En la antigua Roma, la vida y la actividad de las gentes se desarrollaba con la luz del día. Se levantaban los romanos al alba y a la puesta del sol cesaban prácticamente todos sus quehaceres cotidianos. La iluminación creada por el hombre, muy deficiente por aquel entonces, daba para lo mínimo.
Había un tipo de lámpara hecha a base de una mecha de estopa y cera llamada lucubrum.
Daba una luz débil y vacilante. De ahí derivaron posteriormente las palabras lucubratio (elucubración) y lucubrare (elucubrar).
Desde Cicerón hasta Marco Aurelio, desde Plinio hasta Horacio, gran parte de la élite intelectual romana ocupaba las largas horas nocturnas invernales “elucubrando”, desde el anochecer hasta el alba, sumida en sus lecturas y escrituras a la tenue luz del lucubrum .
Así, se cuenta que Plinio el Viejo, autor de la magna obra Naturalis historia, (recopilación enciclopédica que aspiraba a fijar todo el conocimiento de la época y que fue base de consulta y de erudición hasta el siglo XVII), Plinio el Viejo, decimos, tras pasar la noche inmerso en “elucubraciones”, se presentaba antes del amanecer ante el emperador Vespasiano, pues esa era la hora en que el máximo mandatario recibía y analizaba informes y despachaba el correo.
(Texto: © Mariano López A. Abellán)
(Texto: © Mariano López A. Abellán)
Muy interesante, no conocía la etimología de esta palabra y su trasfondo. Gracias
ResponderEliminarMe alegro de que le haya gustado, Ángel Hidalgo. Un saludo.
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