domingo, 14 de diciembre de 2014

Amanecer en la Estación del Carmen de Murcia.

Así amanecía en este frío diciembre en la estación de ferrocarril del Carmen, en Murcia (España). Faltaban cinco minutos para que saliera el tren para Totana.


jueves, 30 de octubre de 2014

Alrededores de la estación de tren de Librilla ("Ojalá me quieras libre")

 Una mañana de octubre me bajé en la estación de tren de Librilla (Murcia. España). Haciendo tiempo mientras esperaba el siguiente trayecto, deambulé por los alrededores e hice algunas fotos. Alguna leyenda en alguna pared de alguna casa rural me hizo ver que la literatura aparece donde menos lo espera uno.
 Más tarde me preguntaba: ¿A quién se le desea la libertad, a la persona amada o a la persona que ama?. Este pintada, que bien podría ser el arranque de un gran poema de amor, tenía una ambigüedad que daba que pensar...


[Imagen digital  : "Ojalá me quieras libre" ©. Copyright: Mariano López-Acosta Abellán.  30 de octubre de 2014. Murcia (España)]











miércoles, 17 de septiembre de 2014

Pío Baroja. Fantasías vascas. Elizabide el Vagabundo.


 HAY  UN VOLUMEN, no sé si descatalogado,  de relatos breves y descripciones en torno a lo vasco de Pío Baroja, editado por Espasa-Calpe, para la Colección Austral, con el nombre de Fantasías Vascas. Dentro de esta recopilación  destacaba La dama de Urtubi,  narración corta ambientada en el mundo de las brujas y los aquelarres durante el siglo XVII en el enclave de Zugarramurdi, en la Navarra lindante con el país vasco-francés. Pero había también un pequeño relato titulado Elizabide el Vagabundo que considero una esencia de lo barojiano por antonomasia. Aquí, el protagonista, Elizabide, padece sin duda de lo que Ortega y Gasset definía como el "mal de vivir", un diagnóstico que aplica el filósofo a los personajes del novelista vasco que se caracterizan por esa angustia vital, ese escepticismo y descreimiento del que huyen o que intentan curar a base acción, viajes, desarraigo, vida al borde del abismo, etc, etc... Pío Baroja abominaba de esa existencia burguesa, vacía, rutinaria, de tenderos acomodados, de cotidianidad en esas ciudades de provincias muertas de su época. Él sublima ese ambiente opresivo a base de personajes literarios para los cuales el único sentido de la vida es la acción por la acción. Concretamente, en Elizabide el Vagabundo, el protagonista  es uno de esos tipos barojianos que recorren medio mundo y se desarraigan pareciendo que huyen de sí mismos. En el caso de este cuento, sin embargo, la acción arranca cuando el impenitente viajero, cercano ya a los cuarenta, a punto de entrar en la línea de sombra, ha regresado a su pueblo por una llamada interior que le reclama para regresar a sus raíces. En este relato podemos observar el poso de sentimentalismo, de emotividad, que Baroja, el descreído Baroja, el impío Pío, el "grosero buey vasco" ( como lo tildaban los meapilas de la época) era capaz de ocultar bajo su pesimista, amargada y escéptica mirada.  Con qué maestría resuelve esta narración, que no es otra cosa que una gran historia de amor...
 La acción de esta obra arranca con Elizabide el Vagabundo reflexionando sobre Maintoni, la hermana de su cuñada. Ésta es la transcripción íntegra del relato :


                     ELIZABIDE EL VAGABUNDO

 Cer zala usté cenuben
enamoratzia?
 Sillau is hiri eta
guitarra jotzia.
       (Popular)

