domingo, 29 de diciembre de 2019

"Indesinenter", un canto de libertad.




 “El agua, la tierra,
el aire, el fuego
son suyos,
si se arriesga de una vez
a ser el que es.”

 Ser uno mismo y no desertar nunca de la lucha por la propia dignidad. Morir de pie como un valiente antes que vivir de rodillas como un cobarde. Levantarse para caminar y entonces ser de una vez por todas el auténtico señor y dueño, el soberano de su propia vida. Elegir el camino difícil y apartado si ese es el precio a pagar para vivir con honor. Como Diógenes cuando como único deseo le pedía al poderoso jerarca, en vez de todas las riquezas imaginables, que se quitara de su vista porque le tapaba el sol, así el mantenerse firmes y no descomponer nunca la figura ante nadie; y aunque la fatalidad nos lleve en alguna ocasión a vernos cargados de cadenas, no perder jamás la mirada de hombres libres.
Todo esto, entre otras cosas, transmite para mí "Indesinenter", canción de Raimon  (Játiva, 1940) basada en un poema de Salvador Espriu  (Santa Coloma de Farners, Gerona, 1913-Barcelona,1985), grandísimo poeta español que escribió en lengua catalana.  El cantante valenciano consiguió desencriptar la música oculta que llevaban estos versos, de manera que ahora la melodía y la letra forman un todo indisoluble. No imagino ya esta obra sin las sonoras y exaltadas notas que le puso Raimon. Es un canto de liberación y sobrevuela muchos ámbitos que aprovechan su exégesis para proclamarse destinatarios de un mensaje tan noble y reivindicativo a la vez.
 Indisinenter” es una palabra latina que podría significar "sin detenerse", "incesantemente" y da título al poema perteneciente a la obra “Les cançons d’Ariadna” de 1949. Está dedicado como homenaje al doctor Jordi Rubió.

(Texto: Mariano López-Acosta)


INDESINENTER

 Nosotros sabíamos
de un único señor
y veíamos cómo
se volvía
can.
Envilecido por el vientre,
por el halago del vientre,
por el miedo,
se agacha bajo el látigo
con insensato olvido
de la razón
que tiene.
Roído, comido
de plagas,
sin parar lamía
la áspera mano
que le ha sujetado
desde tanto tiempo
en el barro.
Le habría sido
sencillo hacer
de su silencio muro
impenetrable, altísimo:
eligió
la gran vergüenza mansa
de los ladridos.
Nunca hemos podido,
sin embargo, desesperar
del viejo vencido
y elevamos en la noche
un canto a gritos,
pues las palabras rebosan
sentido.
El agua, la tierra,
el aire, el fuego
son suyos,
si se arriesga de una vez
a ser el que es.
Hará falta que diga
enseguida basta,
que quiera ahora
andar de nuevo,
erguido, sin reposo,
ya para siempre
hombre salvado en pueblo,
contra el viento.
Salvado en pueblo,
ya amo de todo,
no perro servil,
sino único señor.

(Traducción: Miquel Pujadó)


Nosaltres sabíem
d’un únic senyor
i vèiem com
esdevenia
gos.
Envilit pel ventre,
per l’afalac al ventre,
per la por,
s’ajup sota el fuet
amb foll oblit
de la raó
que té.
Arnat, menjat
de plagues,
aquest trist
número de baratilli,
saldo al circ
de la mort,
sense parar llepava
l’aspra mà
que l’ha fermat
des de tant temps
al fang.
Li hauria estat
senzill de fer
del seu silenci mur
impenetrable, altíssim:
va triar
la gran vergonya mansa
dels lladrucs.
Mai no hem pogut,
però, desesperar
del vell vençut
i elevem en la nit
un cant a crits,
car les paraules vessen
de sentit.
L’aigua, la terra,
l’aire, el foc
són seus,
si s’arrisca d’un cop
a ser qui és.
Caldrà que digui
de seguida prou,
que vulgui ara
caminar de nou,
alçat, sense repòs,
per sempre més
home salvat en poble,
contra el vent.
Salvat en poble,
ja l’amo de tot,
no gos mesell,
sinó l’únic senyor.

