domingo, 29 de septiembre de 2019

Historias de los Beatles. Paul McCartney, el hombre orquesta.





 En el curso de una entrevista -no consta que recibiera el Pulitzer por ella-,  un reportero preguntó a John Lennon si consideraba a  Ringo Starr como el mejor batería del mundo.  El jovial muchacho de Liverpool respondió con una de sus habituales boutades y le manifestó que ni siquiera era el mejor batería de los Beatles.
Hay que decir que Ringo era un espléndido instrumentista con una forma muy original y autodidacta de tocar. En momentos claves (A day  un the life, por ejemplo y en tantas otras canciones)  demostró una calidad enorme y siempre estuvo al nivel que las circunstancias requerían. Supo dar cumplida respuesta a la altísima exigencia del grupo.
 Pero la afirmación  de John tenía cierto sentido. En realidad se refería al hecho de que en el grupo había un componente que tocaba muy bien la batería además de Ringo. Y ese era Paul. Hay alguna anécdota que puede ilustrar este hecho como la que pretendo contar a continuación. 
 Después de esa fantasía genial e inclasificable que fue el Sargent Peeper, los jóvenes músicos británicos, influidos tal vez  por la inclinación a la espiritualidad hindú de George Harrison, marcharon a la India para realizar un retiro y meditar quizá  sobre su futuro.  Allí cada cual dio rienda suelta a su estado de ánimo y a sus preferencias existenciales. Mientras George se imbuía de religiosidad oriental y profundizaba en las enseñanzas del Maharisi Yogi, John y Paul componían canciones con una fluidez asombrosa y ejercían un hippismo muy del momento, al tiempo que  Ringo se limitaba a estar presente, pero sin disimular que sus inquietudes no pasaban precisamente por hacerse un santón.
 Cuando regresaron a Inglaterra el grupo estaba prácticamente roto. Las motivaciones personales de cada miembro divergían  de manera irreversible y en la grabación del siguiente disco, el Blanco, apenas coincidían en el estudio. Cada uno grababa su aportación en la pista correspondiente y ya se encargaría el talentoso productor George Martin de ensamblar la obra.  Se dio el caso de que Ringo, harto posiblemente de este clima, y por otros motivos personales, dio la espantada y desapareció con el propósito de dejar el grupo definitivamente. Durante días estuvo ilocalizable,  mising  total, no había quien diera con él. ¿Qué  hacer? ¿Cómo  sustituir a Ringo de improviso? Pues nada, allí estaba Paul para tocar la baquetas como un consumado experto. Así, el autor de  Yesterday aparece como batería en los créditos de varias canciones, como “Back in  the USSR”, en la que se empleó  bien a fondo para marcar el trepidante ritmo de esa pieza rockera.
De Ringo hubo noticias días después, cuando fue descubierto en el yate de Peter Seller acompañado de unas jóvenes de perturbadora belleza. Pero no tardó  en volver al redil.



 No fue ésta la única vez en que McCartney perpetró alguna intromisión en el cometido propio de algún otro miembro del grupo. En el LP Revolver había una pieza compuesta por Harrison -por fin colocaba el pobre alguna canción- que abría  el disco. Hay que recordar que George era el guitarra principal de los Beatles, el que hacía los punteos, los riffs, etc. Pues bien, este tema, "Taxman"  se llamaba, por su propia estructura pedía claramente un solo de guitarra bien potente en mitad de su desarrollo. Dos horas estuvo Harrison haciendo pruebas para grabar esa intervención solista que necesitaba su canción para alzar el vuelo definitivamente. Pero el productor y Paul no terminaban de verlo. No era eso, no era eso, pensaban posiblemente, a pesar de que a buen seguro Harrison estaría  haciendo auténticos  alardes de virtuosismo. Así  que llegó un momento en que MacCartnry dejó  su bajo habitual (con esa forma tan característica de violín o violoncelo en miniatura), cogió una guitarra eléctrica y, visto y no visto, se despachó  con un punteo electrizante que hizo subir como la espuma el voltaje de la canción. Ese solo está  ya en la historia de la música y pasa por ser uno de los momentos emblemáticos de la carrera de los Beatles.
Está  claro, Paul marcaba la pauta.

