viernes, 29 de septiembre de 2023

San Pablo en Corinto- II

Poco después de la muerte de Jesús la incipiente comunidad de sus seguidores se circunscribe, bajo la autoridad de Pedro, a Jerusalén y Galilea, más abierta ésta a influencias exteriores. Los primerísimos cristianos son, pues, judíos. Jesús no había renegado en realidad de la Ley de Moisés aunque hubiera criticado la hipocresía que se daba a la hora de cumplirla. Para muchos, el Cristianismo era una secta más dentro del universo judáico.

Luego se verá que termina gripando entre la comunidad hebrea, se estanca y se propaga con más fortuna entre los gentiles. Surgirá entonces, como veremos, entre otras cosas,  la controversia de si éstos estarán obligados a circuncidarse como seguidores que son del Mesías, un judío que además venía de la casa de David. Mientras los cristianos que han permanecido en Jerusalén ven ineludible esta práctica para los que se acercan a la nueva fe procedentes del paganismo, los judeocristianos de la Diáspora, más abiertos y tolerantes, dispensan de ésta y otras obligaciones de la compleja ley mosáica a los gentiles que se inclinan a  profesar la nueva religión. 

Pablo es consciente de que el Cristianismo sólo será posible si se abre al mundo de los no hebreos. Si se desjudaiza. Viaja a Corinto y recibe hospitalidad de un matrimonio, Aquila y Priscila, y durante más de un año convive con ellos y se gana la vida trabajando las pieles para hacer tiendas, al igual que sus anfitriones. (En el argot de los misioneros ha quedado la expresión "hacer tiendas " como sinónimo de trabajar). 

Cuando intenta hacer proselitismo en la sinagoga es rechazado con cajas destempladas. Es entonces cuando se abre al gentilato y descubre el potencial de Corinto como caja de resonancia del cristianismo. Una urbe abierta a los cuatro puntos cardinales, encrucijada de viajeros, mercaderes, marinos, pícaros, prostitutas, patricios romanos, élites griegas, gentes de mil lenguas y mil religiones que diseminan la nueva fe de Cristo por todo el Mediterráneo oriental. 

 Cuando a Pablo le llegan noticias de Jerusalén, de los judeocristianos que siguen a Pedro y Santiago y que conminan a los gentiles de Corinto a circuncidarse y seguir la ley de Moisés, rompe amarras con ellos en cierto modo y se abre más todavía a la evangelización del mundo pagano olvidando sus raíces israelitas. Surgirá un cristianismo paulino universalizante que postergará al judaico y este último poco a poco se irá agostando. 

 Es posible que sin el empuje de aquel perseguidor que se cayó del caballo, el Cristianismo tal como lo entendemos no existiría, sería otro muy diferente. Y hay quien dice que en cierto sentido se apropió y procesó el mensaje de Cristo según su particular visión. Que de alguna manera lo secuestró y lo manipuló.

También habría que ver si la expansión universal de aquel movimiento surgido en Oriente  Medio, después de la muerte de aquel judío que predicaba la religión del amor, no muy conocido fuera de Palestina y que fue ejecutado de manera infame por los romanos , habría sido posible sin los viajes de este titán del proselitismo y la propaganda. Quizá sin la singular apertura a todo el orbe del antiguo y arrepentido fariseo de Tarso, el Cristianismo sería ahora una anecdótica y minoritaria secta judía.