Nosaltres sabíem
d'un únic senyor
i vèiem com
esdevenia
gos.
Envilit pel ventre,
per l'afalac al ventre,
per la por,
s'ajup sota el fuet
amb foll oblit
de la raó
que té.
Arnat, menjat
de plagues,
sense parar llepava
l'aspra mà
que l'ha fermat
des de tant temps
al fang.
Li hauria estat
senzill de fer
del seu silenci mur
impenetrable, altíssim:
va triar
la gran vergonya mansa
dels lladrucs.
Mai no hem pogut,
però, desesperar
del vell vençut
i elevem en la nit
un cant a crits,
car les paraules vessen
de sentit.
L'aigua, la terra,
l'aire, el foc
són seus,
si s'arrisca d'un cop
a ser qui és.
Caldrà que digui
de seguida prou,
que vulgui ara
caminar de nou,
alçat, sense repòs,
per sempre més
home salvat en poble,
contra el vent.
Salvat en poble,
ja l'amo de tot,
no gos mesell,
sinó l'únic senyor.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Un viaje por el Espacio




En esta nave que es la Tierra viajamos todos juntos dando vueltas alrededor del sol. A éste le quedan todavía unos 5.000 millones de años antes de que se convierta -cuando se le acabe el combustible- en una gigante roja y nos engulla junto a Mercurio y Venus.
 El sol a su vez gira alrededor del centro de la Vía Láctea. Ésta, dentro del supercúmulo de Virgo, se dirige a una velocidad endiablada contra la galaxia de Andrómeda. Cuando choquen, que lo harán tarde o temprano, el espectáculo será grandioso. El supercúmulo de Virgo está englobado dentro del hipercúmulo de Laniakea donde habrá unas 100.000 galaxias. Todo este grupo (donde estamos nosotros), se dirige a unos 2 millones de kilómetros por hora hacia el misterioso Gran Atractor, anomalía gravitacional que, en un radio de 300 millones de años-luz, desquicia a cientos de miles de galaxias tirando de ellas como un potente imán.
 Mientras tanto, seguiremos esperando a que se forme gobierno, celebraremos la Nochevieja y jugaremos a la lotería del Niño.

(Texto: Mariano López-Acosta)

domingo, 22 de diciembre de 2019

Fórmula V. Una reivindicación de la música hortera y de la canción de verano.




En 1969 asistí con 12 años a una sesión matinal de domingo en el Cine Coy, acompañado de mi hermana y de un compañero de clase. La película se llamaba "A 45 revoluciones por minuto" y estaba dirigida por Pedro Lazaga. La recuerdo ahora muy vagamente. Aparecían en ella Juan Pardo, una cantante de la que no he vuelto a saber -Ivana se llamaba-, y los grupos musicales Los Ángeles y Fórmula V. Este último conjunto fue  quizás el auténtico reclamo que nos hizo acercarnos a esa proyección mañanera. Y es que por aquellos años sus canciones tenían un éxito tremendo. Ya habían publicado un álbum que terminó siendo lo mejor que han hecho en su dilatada carrera musical, con temas que ahora en la distancia se escuchan con agrado, nos provocan cierta sonrisa nostálgica y nos transportan a días de mucha inocencia.  En casa compramos una cassette con esas canciones. “Cuéntame”, Busca un amor, Tu amor, mi amor, La playa, el sol, el mar , el cielo y tú, Tengo tu amor... Esa fue una de las bandas sonoras de aquellos años en mi hogar. Recuerdo también una noche vieja en la tele en que estrenaron Cenicienta como primicia musical. Toda España, enchufada a una única cadena, pendiente de la voz del gran Paco Pastor, vocalista del grupo.
 Luego, poco a poco pasaron de ser un conjunto ye-yé a convertirse en los cultivadores de la canción de verano más de verano posible, sin complejos y a mucha honra, con himnos como Eva María, que fue la música de fondo de las pistas de los coches de choque.
¿Música menor, sin mayor importancia, para pasar buenos y desenfadados ratos en verano mientras tomábamos sangría en el chiringuito playero?  ¿Horterada simpática que a estas alturas cobra cierto prestigio por recubrirse con una pátina vintage hasta convertirse en horterada de culto? Todo pudiera ser. Pero digo yo ¿habrá recuerdos más gratos que aquellos que nos llevan a una verbena de playa en los primeros 70, escuchando música pachanguera, cuando nuestros problemas y preocupaciones eran de juguete y todavía teníamos tanto por vivir y por descubrir?
Los Formula V son ya historia de la música popular. Cuéntame es un himno intergeneracional que dio nombre a una serie de televisión que hizo historia donde se nos mostraba nuestro pasado de forma amable, sin hacer sangre. Y ese tema musical era su auténtico leitmotiv. Hay canciones suyas, algunas de los primeras en ser publicadas, que si las versionase ahora algún grupo cool nos sorprenderían quizá al manifestar calidades que tal vez  permanecen ocultas, enmascaradas tras  ciertos prejuicios. (Escuchad bien las dos canciones de este enlace y ya me contaréis).
Y es que cuando nos poníamos trascendentes tirábamos de cosas más serias, de calidad testada, que podíamos escuchar sin complejos. Eva Maria no es Mediterráneo ciertamente. Pero es parte de nuestra historia y quizás quede asociada a algún recuerdo que tal vez ahora, al evocarlo, nos arranque una sonrisa si estamos en un día gris.
 La vieja cinta de cassete se la dejé a un amigo y nunca más la recuperé. Ya no hay matinales en el Coy. Menos mal que nos queda YouTube.

