Las clases medias occidentales hemos
vivido durante los últimos sesenta años una situación excepcional quizá no
suficientemente valorada. Nunca se había llegado a unas cotas de progreso, bienestar
y ausencia de conflictos armados (hablo de Occidente) de tal naturaleza en el
devenir de la Humanidad. Hemos dado por
sentado que la Historia nos dio lo que nos merecíamos y que esa situación
obedecía a un proceso natural que se daba porque sí, que cual fruta madura caía
porque tocaba que cayera. Pero llegar hasta allí, conseguir ese logro, fue a
costa de un sacrificio enorme de quienes nos precedieron. Las cosas son más
frágiles de lo que parecen y cuando se ve amenazado lo que parecía más
invulnerable, cuando se pone en cuestión lo que suponíamos más sólido y anclado
en la seguridad, todas nuestras referencias, incluso las más firmes e
inamovibles, zozobran y naufragan y nos sumen en el mayor de los desconciertos.
¿Puede ser que hayamos vivido un
paréntesis histórico irrepetible sin saberlo? ¿Es posible que estas últimas
décadas hayan constituido un pequeño lapsus de tiempo en la Historia sin
continuación posible? Lo que ha costado décadas de esfuerzo y sudor se puede
venir abajo de la noche a la mañana como un castillo de naipes.
Que se lo digan a los ciudadanos que
vivían en una paz que consideraban ya irreversible, tras la madurez histórica
alcanzada por las sociedades europeas del momento, recogiendo los frutos del
creciente avance científico y tecnológico, en la culta y civilizada Europa de
los años (e incluso meses) previos a la mortífera Primera Guerra Mundial. Hay
que leer "El mundo de ayer" de Stefan Zweig para descubrir cómo una
sociedad de élites tan cultas y con una confianza en el futuro propiciada por
las señales optimistas que enviaba el creciente progreso, cómo esa sociedad con
bases aparentemente sólidas se precipitaba sin remisión al abismo de la Gran
Guerra. Muy poco antes, nadie podría haber imaginado una catástrofe así.
Igual que entonces, ¿quién imaginaba hace unos meses que nos íbamos a enfrentar a este desastre, aunque sea de otra naturaleza, que está llevando a la Aldea global en que se ha convertido la Humanidad a un test de estrés cada vez más insoportable? Este avatar es tan inmenso que se nos echa encima sin apenas perspectiva para vislumbrar su forma y su tamaño. Pocas referencias tenemos de un hecho tan extremo a nivel global. Estamos en territorio desconocido, sin antecedentes que nos referencien mínimamente. Hemos perdido todas las certidumbres.
Igual que entonces, ¿quién imaginaba hace unos meses que nos íbamos a enfrentar a este desastre, aunque sea de otra naturaleza, que está llevando a la Aldea global en que se ha convertido la Humanidad a un test de estrés cada vez más insoportable? Este avatar es tan inmenso que se nos echa encima sin apenas perspectiva para vislumbrar su forma y su tamaño. Pocas referencias tenemos de un hecho tan extremo a nivel global. Estamos en territorio desconocido, sin antecedentes que nos referencien mínimamente. Hemos perdido todas las certidumbres.
Al hilo de todo esto a mí se me ocurren
una cuantas reflexiones e interrogantes que paso a enumerar:
- Hay muchas más incógnitas que certezas a
nivel científico. Está por ver todo el recorrido inmunológico reactivo a este
virus por parte de las poblaciones. No sabemos el alcance de las posibles
mutaciones virales ni la hipotética estacionalidad de los brotes asociados al
COVID 19. Para el descubrimiento y puesta en marcha de tratamientos
realmente efectivos falta un tiempo que
se nos antoja como una dolorosísima travesía del desierto.
- La destrucción del tejido productivo en
muchos países puede ser pavorosa, inimaginable. Una cantidad enorme de
actividades económicas que constituyen el pulmón del progreso de muchas
naciones se puede hundir. Sin ir más lejos, en España la economía va a pagar un
precio muy alto por su gran dependencia del sector servicios, faceta de la
productividad muy marcada en nuestro PIB. El hundimiento de la próxima
temporada turística puede ser tremendo. El efecto dominó que esto puede tener
con los empleos indirectos que van concatenándose como las cerezas más vale no
imaginarlo.
Un aumento explosivo del paro con el
consiguiente descenso de vértigo en las cotizaciones a la seguridad social, lo
cual llevará a dudas muy serias sobre la
sostenibilidad del sistema, exigirá respuestas globales de manera
ineludible. La alarma social que se puede originar ante la aparición de un enorme
segmento de la población (de una dimensión desconocida hasta ahora)
sumido en la indigencia puede derivar en situaciones que escapen a todo control.
Si el sistema no da respuestas convincentes a los más desfavorecidos (que
pueden ser legión) pueden darse por rotos muchos implícitos pactos sociales. Se
podría hablar entonces de un sistema periclitado, fallido. Sería dramático
llegar a esa situación.
- El punto de inflexión a nivel emocional,
el antes y después de esta crisis, puede ser de unas dimensiones colosales,
para el que carecemos ahora mismo de referencias o perspectivas. No se recuerda
un suceso que haya golpeado de una manera tan universal y tan severa los
cimientos más sólidos del equilibrio psicológico de las poblaciones. No sabemos
la afectación que derivará de una
experiencia tan traumática y sin antecedentes. Estamos ante un miedo que se
nutre especialmente de la incertidumbre y de la falta de seguridad y certeza,
del desconocimiento de las dimensiones reales de lo que ya ha sucedido y de lo
que se avecina. El permanente no saber si estamos en el inicio, en mitad del
proceso o clausurando este ciclo es ciertamente desmoralizador.
Como vemos, muchos puntos oscuros y pocas
claridades se atisban ahora mismo. Ojalá el paso del tiempo vaya enterrando los
primeros y haciendo emerger las segundas. Sería de agradecer. Igual aprendemos
lecciones que teníamos olvidadas.
(Mariano López- Acosta)
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