Muchas veces, mientras trabajaba en aquel abandonado jardín, Elizabide el Vagabundo se decía al ver pasar a Maintoni, que volvía de la iglesia :
"¿Qué pensará? ¿Vivirá satisfecha?" ¡La vida de Maintoni le parecía tan extraña! Porque era natural que quien como él había andado siempre a la buena de Dios, rodando por el mundo, encontrara la calma y el silencio de la aldea deliciosos ; pero ella, que no había salido nunca de aquel rincón, ¿no sentiría deseos de asistir a teatros, a fiestas o diversiones, de vivir otra vida más espléndida, más intensa? Y como Elizabide el Vagabundo no se daba respuesta a su pregunta, seguía removiendo la tierra con su azadón, filosóficamente.
 "Es una mujer fuerte -pensaba después - ; su alma es tan serena, tan clara, que llega a preocupar. Una preocupación científica, sólo científica, eso, claro." Y Elizabide el Vagabundo, satisfecho de la seguridad que se concedía a sí mismo de que íntimamente no tomaba parte en aquella preocupación, seguía trabajando en el jardín abandonado de su casa.
  Era un tipo bastante curioso el de Elizabide el Vagabundo. Reunía todas las cualidades y defectos del vascongado de la costa ; era audaz, irónico, perezoso, burlón. La ligereza y el olvido constituían la base de su temperamento ; no daba importancia a nada, se olvidaba de todo. Había gastado casi entero su escaso capital en sus correrías por América, de periodista en un pueblo, de negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá comerciando en vinos. Estuvo muchas veces a punto de hacer fortuna, lo que no consiguió por indiferencia. Era de esos hombres que se dejan llevar por los acontecimientos sin protestar nunca. Su vida, él la comparaba con la marcha de uno de esos troncos que van por el río, que, si nadie los recoge, se pierden, al fin, en el mar.
 Su inercia y su pereza eran más de pensamiento que de manos ; su alma huía de él muchas veces ; le bastaba mirar el agua corriente, contemplar una nube o una estrella, para olvidar el proyecto más importante de su vida, y cuando no lo olvidaba por esto, lo abandonaba por cualquier otra cosa, sin saber por qué, muchas veces.
 Últimamente se había encontrado en una estancia del Uruguay, y como Elizabide era agradable en su trato y no muy desagradable en su aspecto, aunque tenía ya sus treinta y ocho años, el dueño de la estancia le ofreció la mano de su hija, una muchacha bastante fea, que estaba en amores con un mulato. Elizabide, a quien no le parecía mal la vida salvaje de la estancia, aceptó, y ya estaba para casarse cuando sintió la nostalgia de su pueblo, del olor a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra vascongada. Como en sus planes no entraban las explicaciones bruscas, una mañana, al amanecer, advirtió a los padres de su futura que iba a ir a Montevideo a comprar el regalo de bodas ; montó a caballo, y luego en el tren, llegó a la capital, se embarcó en un transatlántico, y después de saludar cariñosamente la tierra hospitalaria de América, se volvió a España.
  Llegó a su pueblo, un pueblecillo de la provincia de Guipúzcoa ;  abrazó a su hermano Ignacio, que estaba allí de boticario ; fue a ver a su nodriza, a quien prometió no hacer ninguna escapatoria más, y se instaló en su casa. Cuando corrió por el pueblo la voz de que no sólo no había hecho dinero en América, sino que lo había perdido, todo el mundo recordó que antes de salir de la aldea ya tenía fama de fatuo, de insustancia y de vagabundo.
 Él no se preocupaba absolutamente nada por estas cosas ; cavaba en su huerta, y en los ratos perdidos trabajaba en construir una canoa para andar por el río, cosa que a todo el pueblo indignaba. 
 Elizabide el Vagabundo creía que su hermano Ignacio, la mujer y los hijos de éste le desdeñaban, y por eso no iba a visitarlos más que de cuando en cuando ; pero pronto vio que su hermano y su cuñada le estimaban y le hacían reproches porque no iba a verlos. Elizabide comenzó a acudir a casa de su hermano con más frecuencia.
 La casa del boticario estaba a la salida del pueblo, completamente aislada ; por la parte que miraba al camino tenía un jardín rodeado de una tapia, y por encima de ella salían ramas de laurel de un verde oscuro que protegían algo la fachada del viento del Norte. Pasando el jardín estaba la botica.
 La casa no tenía balcones, sino sólo ventanas, y éstas abiertas en la pared, sin simetría alguna ; quizá esto era debido a que algunas de ellas estaban tapiadas.
 Al pasar en el tren o en el coche por las provincias del Norte, ¿no habéis visto casas solitarias que, sin saber por qué, os daban envidia? Parece que allá dentro se debe de vivir bien, se adivina una existencia dulce y apacible ; las ventanas, con cortinas, hablan de interiores casi monásticos, de grandes habitaciones amuebladas con arcas y cómodas de nogal, de inmensas camas de madera ; de una existencia tranquila, sosegada, cuyas horas pasan lentas, medidas por el alto reloj de alta caja, que lanza en la noche su sonoro tic-tac.
 La casa del boticario era de éstas ; en el jardín se veían jacintos, heliotropos, rosales y enormes hortensias, que llegaban hasta la altura de las ventanas del piso bajo. Por encima de la tapia del jardín caían como en cascada un torrente de rosas blancas, sencillas, que en vascuence se llaman chornas (locas) por lo frívolas que son y por lo pronto que se marchitan y se caen.
 Cuando Elizabide el Vagabundo fue a casa de su hermano, ya con más confianza, el boticario y su mujer, seguidos de todos los chicos, le enseñaron la casa, limpia clara y bienoliente; después fueron a ver la huerta, y aquí Elizabide el Vagabundo vio por primera vez a Maintoni, que, con la cabeza cubierta con un sombrero de paja, estaba recogiendo guisantes en la falda del delantal. Elizabide y ella se saludaron friamente.
 -Vamos hacia el río -le dijo a su hermana la mujer del boticario-. Diles a las chicas que lleven el chocolate allí.
  Maintoni se fue hacia la casa, y los demás, por una especie de túnel largo, formado por perales que tenían las ramas extendidas como las varillas de un abanico, bajaron a una plazoleta que estaba junto al río, entre árboles, en donde había una mesa rústica y un banco de piedra. El sol, al penetrar entre el follaje, iluminaba el fondo del río, y se veían las piedras redondas del cauce y los peces que pasaban lentamente, brillando como si fueran de plata. La tarde era de una tranquilidad admirable; el cielo, azul, puro y tranquilo.
 Antes de caer la tarde, las dos muchachas de casa del boticario vinieron con bandejas en la mano, trayendo chocolate y bizcochos. Los chicos se abalanzaron sobre los bizcochos como fieras. Elizabide el Vagabundo habló de sus viajes, contó algunas aventuras y tuvo suspensos de sus labios a todos. Sólo ella, Maintoni, pareció no entusiasmarse gran cosa con aquellas narraciones.
 -Mañana vendrás, tío Pablo, ¿verdad? -le decían los chicos.
 -Sí, vendré.
Y Elizabide el Vagabundo se marchó a su casa y pensó en Maintoni y soñó con ella. La veía, en su imaginación, tal cual era : chiquitilla, esbelta, con sus ojos negros, brillantes, rodeada de sus sobrinos, que la abrazaban y la besuqueaban.
 Como el mayor de los hijos del boticario estudiaba el tercer año del Bachillerato, Elizabide se dedicó a darle lecciones de francés, y a estas lecciones se agregó Maintoni.
 Elizabide comenzaba a sentirse preocupado con la hermana de su cuñada, tan serena, tan inmutable ; no se comprendía si su alma era un alma de niña, sin deseos ni aspiraciones, o si era una mujer indiferente a todo lo que no se relacionase con las personas que vivían en su hogar. El vagabundo la solía mirar absorto. "¿Qué pensará?", se preguntaba. Una vez se sintió atrevido, y le dijo:
 -Y usted ¿no piensa casarse, Maintoni?
 - ¡Yo! ¡Casarme!
 - ¿Por qué no?
 - ¿Quién va a cuidar de los chicos si me caso? Además, yo ya soy una  nescazarra (solterona) -contestó ella riéndose.
 - ¡A los veintisiete años solterona! Entonces, yo, que tengo treinta y ocho, debo de estar en el último grado de la decrepitud.
 Maintoni a esto no dijo nada ; no hizo más que sonreir.
 Aquella noche Elizabide se asombró al ver lo que le preocupaba la Maintoni.
 "¿Qué clase de mujer es ésta? -se decía-. De orgullosa no tiene nada, de romántica, tampoco, y, sin embargo..."
 En la orilla del río, cerca de un estrecho desfiladero, brotaba una fuente, que tenía un estanque profundísimo ; el agua parecía allí de cristal, por lo inmóvil. "Así era, quizá, el alma de Maintoni -se decia Elizabide-, y, sin embargo..." Sin embargo, a pesar de sus definiciones, la preocupación no se desvanecía ; al revés, iba haciéndose mayor.
 Llegó el verano; en el jardín de la casa del boticario reuníase toda la familia, Maintoni y Elizabide el Vagabundo. Nunca fue éste tan exacto como entonces, nunca tan dichoso y tan desgraciado, al mismo tiempo. Al anochecer, cuando el cielo se llenaba de estrellas y la luz pálida de Júpiter brillaba en el firmamento, las conversaciones se hacían más intimas, más familiares, coreadas por el canto de los sapos. Maintoni se mostraba más expansiva, más locuaz.
 A las nueve de la noche, cuando se oía el sonar de los cascabeles de la diligencia que pasaba por el pueblo, con un gran farol sobre la capota del pescante, se disolvía la reunión, y Elizabide se marchaba a su casa, haciendo proyectos para el día de mañana, que giraban siempre alrededor de Maintoni. 
 A veces, desalentado se preguntaba : "¿No es imbécil haber recorrido el mundo para venir a caer en un pueblecillo y enamorarse de una señorita de aldea?" ¡Y quién se atrevía a decir nada a aquella mujer tan serena, tan impasible!
 Fue pasando el verano, llegó la época de las fiestas, y el boticario y su familia se dispusieron a celebrar la romería de Arnazábal, como todos los años.
 -¿Tú también vendrás con nosotros? -le preguntó el boticario a su hermano.
 -Yo, no.
 -¿Por qué no?
 -No tengo ganas. 
 -Bueno, bueno; pero te advierto que te vas a quedar solo, porque hasta las muchachas vendrán con nosotros.
 -¿Y usted también? -dijo Elizabide a Maintoni.
 -Sí. ¡Ya lo creo! A mí me gustan mucho las romerías.
 -No hagas caso, que no es por eso -replicó el boticario-. Va a ver al médico de Arnazábal, que es un muchacho joven , que el año pasado le hizo el amor.
 -¿Y por qué no? -exclamó Maintoni , sonriendo.
 Elizabide el Vagabundo palideció, enrojeció; pero no dijo nada.
 La víspera de la romería, el boticario le volvió a preguntar a su hermano:
 -Conque vienes, ¿o no?
 -Bueno. Iré -murmuró el vagabundo.
 Al día siguiente se levantaron temprano y salieron del pueblo; tomaron la carretera, y después, siguiendo veredas, atravesando prados cubiertos de altas hierbas y de purpúreas digitales, se internaron en el monte. La mañana estaba húmeda , templada; el campo, mojado por el rocío; el cielo, azul muy pálido, con algunas nubecillas blancas que se deshilachaban en estrías tenues. A las diez de la mañana llegaron a Arnazábal, un pueblo en un alto, con su iglesia, su juego de pelota en la plaza y dos o tres calles formadas por caseríos.
 Entraron en el caserío propiedad de la mujer del boticario y pasaron a la cocina. Allí comenzaron los agasajos y los grandes recibimientos de la vieja de la casa, que abandonó la labor de echar ramas al fuego y mecer la cuna de un niño; se levantó del fogón bajo, en donde estaba sentada, y saludó a todos, besando a Maintoni, a su hermana y a los chicos. Era una vieja flaca, acartonada, con un pañuelo negro en la cabeza. Tenía la nariz larga y ganchuda, boca sin dientes, la cara llena de arrugas y el pelo blanco.
 -Y ¿vuestra merced es el que estaba en las Indias? -preguntó la vieja a Elizabide, encarándose con él.
 -Sí, yo era el que estaba allá.
 Como habían dado las diez, y a esta hora empezaba la misa mayor, no quedaba en casa más que la vieja. Todos se dirigieron a la iglesia.
 Antes de comer, el boticario, ayudado de su cuñada y de los chicos, disparó desde una ventana del caserío una barbaridad de cohetes, y después bajaron todos al comedor. Había más de veinte personas en la mesa, entre ellos el médico del pueblo, que se sentó cerca de Maintoni y tuvo para ella y para su hermana un sinfín de galanterías y de oficiosidades.
 Elizabide el Vagabundo sintió una tristeza tan grande en aquel momento, que pensó en dejar la aldea y volverse a América. Durante la comida, Maintoni le miraba mucho a Elizabide.
 "Es para burlarse de mí -pensaba éste-. Ha sospechado que la quiero, y coquetea con el otro. El golfo de Méjico tendrá que ver otra vez conmigo".
 Al terminar la comida eran más de las cuatro; había comenzado el baile. El médico, sin separarse de Maintoni, seguía galanteándola, y ella mirando a Elizabide.
 Al anochecer, cuando la fiesta estaba en su esplendor, comenzó el aurrescu. Los muchachos, agarrados de las manos, iban dando vueltas a la plaza, precedidos de los tamborileros; dos de los mozos se destacaron, se hablaron, parecieron vacilar, y descubriéndose, con las boinas en la mano, invitaron a Maintoni para ser la primera, la reina del baile. Ella trató de disuadirlos en vascuence; miró a su cuñado, que sonreía; a su hermana, que también sonreía, y a Elizabide, que estaba fúnebre.
 -Anda, no seas tonta -le dijo su hermana.
 Y comenzó el baile, con todas sus ceremonias y saludos, recuerdos de una edad primitiva y heróica. Concluido el aurrescu, el boticario sacó a bailar el fandango a su mujer, y el médico a Maintoni.
 Oscureció. Fueron encendiéndose hogueras en la plaza, y la gente fue pensando en la vuelta. Después de tomar chocolate en el caserío, la familia del boticario y Elizabide emprendieron el camino hacia casa.
 A lo lejos, entre los montes, se oían los irrintzis de los que volvían de la romería, gritos como relinchos salvajes. En las espesuras brillaban los gusanos de luz como estrellas azuladas, y los sapos lanzaban su nota de cristal en el silencio de la noche serena. De cuando en cuando, al bajar alguna cuesta, al boticario se le ocurría que se agarraran todos de la mano, y bajaban la cuesta cantando :
                             Aita, San Antoniyó
                             Urquiyolacua.
                             Ascoren biyotzeco
                             santo devotua.