(Texto: Mariano López-Acosta)

viernes, 20 de diciembre de 2019

Conversaciones en altamar



-¿No veis la grandeza de Dios en esta paz que nos depara el fin de la tarde, en este mar en calma que se llena de reflejos plateados mientras el sol nos abandona? La inmensidad de la obra del Criador, la demostración de su amor infinito que trasciende e ilumina la existencia de todos los que somos sus hijos, se manifiesta en todo su esplendor en esta armonía de cielo y mar, en este crepúsculo que es pura oración, que conforta la fatiga del alma y nos vivifica en la fe. Ninguna de sus criaturas, por mínima y humilde que sea, sentirá nunca el abandono del Padre. ¿No sentís que todo cobra sentido, que los miedos desaparecen, que la vida sonríe cuando uno comprueba que la fortaleza de su fe es un maravilloso don que la gracia de Dios nos concedió?
- ¿Pero de qué Dios me hablas? Desde hace 300.000 años miles y miles de millones de hombres de todos los continentes han pasado por la Tierra sin tener noticias de ese Dios. Hace solo unos 3.000, ayer mismo, en Oriente Medio, en medio de desiertos y tierras ardientes, un pequeño pueblo de profetas alucinados, en medio de un sol que todo lo abrasaba, decidió que era el elegido de una divinidad que hasta entonces nunca se había manifestado. Y esa elección trajo consigo el exterminio de otros pueblos vecinos y el monopolio y la exclusiva del disfrute de ese Dios durante diez siglos. Una pequeña isla escogida en un océano de gentiles a los que había que combatir, con la ayuda de ese Padre Celestial con una saña inimaginable. Ese es el...
- Tú no ves las cosas con los ojos del espíritu. Hay algo trascendente que está por encima del mundo material que no pueden captar nuestros pobres sentidos. A éstos le llegan los reflejos de una realidad que no nos deja emprender el vuelo y elevarnos. Somos más de lo que tú crees.
- ¿Pero bueno, ya estáis otra vez enganchados con el mismo tema? Estad pendientes de las poteras, coño, que no vamos a coger ni un calamar. Le prometí a mi hija y a la amiga que ha venido con ella a pasar unos días una buena pesca. Y dejad ya ese rollos que aburrís, de verdad. ¿Hacen unos quintos de cerveza? O si queréis saco la petaca de coñac...

(Eran tres amigos que se apreciaban como hermanos desde la niñez. Cada uno muy diferente de los otros...)
 (Continuará...)

(Texto: Mariano López-Acosta)

martes, 17 de diciembre de 2019

La saga de los Rius. Cierta estampa de Murcia. Don Mariano Ruiz Funes, catedrático de Derecho Penal.



