domingo, 19 de julio de 2020

Marcabrú, un trovador hermético


 
 Marcabrú, trovador gascón del siglo XII, fue de origen humilde y ejerció su arte bajo la protección de Guillermo X de Poitiers y en la corte de Alfonso VII de Castilla. Practicó el llamado "trobar clus", un modo poético críptico y oscuro, muy poco accesible para los no iniciados en ciertas claves y consignas que daba lugar a una poesía elitista y de minorías en contraposición al "trobar pla", estilo más abierto y claro, de fácil comprensión.
 Este trovador se caracterizó por una sátira muy ácida de denuncia en sus composiciones, el género poético llamado "sirventés" que practicaba como un maestro consumado, con una dialéctica temible para sus rivales.
Esta obra que traigo aquí es una "pastorela", otro tipo de obra en que el tema consiste en el encuentro galante de un caballero y una pastora. Ésta se verá sometida a los requiebros de aquel a los que se resistirá oponiendo razones morales y su deseo inquebrantable de conservar su "doncellez".
Todo esto es Edad Media en estado puro.

(Mariano López-Acosta)


Eloy Sánchez Rosillo, poeta.


La poética de Eloy Sánchez Rosillo destila la melancolía de quien contempla el paso del tiempo constatando que todo consiste en una pérdida continua, que los momentos de gozo son inefables y se alejan en una fuga perpetua camino del olvido. Una tarde de verano viajera paseando por una vieja ciudad de Europa en compañía de una adorable muchacha lleva en medio de la dicha la semilla de la futura herida que provocará la añoranza de ese tiempo esplendoroso que no habrá manera de retener, que se escapará perdiéndose camino de la eternidad y agrandará el inmenso naufragio en que se tornan las vidas antes de caer al abismo del Tiempo. 
 Pero esas verdades que ya nos recordaban los presocráticos ("nunca te bañarás dos veces en el mismo río") se tornan en los poemas de E. S. R. en delicada remembranza de instantes mitificados por la memoria por el simple hecho de que se perdieron para siempre. El pasado lo convertirá  la traicionera memoria en el paraíso perdido, en la Arcadia feliz de la que fuimos desterrados en mala hora. Y esos momentos cotidianos y rutinarios se iluminan y cobran una dimensión inesperada cuando retornan como los restos del naufragio que el mar deposita en la playa. 
Eloy Sanchez Rosillo, poeta murciano, poeta de nuestra tierra,  construye pues una obra en la que, al menos para mí, el Tiempo se erige en el gran protagonista, en la Gran Esfinge cuyos misterios nunca podremos descifrar. 
Y el nostálgico recuerdo de aquella tarde de verano paseando con la adorable muchacha por las calles y plazas de la ciudad histórica  estará en fuga por toda la eternidad cuando ya no quede memoria de ninguno de nosotros. 
(Mariano López-Acosta)

La Novena de Beethoven



Olvidémonos por un momento del famoso cuarto movimiento, el del Himno a la Alegría, y centrémonos en el primero de esta obra oceánica.

Empieza con unas tímidas notas, como de tanteo, pareciera que los músicos están todavía afinando sus instrumentos. Hay quien ha comparado este inicio a un trasunto de la Creación, un despertar, una especie de amanecer. Pero de pronto, la tonalidad se hace más sombría y el bueno de Ludwig van Beethoven descarga un puñetazo brutal encima de la mesa. Un tutti orquestal tremendo, inconmensurable, de una fuerza y un dramatismo sin precedentes, cabalgando sobre unos timbales desatados que asumen un protagonismo totalmente innovador.
La orquesta se convierte entonces en una auténtica tempestad, no hay palabras para describir tanta intensidad y tanta exaltación.
El tejido sonoro de esa descarga, de esa tormenta, tiene unos matices tan sombríos que parece que surge de una tragedia muy antigua, que aqueja al alma desde el principio de los tiempos. Y entonces, cuando más negros son los nubarrones que se ciernen sobre el espíritu del compositor, aparecen unos esperanzadores rayos de sol en forma de vientos y metales. Esas notas idílicas iluminan y crean un contraste de una belleza poco común que solo es capaz de crear un elegido.
A partir de ahí vienen luego torrenteras de notas que se despeñan y acaban en el océano orquestal, estados meditativos que terminan sublimándose en tormentas sonoras, hay variaciones del tema principal que había irrumpido al principio atronante.... como decía antes, no hay palabras que puedan describir con fidelidad esta titánica obra.
Y este primer movimiento, en el que ya nos podríamos quedar para siempre desentendiéndonos del resto de la sinfonía y gozaríamos de lo más excelso, eclipsado además por el arrastre tremendo del último y archifamoso tema coral, es solo el comienzo de algo grandioso.
(Mariano López-Acosta)