 A pesar de que Elizabide quería alejarse de Maintoni, con la cual estaba indignado, dio la coincidencia de que ella se encontraba  junto a él. Al formar la cadena, ella le daba la mano, una mano pequeña, suave y tibia. De pronto, al boticario, que iba el primero, se le ocurría pararse y empujar para atrás, y entonces se daban encontronazos los unos contra los otros, y ,a veces, Elizabide recibía en sus brazos a Maintoni. Ella, reñía alegremente a su cuñado y miraba al vagabundo, siempre fúnebre.
 -Y usted, ¿por qué está tan triste? -le preguntó Maintoni, con voz maliciosa, y sus ojos negros brillaron en la noche.
 -¡ Yo! No sé. Esta maldad de hombre que, sin querer, le entristecen las alegrías de los demás.
 -Pero usted no es malo -dijo Maintoni, y le miró tan profundamente con sus ojos negros, que Elizabide el Vagabundo se quedó tan turbado, que pensó que hasta las mismas estrellas notarían su turbación.
  -No, no soy malo -murmuró Elizabide-; pero soy un fatuo, un hombre inútil, como dice todo el pueblo.
  -¿Y eso le preocupa a usted, lo que dice la gente que no lo conoce?
  -Sí; temo que sea la verdad, y para un hombre que tendrá que marcharse otra vez a América es un temor grave.
  -¿Marcharse?¿Se va usted a marchar? -murmuró Maintoni con voz triste.
  -Sí.
 -Pero ¿por qué?
 -¡Oh! A usted no se lo puedo decir.
 -¿Y si yo lo adivinara?
 -Entonces lo sentiría mucho, porque se burlaría usted de mí, que soy viejo...
 -¡Oh, no!
 -Que soy pobre.
 -No importa.
 -¡Oh, Maintoni! ¿De veras? ¿No me rechazaría usted?
 -No, al revés.
 -Entonces...¿me querrás como yo te quiero? -murmuró Elizabide el Vagabundo en vascuence.
 -Siempre, siempre...
 Y Maintoni inclinó su cabeza sobre el pecho de Elizabide, y éste la besó en su cabellera castaña.
 -¡Maintoni! ¡Aquí! -le dijo su hermana; y ella se alejó de él; pero se volvió a mirarle una vez, y muchas.
 Y siguieron todos andando hacia el pueblo por los caminos solitarios. En derredor vibraba la noche llena de misterios; en el cielo palpitaban  los astros. Elizabide el Vagabundo, con el corazón anegado de sensaciones, inefables, sofocado de felicidad, miraba con los ojos muy abiertos una estrella lejana, muy lejana, y le hablaba en voz baja...

