viernes, 24 de junio de 2016

Las lenguas habladas en la Palestina de Jesús

  

 Para fijar unas coordenadas generales hemos de comenzar diciendo que en la época que nos ocupa el griego era la lengua común de los habitantes del Imperio Romano Oriental y coexistía con una gran cantidad de hablas y dialectos autóctonos.
Al centrarnos en Palestina nos referimos a una zona habitada por un pueblo muy cerrado sobre tradiciones religiosas que impregnan prácticamente todos los aspectos de su ciclo vital, tanto a nivel político como social e incluso descendiendo a las vertientes más íntimas de la vida cotidiana.  Esto condicionará el estatus del idioma que sustenta toda esta visión teocrática de la existencia.
 En esta región se dan, como veremos por otra parte, muchos condicionantes para que podamos hablar sin ambages de una auténtica Babel lingüística. Estas son las lenguas que se podían escuchar en la Palestina de los tiempos de Jesús:

El arameo. Era el idioma hablado por el pueblo llano. Tenía una serie de variantes dialectales según la zona en la que se utilizase. Podemos pues decir que había un arameo de Judea, otro de Samaria y otro de Galilea. Todos cercanos entre sí aunque con divergencias claras. Constituirían la rama occidental de una familia lingüística que se extendía por un ámbito geográfico más amplio.  Jesús hablaba pues un arameo galileo. Esta sería la forma en que se comunicaba con las gentes de la región.

El hebreo. En esos tiempos había perdido su anterior preponderancia. No dejaba de ser conocido por muchos israelitas. Sin embargo, el arameo se había convertido en el habla común de la población. Aunque ambas lenguas estaban emparentadas no derivaba la una de la otra, tenían historias independientes. Y el dominio de la primera no aseguraba la comprensión de la segunda y a la inversa. Había dos modalidades de hebreo: el bíblico o clásico, más antiguo y utilizado para escribir los libros  del Antiguo Testamento, y otro más tardío usado en las escuelas rabínicas. Es posible que Jesús conociera este último, también hablado por sacerdotes y una cierta élite cultural.

El griego. Mientras que el latín extendía su área de influencia en la zona de Occidente,  la región oriental del Imperio Romano tenía el griego como idioma predominante. Era una suerte de lengua franca usada por gentes con hablas y dialectos diferentes. Desde la época de Alejandro Magno todo el enclave estaba caracterizado por una fuerte helenización. El griego era pues la lengua del dominador imperial. Pero era comprendido por un segmento no despreciable de la población. En esa lengua se habrían comunicado Jesús y Poncio Pilatos. Y también éste último la habría usado para dirigirse a la muchedumbre cuando planteaba la elección entre el Nazareno y Barrabás
  Hay que consignar que había comunidades israelitas fuertemente helenizadas que utilizarían el griego incluso en sus ritos religiosos. Muchos hebreos de la diáspora tenían también este idioma como lengua vernácula.  

El latín. Idioma de la metrópolis, alguna presencia tendría en Palestina aunque fuera de manera testimonial. Funcionarios y militares occidentales lo hablarían entre sí aunque fueran bilingües greco-latinos y luego usaran el griego para entenderse con las élites hebreas. Y no pocos documentos oficiales estarían redactados en lengua latina.

 La Babel lingüística la completarían  multitud de dialectos y hablas propias de hebreos venidos de muy diversos e incluso lejanos enclaves geográficos que llegaban permanentemente a Jerusalén y otros lugares santos  para cumplir con sus devociones y sus ritos religiosos.

 Así pues, podemos concluir imaginando un territorio en que a la lengua franca del Imperio, el griego, se le sumaba el habla común de los autóctonos, el arameo, atravesado por diversos dialectos, con ciertos estratos de la población que dominaban un idioma culto y ancestral como el hebreo. Si a esto le añadimos el oficial  y muy minoritario uso del latín junto con todas las lenguas de origen del judaísmo de la diáspora, ya tenemos un mapa lingüístico de la región. No es de extrañar que floreciera entonces como algo natural un bilingüismo fuertemente arraigado e incluso a menor escala cierto tipo de trilingüismo.



(Texto: © Mariano López A. Abellán)

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