(Texto: Mariano López- Acosta)

viernes, 27 de septiembre de 2019

Los Iberos ‎– Summertime Girl (1968)




 Este conjunto (en los 60 se hablaba más de "conjuntos" que de "grupos") tenía otra canción muy popular, "Las tres de la noche han dado" que tuvo muchísimo éxito.  Por otra parte, cantar este tema en inglés daba un cierto toque de modernidad, una pátina de internacionalismo que marcaba la diferencia con otras formulaciones musicales de la época.   "Summertime girl" sonaba mucho en los guateques y dentro del pop patrio destacaba como una forma aportar calidad a la música comercial. Para mí es una gran canción. Siempre la asociaré a una chica rubia muy guapa que se ponía a tomar el sol en bikini en la playa durante aquel verano. Yo, un crío entonces, no podía evitar mirarla discretamente de vez en cuando mientras jugaba al cuchillo en la arena con los amigos.

(Mariano López-Acosta)

jueves, 26 de septiembre de 2019

En la iglesia de San Miguel



 Caminando al desgaire por el centro de la ciudad mis pasos me llevan, como quien no quiere la cosa, ante la iglesia de San Miguel. Hace calor, no estamos en el ferragosto  ya  pero estos septiembres de hoy en día se esfuerzan en recordarnos todo eso del cambio climático. 
 Dentro de la iglesia se debe de estar bien. Así pues, como no tengo prisa decido entrar en el templo. En alguno de sus añejos y amarillentos archivos, por cierto, debe de permanecer mi partida de bautismo. Al cruzar la puerta de madera  paso del tráfago y la agitación de la vida de la calle a la silenciosa, intemporal y fresca penumbra del interior. Esta transición, si la hace uno con los sentidos atentos puede representar una de las sensaciones más agradables que se pueden experimentar en estos tiempos desquiciados en los que las agujas de las brújulas  giran como locas sin encontrar el norte. Entro y me siento en un banco. Solo hay una persona en la iglesia, una mujer arrodillada cerca del altar absorta en sus oraciones. Hay silencio y una quietud que elimina los últimos vestigios del urbanita acelerado e intoxicado de adrenalina que caminaba por la calle unos minutos antes.  No sé  a estas alturas si tengo fé. Solo sé que aquí  se está  tranquilo y como en el interior de una cápsula de tiempo antiguo. Me dejo llevar por el silencio y la luz tenue del lugar y termino encontrando una paz que hacía tiempo que no sentía. En un determinado momento, influido por la espiritualidad del entorno decido rezar un Padrenuestro yo, que sigo dudando de la existencia de Dios, que no sé  cómo  mi pobre  mente podría siquiera imaginar un ente de esa dimensión, -siempre que  no terminara siendo al final una pura ensoñación del ser humano-.  Entono entonces el de antes, el de "perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", al nuevo ya no llegué, mis devociones fueron menguando conforme avanzaban mis años de juventud. (Luego llegó la definitiva crisis  cuando cada vez surgían más preguntas sin respuesta y mi mente se adentraba por los senderos del racionalismo. Aunque siempre procuraba ir dejando  mojones en mi itinerario para no perderme si había que emprender el camino de regreso.)
 Mientras rezo me imagino como un náufrago que enviara un mensaje en una botella a la inmensidad del océano, sin apenas esperanza de que sus letras puedan ser leídas algún día por alguien. ¿Pero y si por fin, en una lejanísima playa, otros ojos consiguen descifrar muchos años después el sentido de esa misiva? Después, tras permanecer un rato con la mente ausente, intentando no pensar en nada que me distraiga de ese estado que he adquirido tras lanzar el mensaje al inabarcable mar, salgo a la luz cegadora de la calle. 


(Texto: Mariano López-Acosta)