                                                               Elizabide el Vagabundo. (PÍO BAROJA)    
                                                                                                                 



           

viernes, 12 de septiembre de 2014

El origen de la carrera de Maratón

 

  
Pongámonos en situación. En el año 490 a.d.C. el Imperio Persa es una gran potencia político-militar que domina un vastísimo territorio que va desde el Indo hasta el Oriente Próximo, abarcando Mesopotamia, Egipto, Palestina, Fenicia y toda la península que forma Asia Menor. En las costas orientales de esta última, los medos o persas también han conquistado varias ciudades griegas. Grecia no constituye una entidad política cohesionada. Es un conjunto de ciudades libres e independientes. Una de estas, Atenas, ha alentado la rebelión de las colonias griegas (fundadas por ella misma) en el litoral de Asia Menor. Los persas aplastan dicha revuelta y ponen toda su maquinaria militar en marcha para destruir la ciudad de los atenienses. Una flota de 100.000 hombres se dirige contra Atenas. Ésta pide ayuda a su rival habitual, Esparta, para luchar contra el temible enemigo común. Pero los espartanos celebran una festividad religiosa que durante nueve días les tiene vedada la guerra. Únicamente acuden a la llamada los ciudadanos de Platea.

La batalla de Maratón
 La flota persa desembarca en un lugar llamado Maratón, cerca de Atenas. Allí, 10.000 atenienses dirigidos por Milcíades, consumado estratega militar,  apoyados sólo por ciudadanos de Platea, se disponen a enfrentarse a una fuerza  muy superior. Gracias al genio del general ateniense, conocedor de las estrategias persas, los hoplitas griegos atacan sorpresivamente de manera brutal y desactivan la potente baza de los arqueros medos. Esta fulminante actuación impide también la entrada en acción de la caballería persa. La victoria griega es total.
 Pero parte del grueso de la tropa de los medos huye a las embarcaciones y la flota se dirige hacia la desprotegida Atenas para continuar la invasión. Ahora, el problema es el tiempo. En la ciudad griega nadie imagina una victoria sobre los persas y todos temen lo peor. Las mujeres griegas, ante la amenaza de una inevitable masacre por parte de los invasores, tienen decidido matar a sus hijos y luego suicidarse ellas si no hay noticias antes de la puesta de sol. Entonces, Milcíades elige a Filípides, que ha combatido a su lado, para que sin perder un instante vaya corriendo y lleve cuanto antes a los atenienses la noticia de la victoria griega sobre los persas. Filípides, célebre atleta de los juegos olímpicos panhelénicos, al límite de sus fuerzas,  recorrió los 42 km y 195 m que separaban  Maratón de Atenas y llegó a tiempo de avisar. Arribó  al ágora y solo pudo decir una palabra : Niké! (Victoria!). Cayó muerto en el acto, exhausto por el tremendo esfuerzo.
 Por suerte para los helenos, el viaje por mar era más largo que el camino por tierra. También Milcíades con todo su ejército recorrió a marchas forzadas el trayecto desde Maratón hasta Atenas. Justo cuando estaban en el puerto, las tropas del ateniense  divisaron en el horizonte a la flota de los invasores. Éstos, al descubrir a los griegos desistieron de seguir luchando y se retiraron definitivamente. Se conjuraba así de manera definitiva el peligro.
 Muy otra hubiera sido la historia de Occidente si los persas llegan a vencer a los atenienses, impidiendo así el desarrollo de la gran civilización que forjaron, muchos de cuyos paradigmas perduran todavía. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