(Texto: Mariano López-Acosta)








San Pablo en Corinto- I

Después del costalazo que se pegó Saulo cuando cayó estrepitosamente de su caballo cuando cabalgaba hacia Damasco, todos sus afanes se trocaron en pasión y fervor por propagar la fe recién abrazada. Hasta entonces se había mostrado como un feroz perseguidor de los cristianos e incluso habría instigado el martirio de San Esteban en Jerusalén, poco antes de este decisivo y accidentado episodio equino.
  Saulo era natural de Tarso, población de la actual Turquía, en la región de la antigua Cilicia. Cabe afirmar sin duda que se trataba de un judío fuertemente helenizado, poseedor de la ciudadanía romana, que hablaba un griego muy puro totalmente despojado de semitismos. También está confirmado que residió en Jerusalén y estaba adscrito a la secta de los fariseos. 
 Saulo (por su nombre en hebreo), Paulo por su apelativo romano (Paulus), con la impetuosa determinación de los conversos, dedicó hasta la última de sus energías, tras su caída del caballo, a la propagación y el proselitismo de la creencia que hasta entonces había perseguido con auténtica saña. Esto lo convirtió en un viajero impenitente que marcó todo el Mediterráneo oriental con la impronta de sus múltiples rutas y travesías. El Cristianismo sería otro muy diferente sin la intervención de este pasional apóstol. De hecho se podría levantar acta también de un postergado y arrinconado Cristianismo no paulino. 
 Pues bien, uno de los destinos del vehemente predicador fue Corinto. Podemos decir que su estancia en esta ciudad helénica fue trascendental para el devenir de Occidente.

 Corinto era un nudo estratégico en el tránsito sociológico y comercial del antiguo Mare Nostrum, una urbe situada en el itsmo de igual nombre que une la península del Peloponeso con la Grecia continental. Esta ciudad doblemente portuaria, con una salida al mar Jónico y otra al mar Egeo, era un centro de cosmopolitismo habitado por una variopinta y abigarrada multitud de tipos humanos. Como todas las poblaciones con puerto de mar, Corinto, "la opulenta Corinto" como ya la describió Homero en el siglo VIII a.d. C., era punto de encuentro de gentes venidas de muy dispares latitudes, un enclave en el que convergían las ideas, las modas y los paradigmas que primaban en aquel antiguo Mediterráneo. 
Ciudad dedicada con auténtica pasión al culto de Afrodita, constituía también, por tanto, un potente foco de prostitución sagrada.

(Continuará)

(Texto: Mariano López-Acosta)

(Imágenes: ruinas de Corinto)





miércoles, 27 de septiembre de 2023

El Celtic de Glasgow Campeón de Europa 1967

 En 1967, en el Estadio Nacional de Lisboa y ante 45.000 espectadores, el Celtic se convirtió en el primer equipo británico y en el primero no latino en conquistar una Copa de Europa. Y nada menos que contra el Inter de Milan, el gran favorito en los días previos a la final. El simpático equipo de las rayas verdes horizontales y los números en los pantalones, formado por once escoceses, (diez de ellos del mismo Glasgow), dio una lección de entrega y excelencia futbolística y supo sobreponerse a las dificultades en los peores momentos del partido.

Cuando en el minuto 7 de la primera parte Mazzola marcaba el 1-0 a favor de los italianos, nadie daba ya un penique por la suerte de los jóvenes glaswegians. A partir de ahí el conjunto blanquiverdese se volcó en el ataque y encerró en su campo a los pupilos de Helenio Herrera. Jugando con cuatro delanteros y los laterales muy adelantados, los escoceses no dieron tregua hasta romper el férreo catenaccio que había montado el equipo nerazzurri. Así, el empate llegó a los 17 minutos de la segunda parte por mediación de Tommy Gemmell y el tanto de la victoria en el minuto 84 por obra de Stevie Chalmer. 

Esta final constituyó una victoria total del fútbol de ataque sobre el fútbol especulativo y de contención. Antes del partido, los escoceses mostraron su deseo  de ofrecer un espectáculo que dejara un buen recuerdo en los espectadores neutrales que sólo querían pasar una tarde inolvidable en el estadio, al margen de quien alcanzara finalmente la victoria. Estos futbolistas, que tan alto dejaron el pabellón del balompié británico, pasaron a la historia como los "Lisbo Lions" (Leones de Lisboa).

(Texto: Mariano López-Acosta)