¿Alguien recuerda una serie de televisión del año 76 llamada "La saga de los Rius”, basada en una trilogía de novelas (Mariona Rebull, El viudo Rius y Desiderio) del escritor barcelonés Ignacio Agustí? Tuvo mucho éxito en su momento; en el reparto aparecían Fernando Guillén y Maribel Martín como protagonistas, junto a Emilio Gutiérrez Cava, Victoria Vera, José María Caffarel, Teresa Gimpera, Mari Carmen Prendes, Ramiro Oliveros, Ágata Lys,etc ; además se llevó algún que otro premio prestigioso.
 Creo recordar que la emitían los domingos por la noche. A mi me pilló en mi época de estudiante. La veíamos en el piso de unos compañeros. Un rato antes de que comenzara descongelaban éstos unas barras de pan y cenábamos bocadillos de atún y mayonesa  mientras permanecíamos muy atentos a la pantalla del televisor.
 En esos tiempos  en que la telebasura ni siquiera se intuía y en que masivas audiencias seguían con fidelidad obras de teatro clásico interpretadas por elencos que alcanzaban la excelencia,  estos capítulos emitidos en las noches previas a los difíciles lunes fueron todo un fenómeno televisivo y nos permitieron recorrer las peripecias vitales de tres generaciones de burgueses catalanes enriquecidos con la industria textil,  durante cuarenta convulsos años, en el tiempo que va desde finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX.
Ya digo, con esta serie, una muy interesante época de nuestro cercano pasado quedó retratada magistralmente y sacó del olvido la obra de un novelista que en cierto modo no dejaba de ser un producto de su tiempo y de su realidad social.
 Para dar una vuelta de tuerca más a esto que escribo y establecer una, a priori, impensable relación de todo lo antedicho con Murcia, con nuestra ciudad, he de decir que unos pocos años después de la emisión de la serie, todavía en los 70, cayó en mis manos una autobiografía de Ignacio Agustí, entregada a la imprenta muy poco antes de fallecer el autor. Fue publicada póstumamente con el nombre de "Ganas de hablar". Está escrita de forma muy amena y nos da cuenta de una existencia muy rica en conocimiento y cercanía a gente muy interesante en multitud de campos, gente que ha protagonizado en realidad nuestra reciente historia. Pues bien, en un pasaje de estas memorias levanta acta el novelista catalán de una estancia de quince días en Murcia, durante su juventud.
Estamos en los años 30. Ignacio Agustí es un joven alumno de Derecho de la Universidad de Barcelona y ejerce también el periodismo, complicándose esta compaginación de actividades al no permitir su centro universitario las matrículas por libre y exigir la asistencia a clase. Ante esta dificultad, él y otros compañeros deciden matricularse en la Universidad de Murcia para ir directamente a los exámenes finales sin necesidad de comparecer en las aulas a lo largo del curso.
 Cuando llega junio cogen un barco en Barcelona que los lleva a Alicante. Y desde allí, tras tomar un tren, llegan a la estación del Carmen en la capital murciana. En ella, según narra, los recibe un enjambre de limpiabotas que les ofrecen toda clase de servicios e informaciones, desde llevar las maletas hasta cantarles flamenco, aparte de lustrarles el calzado, claro. A continuación toman una tartana y se dirigen al hotel. Quince días pasarán más tarde Ignacio Agustí y sus compañeros en una pensión preparando el examen de Derecho Penal.
 En la descripción que el escritor hace de esas dos semanas murcianas en su autobiografía caben anécdotas y personajes muy interesantes. Quien se lleva el protagonismo de manera clara en el relato que de su estancia hace el novelista barcelonés es el insigne catedrático de Derecho penal Mariano Ruiz-Funes. La semblanza que hace de él nos lo muestra como un hombre de un prestigio inmenso, incontestable, en amplias capas de la sociedad murciana. Será quien le examine y le apruebe la asignatura. Antológica es la descripción  de su periplo en un carruaje  tirado por un caballo diestramente conducido por su fiel chófer por las empedradas calles de Murcia,  saludando cortésmente a quienes con admiración se descubren educadamente y le dan los buenos días, hasta llegar al recinto universitario para dar sus clases. Agustí dice entonces que aquel hombre que desprendía bonhomía a su paso se transformaba en un hueso -justo, pero un hueso- dentro del aula a la hora de examinar. De hecho el escritor entra en detalles y refiere que en esa convocatoria, de 200 presentados aprobaron 40, dentro de estos últimos los catalanes. Lo describe, no obstante, como un magnífico docente y manifiesta que una papeleta con un simple aprobado de don Mariano "provocaba reverencias y su poseedor se hacía respetar por los demás".
 También nos cuenta el barcelonés cómo descubren que el eminente jurista tenía un hermano propietario de una confitería. Hacia ella se dirigen de vez en cuando a comprar bombones "porque nunca se sabe por dónde puede venir la suerte", en esos ataques de superstición que aquejan incluso a los estudiantes más racionalistas en momentos desesperados.
Alguna que otra anécdota en tono amable y desenfadado es relatada en esta evocación del pasaje murciano de sus memorias, como por ejemplo los distendidos cafés de sobremesa antes de estudiar en un bar del que no recuerda el nombre (en el enlace cuelgo una foto por si alguien puede deducir dónde estaba). Cuenta allí cómo un compañero suyo pedía siempre Coca-cola, lo cual resultaba el sumum  de la modernidad en aquellos tiempos. Evoca también los paseos al atadecer por el Malecón, por lo visto cita obligada de la juventud de la época.