La antigüedad del hombre sobre la Tierra.


 El hombre es un recién llegado al planeta. Lo ha dominado en los más diversos hábitats, lo ha modelado y, como se va viendo, ejerce una influencia no siempre beneficiosa. Pero, hay que repetirlo, somos unos huéspedes muy nuevos. Hagamos una comparación proporcional que nos muestre con sencillez lo corto de nuestra estancia en la Tierra.
Si el periodo de 4.500 millones de años que tiene el cuerpo celeste que habitamos lo conseguimos reducir a la escala de un día terrestre, a 24 horas, ésta es una breve cronología de lo que ha sucedido a lo largo de todo este tiempo :

00.00 Horas - El planeta formado
04.00 Horas - Comienza a originarse la vida. Aparición de los primeros organismos unicelulares.
20.30 Horas - Primeras plantas marinas
20.50 Horas - Primeras medusas. Fauna ediacarana.
21.04 Horas - Primeros trilobites.
22.00 Horas - Comienzan un poco antes a brotar las plantas en la tierra.
22.24 Horas - Grandes bosques carboníferos cubren el planeta. Sus residuos fósiles son el carbón y el petróleo actuales. Hacen acto de presencia también los primeros insectos alados.
23.00 Horas - Un poco antes han ido apareciendo los dinosaurios
23.39 Horas - Desaparición de los dinosaurios. Comienza la era de los mamíferos.
23.58 Horas y 43 segundos - Surgen las primeras especies humanas.
24.00 Horas - Actualidad

(Fuente : "Cradle of Life". J. William Shopf)


jueves, 14 de agosto de 2014

La precaución del rey Mitrídates frente a los venenos


Mitrídates VI, denominado Eupator Dionysius (132 a.d.C.- 63 a.d.C.), también conocido como Mitrídates El Grande, rey del Ponto desde el año 120 a.d.C.  hasta su muerte, fue un gran enemigo de la República de Roma. Sostuvo contra la potencia política y militar de la época las llamadas tres Guerras Mitridáticas. Terminó siendo vencido al final. Su reino, el Ponto, estaba situado en la región noreste de la península de Anatolia, en la costa del Mar Negro, el Ponto Euxino de los griegos.

Pero a pesar de todos estos datos históricos, Mitrídates pasó a la posteridad por su temor a ser envenenado y por las medidas que puso en práctica para evitar dicha amenaza. Como muchos otros poderosos de cualquier época se valía de sirvientes para que consumieran previamente toda aquella bebida y comida destinada para él. Pero esto no le era suficiente. Su obsesión por ponerse a salvo de cualquier peligro de envenenamiento le hizo estudiar todas las sustancias letales conocidas y buscar sus antídotos. Asesorado por médicos de su absoluta confianza hacía que personas condenadas a muerte probaran todas las posibles pózimas tóxicas. Pero siguió haciendo más. Comenzó a ingerir pequeñas cantidades no letales de venenos para que su organismo se acostumbrara a tolerarlos. Poco a poco fue subiendo las dosis hasta que se sintió inmune a todas esas sustancias. A tal grado llegó esa inmunidad que cuando cayó derrotado y decidió suicidarse para evitar que lo apresaran vivo los romanos, el tóxico que utilizó no surtió efecto. Hubo de recurrir a uno de sus oficiales para que lo matara con su espada...

(Texto: © Mariano López A. Abellán)

martes, 12 de agosto de 2014

Venus: el planeta ardiente.



A veces se fantasea de manera futurista con viajes espaciales tripulados a otros planetas. Es una manera imaginar. Enseguida nos ponemos en situación y nos vemos en naves y sondas  rumbo a otros mundos. Veamos qué nos pasaría si decidiéramos viajar a Venus.
Para empezar, hay que decir que el segundo planeta más cercano al sol, después de Mercurio, es rocoso, de atmósfera muy densa y de un tamaño similar a la Tierra. Venus, además, sufre un efecto invernadero exacerbado, pues tiene una capa  de nubes de 20 Km. de espesor y de una gran densidad, con una atmósfera que contiene un 96% de CO2. Esto provoca una temperatura media en su superficie de unos 480ºC (Sí, cuatrocientos ochenta grados centígrados). Para completar la situación, a ras de suelo la presión atmosférica es noventa veces superior a la de la Tierra a nivel del mar. El panorama se vuelve aún más "idílico" si consideramos que Venus está cubierto de espesas nubes de ácido sulfúrico (que provocan continuamente una lluvia de esta sustancia) y además, al reflejar la luz del sol le dan esa luminosidad tan característica. De ahí que se le llame la estrella de la mañana (Lucero del Alba) o la estrella de la tarde (Lucero Vespertino). Puede ser observado durante el día, siendo, junto a la Luna y el Sol, uno de los tres únicos cuerpos celestes visualizables a simple vista.
 Si a pesar de todas estas dificultades decidiéramos emprender el viaje para pasar un sólo día en este planeta, este día sería muy largo. El periodo de rotación de Venus es de 243 días terrestres. Como su periodo orbital es de 224,7 días terrestres, este detalle nos lleva a la paradoja de que en Venus el día dura más que el año. Verdaderamente curioso.

