hablamos quizá del siglo VIII, a.C.) hasta los Tertuliano, San Juan Damasceno, San Agustín, etc, -escritores de las postrimerías de esta lengua-, pasando por la época dorada (César, Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio, etc.) el corpus literario generado es inmenso. Lo mismo sucedería si hablamos del griego. La narrativa más legendaria que da cuenta de Odiseo y otros héroes de su cuerda, la filosofía, el pensamiento,  los mitos que marcan nuestra civilización,  todo se formuló en la lengua de Homero. El área de influencia del griego se extendió por todo el Mediterráneo oriental durante siglos. En la Palestina de Jesús, este idioma era la lengua franca en la que se podían  entender los gobernantes romanos con los representantes del pueblo judío. El mismo Jesucristo habría usado el griego en su comparecencia ante Poncio Pilato, sin entrar a valorar la mayor o menor dosis historicista de este hecho.





 Los profetas más lacrimógenos del Antiguo Testamento se lamentaban amargamente de la progresiva helenización de buena parte de la masa social hebrea; las modas, los nombres, las costumbres, la influencia de lo helénico era irresistible sobre todo el Levante mediterráneo, gentes de todas las procedencias usaban el griego como lengua de comunicación al margen de las suyas propias o autóctonas.
 El latín por su parte, tras su lenta transformación en las lenguas romances durante la Edad Media, continuó siendo el idioma oficial de todas las manifestaciones cultas, desde las religiosas a las científicas. Todos los ritos, la liturgia y los documentos de la Iglesia -que fue, para bien o para mal, el único elemento  vertebrador de la sociedad en los oscuros (o no tanto) siglos medievales- se expresaban en latín. Sigue siendo la lengua oficial del Estado Vaticano y por eso, en 1982, el entonces alcalde de la Movida madrileña, Enrique Tierno Galván, demostrando su gran erudición, se dirigió en latín al Papa Juan Pablo II en la visita oficial que éste realizó a la capital de España.
 Por otra parte, en 1687 había que seguir conociendo esta lengua para leer la primera edición original del considerado como texto más importante de la historia de la ciencia,   por lo que tenía de revelador y por la trascendental puerta de conocimiento que abría, el PHILOSOPHIAE NATURALIS PRINCIPIA MATHEMATICA de Isaac Newton.
 Y habrá que recordar también que todos  los individuos que pueblan nuestro planeta, desde una bacteria a la ballena azul, tienen un nombre científico que se expresa en latín para definir su género y especie.  Una lengua muerta describiendo a los seres vivos.
 Yo recuerdo ahora los lejanos veranos de mi infancia y juventud en que entrabas al estanco o a la tienda de ultramarinos y veías algún cartel anunciador con la leyenda: "Se dan clases de latín. Razón tal y tal".  Ese profesor y ese alumno que en  aquellos estíos de hace décadas, en plena canícula,  se dedicaban a traducir fragmentos de  los "Comentarios de la Guerra de las Galias" quizá no eran conscientes de que humildemente, sin proponérselo,  mantenían encendida una llama del saber y del conocimiento que, si nada lo remedia,  se puede apagar con el tiempo, sumiendo al mundo en más oscuridad de la que ya hay.

(Mariano López-Acosta)

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