La única referencia en que asoma un elemento de desaprobación en toda su aventura murciana será la alusiva a su visita al Casino. Primero recuerda la perplejidad que le causa la negativa que se da a los estudiantes murcianos para acceder a su interior cuando a ellos, a los universitarios procedentes de Cataluña, se les franquea la entrada sin problema alguno. A él, una persona procedente de la alta burguesía barcelonesa, un elemento perteneciente al patriciado de la industriosa ciudad catalana, no le duelen prendas en formular una dura crítica de lo que ve cuando conoce las interioridades de ese selecto recinto:

 “(…). Esta institución, instalada en un edificio de sólida piedra en la punta más noble de la ciudad, me dio en aquellos días, a través de pequeños destellos, la imagen viva de una España en la que todavía predominaban bastantes vestigios feudales. Orondos burgueses, magros caciques, terratenientes huertanos, las sombras repantigadas en sendos butacones de jugadores de tute y de mus, inocentes deportes de la nocturnidad murciana, alternaban con la risa jacarandosa de entretenidas opulentas y barraganas pechugonas en reservados con champagne frappé y múltiple juerga. (…). En aquel casino nos fue posible entrever, con rasgos característicos, determinados ángulos de la España de entonces. (…).”

  Con alguna que otra pincelada, Ignacio Agustí da cuenta de lo que le sigue deparando su juvenil visita a la capital murciana. Al cabo de dos semanas se va a Madrid y prosigue la narración de otros aconteceres que prolongan su densa y larga autobiografía...

 Cuando yo leía estas semblanzas de aquella Murcia de los 30, atravesábamos los 70. Para mí, esa ciudad retratada en la obra de Agustí parecía pertenecer, desde esa perspectiva temporal, a un tiempo antiquísimo, remoto, casi inconcebible. Ahora, cuando ha transcurrido casualmente un periodo parecido de años desde esas lecturas mías de juventud hasta el presente, ganas me dan de conseguir una grabación de La saga de los Rius, hacerme un bocadillo de atún y mayonesa con pan descongelado y volver a verla cualquier domingo por la noche. Esa sí que sería una buena magdalena de Proust.

 (Texto: Mariano López- Acosta)




lunes, 9 de diciembre de 2019

Ramón Menéndez Pidal. La erudición histórica y literaria.