viernes, 8 de agosto de 2014

El liquen : la simbiosis perfecta


Si hay un ejemplo de sociedad bien avenida, ésta es la que forman un hongo y un alga para formar el liquen.
Esta simbiosis permite a dichos organismos colonizar ecosistemas extremos en los que el desarrollo de estas formas de vida por separado, sin integrarse en dicha unión, sería poco menos que imposible. 
 En una simple roca sin ningún tipo de sustancia alimenticia pueden arraigar y desarrollarse. El hongo produce ácidos que disuelven la superficie de la roca, liberándose minerales que el alga transforma en alimento para ambos.
Viven en medios en los que no lo podría hacer ningún otro tipo de organismo, en ecosistemas con una gran escasez de nutrientes. En zonas de la Antártida donde nada puede subsistir podemos encontrar grandes superficies de líquenes. También los podemos hallar en regiones desérticas.
 El hongo se llama micobionte y el alga ficobionte. El hongo protege de la desecación, obteniendo agua y minerales del medio donde viven,  mientras el alga, mediante la fotosíntesis, proporciona materia orgánica para el hongo. 

jueves, 7 de agosto de 2014

El mobiliario de las casas medievales


El mobiliario de las casas medievales solía ser muy austero. Eso proporcionaba una impresión de vacío, de sencillez, muy característica.  Cuatro eran los muebles fundamentales que servían tanto a los campesinos como a los habitantes de las pequeñas e incipientes ciudades, es decir a los primeros residentes de los burgos. Eran los siguientes:
-La cama. Era el mueble por excelencia. Solía ser de gran tamaño porque era usada por varias personas a la vez, hasta seis en algunas ocasiones. Casi toda la familia podía dormir en la misma cama. Los colchones solían estar rellenos de paja, cuando se trataba de gente humilde. Otros más pudientes los tenían de plumas, lo que constituía una señal de confort. La ropa de la cama variaba desde la sarga hasta el lino.
- La mesa. De gran importancia en los europeos medievales. Las había de diferentes tipos, desde las que descansaban sobre caballetes y se desmontaban tras terminar de comer (de ahí la expresión : quitar la mesa) hasta las adosadas sobre la pared.
- Los bancos. Hay una descripción  de sus dimensiones habituales: dos palmos de anchura y de uno y medio a dos de altura. A veces había un asiento especial reservado al padre de familia. Era frecuente la utilización de cojines para paliar la dureza de la madera.
- Las arcas. En ellas se guardaban los enseres familiares, desde la ropa hasta los utensilios domésticos, incluso los alimentos. Tenían a veces herrajes muy complicados. Podían servir también, en ocasiones, de asiento. Los objetos de más valor se guardaban en cofres, de menor tamaño y más manejables.

miércoles, 6 de agosto de 2014

¿Por qué enfrían los botijos?

 
El agua, para pasar del estado líquido al estado de vapor necesita una determinada cantidad de energía. Esa energía la absorbe del ambiente, por lo cual se produce un enfriamiento. Así pues, en los procesos de evaporación, que son de los llamados endotérmicos, se produce un descenso de temperatura. Todos sabemos la sensación de frescor que se siente cuando nos humedecemos la piel con alcohol o colonia. Estas sustancias se evaporan con más rapidez que el agua.
 Por eso, cuando la humedad del ambiente es muy grande, nos cuesta transpirar porque la presión de vapor de agua en el aire ya es muy alta y hay resistencia a nuevas evaporaciones. No transpiramos, no evaporamos agua desde nuestra piel y no provocamos enfriamiento en nuestra epidermis. La sensación de calor es entonces mayor. Por eso, a igualdad de temperatura la sensación de bochorno es mucho mayor cuando la humedad es más alta.
 Los botijos están hechos a base de arcilla. Este material es muy poroso y el agua del interior transpira por esos poros. Cuando ese agua se evapora se produce el consabido enfriamiento y conseguimos una bebida más fresca. Si el ambiente es seco, la evaporación es mayor y la temperatura puede descender hasta 10ºC.
Pensemos en lo que suponía el uso de estos utensilios en épocas en las que no había frío artificial en los climas más calurosos...

sábado, 19 de julio de 2014

La curiosa forma de caminar del camello bactriano


 El camello bactriano o camello de dos jorobas (Camelus bactrianus), pariente del dromedario o camello de una sola giba o joroba, habita en diversas zonas del Asia central, desde  Irán a Mongolia. 
  Es una especie habituada a vivir en condiciones climáticas extremas. Da muestras también  de una gran resistencia, pudiendo pasar de cinco a siete días sin ingerir agua ni alimentos. La grasa que acumula en sus jorobas le ayuda a aguantar estos periodos de ayuno. Se puede alimentar de cualquier tipo de vegetación. 
  Es capaz de recorrer distancias de 40 a 50 km al día con cargas de hasta 400 kg de peso. 
 Posee unas largas pestañas que le protegen los ojos durante las tormentas de arena. También puede abrir y cerrar a voluntad los orificios nasales mediante una musculatura especial. 
  Una adaptación de los dedos que le confieren más superficie de apoyo le permite caminar sobre la arena sin hundirse apenas en ella.  
 Vive en manadas de entre 6 y 30 individuos lideradas por un macho, en las que abundan hembras y otros machos jóvenes.
 Pero su característica más curiosa es la forma que tiene de caminar. Mueve a la misma vez las patas de un  lado del cuerpo y a continuación  las del otro lado. Todo lo contrario que la mayoría de las especies animales, que mueven simultáneamente la extremidad anterior y la posterior del lado contrario. Esa manera de desplazarse recuerda el movimiento de un barco, por lo que no es de extrañar que al camello le apoden  “barco del desierto”. 
 Por cierto, el animal que camina de esta curiosa manera recibe el nombre de AMBLADOR. Deriva del verbo amblar, que es como se denomina  a esta peculiar  forma de desplazarse.


(Texto: © Mariano López A. Abellán)


  (Imagen bajo licencia de documentación libre GNU. Pareja de camellos bactrianos en el zoológico de Praga. Fotografía de Hok, usuario de Wikipedia)

La histórica erupción del volcán Tambora.


 En 1815 se produjo la erupción volcánica más intensa de los últimos 10.000 años. Fue en el Tambora, un volcán situado en la isla indonesia de Sumbawa.  No menos de 100.000 personas fallecieron como consecuencia  de este fenómeno. La explosión llegó a escucharse hasta en la isla de Sumatra, a 2.000 kilómetros de distancia. 
 Su potencia fue equivalente a  la de 60.000 bombas atómicas del tamaño de la de Hiroshima. Su volumen de eyección ascendió a unos 240 kilómetros cúbicos. Se esparció por la atmósfera tal cantidad de ceniza, polvo y arenilla que se atenuó la intensidad del sol en casi todo el planeta y 1816 fue conocido como "el año sin verano" debido a los cambios climáticos ocasionados en Europa y América del Norte, donde hubo pérdida de cosechas, pereció el ganado y se originó una gran hambruna. En Nueva Inglaterra el año se llamó popularmente Mil Ochocientos Hielo y Muerte. 
      Las puestas de sol adquirieron un colorido insólito, con la sensación de que una gasa envolvía el horizonte donde se ocultaba el astro rey. Esto lo captó de manera magistral el pintor J.M.W. Turner
    Es posible también que este estado de la atmósfera provocado por la erupción volcánica, con esa disminución de luminosidad, inspirara los  siguientes versos de Lord Byron escritos por esas fechas :

      Yo tuve un sueño, que no era un sueño.
      El luminoso sol se había extinguido y las estrellas 
     vagaban sin rumbo...
                             LORD BYRON, Darkness 

[Imagen: "Aerial view of the caldera of Mt Tambora at the island of Sumbawa, Indonesia " (Jialiang Gao)]

El afeitado de la barba durante el Imperio Romano.



Desde la antigüedad se dejaban crecer la barba de forma generalizada tanto los griegos como los romanos . Fue  Alejandro Magno quien impuso el rasurado del rostro en los primeros. Por su parte, los ciudadanos de Roma adoptaron esa moda unos ciento cincuenta años más tarde. Titus Quinctius Flaminus sale con barba en sus monedas proconsulares en los primeros años del siglo II a.d.C. Durante la generación posterior ya son muchos menos los romanos que la llevaban. Siempre eran los emperadores y los máximos mandatarios los que imponían la estética de la época. Escipión Emiliano se hacía afeitar todos los días. Cuarenta años después ese hábito estaba extendido de forma universal en la sociedad romana. Sila, Julio César, Augusto continuaron imponiendo esa costumbre. El afeitado era diario y solo se dejaba de hacer como forma de expresión de alguna desgracia. (César no lo hizo el día en que los eburones aniquilaron a sus lugartenientes; Antonino, después de su derrota en Módena; Augusto cuando supo de la noticia del desastre de Varus).
El barbero de ese tiempo era el llamado tonsor. Nadie se afeitaba solo. Las clases altas lo tenían a su servicio permanente en el hogar. Allí, estos "tonsores" se encargaban del aseo personal, barba y cabello de sus amos (cura corporis). Pero había otros que se establecían en las tonstrinas, un equivalente a las actuales peluquerías y barberías. Éstas constituían un mentidero, un punto de cita, lugar donde se despachaban asuntos de todo tipo.
 Las tarifas del tonsor eran muy elevadas. Para las clases más humildes había tonsores menos cualificados que realizaban su trabajo en plena calle, con precios, evidentemente, mucho más económicos.
 La cuchillas barberas eran de hierro, no se usaba ninguna sustancia, ni espuma, ni crema lubricante. Simplemente se remojaba la cara con agua.
 El primer afeitado de la vida de un joven constituía un acto social de una gran trascendencia cuya celebración daba lugar a una ceremonia religiosa : la depositio barbae.  Pasada cierta edad, y a no ser que se tratara de un soldado o de un filósosfo, estaba mal visto retrasar dicho ritual.
   Los barberos más reputados tenían fama de una lentitud desesperante. En cambio, la actividad de tonsores más rápidos y económicos llevaba aparejada, en muchos casos, la ejecución de auténticas carnicerías en los rostros de los ciudadanos más humildes y menos pudientes.

A principios del siglo II  los romanos comenzaron a cansarse del afeitado y cuando el emperador Adriano se dejó la barba rizada con la que aparece en monedas, bustos y estatuas, fue entusiasta la forma con que acogió la población la nueva estética. Marcó tendencia e impuso la moda de los rostros barbados. Nadie echó en falta la costumbre del afeitado diario...
(Mariano López-Acosta)



El principio de incertidumbre de Heisenberg


Heisemberg (1901-1976)  enunció y logró demostrar en 1927 que es imposible calcular con exactitud y simultáneamente la posición y  el momento lineal (cantidad de movimiento) de cualquier objeto.
 Una reflexión que se deduce de este enunciado es la imposibilidad de la determinación exacta de las propiedades y magnitudes de la materia. Todo intento de medición implica, por mínima e insignificante que parezca, una interacción con el objeto de dicha determinación, dando como consecuencia la alteración del estado inicial cuyas magnitudes pretendíamos calcular.
 Si deseamos medir la temperatura de una bañera llena de agua caliente introducimos en ella un termómetro. Como el termómetro está frío, ésto, de por sí, ya altera la temperatura inicial del objeto de nuestro cálculo, el agua caliente. En una cantidad irrisoria, insignificante, despreciable,  pero que ya no nos garantiza una exactitud absoluta, ideal. Nunca podremos obtener un aparato tan pequeño que no altere las magnitudes a medir. Una sola partícula atómica y un cuanto de energía, al interaccionar, ya introducen un cambio en la materia. Incluso si nos limitáramos a mirar un objeto, éste lo vemos gracias a los fotones de luz que interaccionan con él. Ya estaríamos alterando la materia y no veríamos exactamente la materia real.   