El 24 de noviembre de 1968, después de estar formados en fila en el patio para entrar a clase tras el recreo, tomó la palabra el hermano Luis Fermín y nos indicó que tras recoger nuestras cosas nos marcháramos a casa. El motivo era que acababa de fallecer, casi centenario, don Ramon Menéndez Pidal, el director de la Real Academia Española. He de reconocer que no fueron el dolor y la tristeza precisamente aquel día los sentimientos que nos embargaron a mis compañeros y a mí por la muerte de aquel a quien consideramos un Matusalén del que no habíamos tenido noticia hasta ese momento. Salimos en desbandada, Malecón adelante, celebrando eufóricos ese día libre que nos habíamos encontrado de forma tan sorpresiva. Estábamos al comienzo del segundo curso del bachillerato y yo tenía 11 años recién cumplidos.
Luego el tiempo pasó, fuimos dejando atrás la niñez, llegamos a Sexto y entonces  nos tocó cursar la asignatura de Literatura universal, lo cual implicaba hacerse de una serie de libros necesarios para llevar a cabo las imprescindibles lecturas preceptivas para sacar adelante dicha materia.
Yo frecuentaba a tal fin una librería llamada Biblión, en la calle Pascual, frente a los antiguos almacenes Coy. Allí descubrí un buen día la colección Austral, un proyecto editorial mediante el cual Espasa llenó las estanterías de un considerable fondo bibliográfico.
Cierta tarde de otoño encontré, entre otros volúmenes de esa inmensa lista de obras, un libro de Ramón Menéndez Pidal titulado " Miscelánea histórico- literaria". Al verlo me vino a la memoria aquella lejana fecha en que nos fuimos del colegio tan contentos sin terminar las clases. Sin dudarlo, adquirí ese ejemplar y me lo llevé a casa con toda la curiosidad del mundo. Aún me recuerdo caminando por la plaza de Santa Isabel, de regreso a mi domicilio -en aquel atardecer frío en que de vez en cuando alguna castañera ofertaba su mercancía- deseando llegar a mi habitación para comenzar a descodificar el libro.
(Después de aquel primer volumen vendrían más adquisiciones de este maestro. Todavía las conservo en buen estado, como se puede apreciar en las imágenes que aparecen en el enlace que hay al final de este texto. Son parte esencial de mi biblioteca.)
 Pocas referencias tenía por aquel entonces de Menéndez Pidal. Lo asociaba a esos viejos sabios distraídos, con aspecto decimonónico y susceptibles de ser encajados en un cliché muy típico de aquellos años, muchas veces cercano a la caricatura, como los que salían en algunas películas o inclusive en las historietas de Tintin. Pero pronto me di cuenta de que estaba ante un personaje que se había pasado toda la vida investigando, con una pasión que no era de este mundo, una época que a mí a esas alturas me fascinaba: la Edad Media.
(Yo tenía mitificado ese periodo de la Historia desde que en la niñez me hice asiduo lector de los tebeos del Capitán Trueno.  Supongo que eso le pasaría a más chavales de mi generación. Saber de esas aventuras con castillos, torneos, doncellas, caballeros, etc a esa edad tenía una magia especial.)
 Luego supe que este titán de la erudición había buceado a pulmón por lo más profundo de nuestros siglos altomedievales desencriptando una Historia y una Literatura que hasta entonces eran un continente sumergido. Los restos del naufragio que habían llegado a la playa desde esas centurias eran manuscritos -algunas veces hallados al azar- de una precariedad desmoralizante, leyendas que se entreveraban con la Historia dando lugar a puntos ciegos en que era sumamente complicado discernir la realidad de la ficción. Él fue quien pacientemente, en el silencio de los archivos y las bibliotecas, fue reconstruyendo el Relato - como se dice ahora- de esa época "enorme y delicada" (Verlaine dixit)
 La Épica medieval, la Gramática histórica, el Romancero, el Cid... múltiples vertientes de esos siglos con una historiografía tan precaria las iba desentrañando pacientemente este sabio mientras viajaba recorriendo los pueblos de Castilla, las iglesias, los archivos, desempolvando códices y legajos, escudriñando y asociando elementos  hasta que arrojaran alguna luz, acudiendo a los veneros más puros de la literatura popular cuales son las gentes que en su labor diaria todavía cantaban los viejos romances seculares,  al tiempo que dirigía la Real Academia Española, ejercía desde su cátedra su fructífera labor docente y académica y creaba una escuela con discípulos que continuaran su labor investigadora.



 Y el Cid... Su pasión cidiana le llevó a realizar su viaje de novios junto con su mujer, María Goiri, recorriendo los lugares y parajes por los que pasó el héroe medieval muchos siglos atrás. Es la llamada ruta del Cid. No es casualidad tampoco que a su hija le pusiera el nombre de Jimena, el mismo que llevaba la mujer del personaje histórico. Él fue, en definitiva, quien fijó la historia deslindándola de la literatura y de la tradición para dar una visión científica en torno a la existencia del guerrero de Vivar, el mismo que había sido trasunto de leyendas plasmadas en un cantar de gesta y en los romances.
Todavía recuerdo las fotografías en que aparece, en un descanso del rodaje, junto con algunos protagonistas de la película El Cid, de Charlton Heston y Sofía Loren. Ese héroe medieval rescatado de la leyenda y fijado en la Historia al fin y al cabo era en cierto modo una criatura suya. La sola y fugaz presencia del maestro en alguno de los momentos del rodaje ya prestigiaba sobremanera ese film.


La solvencia de su sabiduría y de sus conocimientos históricos le llevó también, entre otras cosas, a ejercer, a propuesta de España, como comisionado de un laudo arbitral para deslindar unos límites territoriales muy confusos en la frontera entre Ecuador y Perú.
Era una referencia mundial en algunas materias sobre las que sus dictámenes eran incuestionables.
 Siguió trabajando en sus investigaciones y proyectos hasta una avanzadísima edad. Es digna la fotografía en que aparece encaramándose a la escalera para acceder a las estanterías más altas de su biblioteca cuando frisaba ya los 95 años. (También esa imagen aparece en el enlace que pongo más abajo).
Tan fructífera y dilatada vida se apagó un día de noviembre de 1968, a punto de cumplir el siglo, horas antes de que el hermano Luis Fermín nos comunicara, en una luminosa mañana, que recogiéramos nuestras cosas y marcháramos a casa.

                                                                        (Texto: Mariano López-Acosta)

(Imagen de Ramón Menéndez Pidal  María Goyri en viaje de novios. Fuente:

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