sábado, 14 de junio de 2014

La tabla de logaritmos




Soy de una generación (la infancia en los sesenta) que vio la llegada de las calculadoras a las aulas, en las clases de matemáticas, como una novedad realmente revolucionaria. Compañeros de algunos cursos superiores hablaban de reglas de cálculo (algún tipo de artilugio que yo no llegué a conocer y que les ayudaba a realizar las correspondientes operaciones numéricas).
 Hay que imaginarse lo que podían ser las cosas a la hora de hacer problemas aritméticos sin la ayuda de estos aparatos. También hay que reconocer que la mente se ejercitaba muchísimo más y ciertamente se lograba una agilidad y rapidez muy difíciles de alcanzar en estos tiempos. Yo, que soy de ciencias, hace muchos años que no hago raíces cuadradas y es muy posible que me haya olvidado por completo de cómo se realiza esta operación. 
  Recuerdo que en mi niñez, cuando íbamos a las tiendas de lo que entonces se conocían como ultramarinos, era muy típica la figura del tendero con un lápiz ya bastante corto apoyado en la oreja y utilizando un trozo de papel grisáceo, de los de envolver alimentos, como elementos de cálculo a la hora de sacar las cuentas de las compras de los clientes. Qué rapidez a la hora de sumar largas retahílas de números. No solían equivocarse, aunque había fama de que su infalibilidad, si se quebraba era para dar errores a su favor. Mal pensada que era la gente...

 Estoy hablando de escenas ciertamente antiguas que me sirven para recrear una época en que se usaba, también en las clases de matemáticas, algo que hoy en día puede parecer totalmente anacrónico. Me refiero a la  TABLA DE LOGARITMOS.
 Cómo pasa el tiempo y cómo cambian las costumbres. Y pensar que yo llegué a manejar en algún momento este libro para saber cual era el logaritmo de por ejemplo  6779,7343...Y es que no había otro medio de calcularlo.
 Era un volumen que se titulaba así, como sigue:

TABLAS DE LOS LOGARITMOS VULGARES DE LOS NÚMEROS DESDE 1 HASTA 20.000 Y DE LAS LÍNEAS TRIGONOMÉTRICAS
 Seguidas de otras muchas tablas de uso frecuente en las ciencias, las artes y el comercio, con un apéndice para determinar casi automáticamente y con suma rapidez el logaritmo de un número (y viceversa) con 7, 8 y hasta 20 decimales exactos.




  El autor era D. VICENTE  VÁZQUEZ QUEIPO 
 y era descrito en la misma tapa del libro como:


Individuo de número de las Reales Academias de Ciencias y de la Historia. Miembro correspondiente del Instituto de Francia y de otras sociedades científicas extranjeras.



Seguía en la misma portada una sucinta descripción de los galardones que había obtenido este trabajo del autor:
OBRA DECLARADA DE TEXTO POR EL CONSEJO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA
y premiada en la Exposición Universal de París de 1867 y con Medalla de plata en la Universal de Barcelona de 1888.

 El volumen que yo poseo es la 45ª Edición. Completa toda la información de la tapa la siguiente leyenda:

 MADRID. LIBRERÍA Y CASA EDITORIAL HERNANDO S.A. (Fundada el año 1828)
Calle del Arenal, 11, y Ferraz, 11


 

Algo que me llama mucho la atención es la fecha de esta edición, el año 1974.  Creo que ya por entonces había calculadoras. Pero aun así, esta obra decimonónica se resistía a caer en desuso.
 Valoro mucho este libro. Hoy en día lo veo como un vestigio de un tiempo en el que en una España atrasada y  alejada paulatinamente del progreso europeo había gente, muy poca y luchando contracorriente, que perseveraba en el interés por la ciencia y  sus aplicaciones.  En un país en que alguna de sus mentes más lúcidas llegó incluso a decir : "Que inventen ellos".

lunes, 2 de junio de 2014

Giacomo Casanova




 Giacomo Casanova, personaje conspicuo del siglo XVIII, fue viajero, violinista, masón, escritor, estudioso de la oftalmología, políglota, iniciado en los saberes esotéricos y ocultos, amante impenitente de mujeres de todo tipo y condición... Él se definía a sí mismo como filósofo.  Su existencia encierra muchos enigmas. Su obra principal, “Histoire de ma vie” es un fresco grandioso de la sociedad de su tiempo. Es también una herramienta excepcional para los estudiosos de esa época. Hasta los cambios monetarios que describe entre los muchos tipos de  divisas de los estados que visitaba son una fuente única para la investigación del tiempo que le tocó vivir.

CUANDO HABLAMOS HOY en día de Giacomo Casanova no podemos evitar traer a nuestra imaginación la figura de un mujeriego, de un aventurero. La cultura popular ha creado ese cliché a partir de la imagen  del veneciano. Ser un casanova consistiría entonces en practicar la seducción amorosa con cuanta mujer estuviera a nuestro alcance. No se puede decir que no haya una cierta  base real en la vida del personaje a partir de la cual se ha establecido su fama de conquistador impenitente. Pero es que su realidad vital es tan rica que sería de una gran simpleza, de un reduccionismo excesivo circunscribir el interés de su persona a sus seducciones y aventuras amorosas. Y aun reconociendo que fue un hombre de un inmenso éxito en el terreno de las relaciones íntimas con las mujeres hay que dejar bien claro que en modo alguno podemos remitirnos al mito de Don Juan para elaborar una aproximación al retrato de este súbdito de la Serenísima República de Venecia..  Nadie más alejado de los cánones donjuanescos que Giacomo Casanova. No era un burlador, un robador de honras a mayor gloria de su propia vanidad. Casanova amaba a las mujeres, las valoraba  y su respeto hacia ellas daba lugar a una profunda y sincera amistad con aquellas compañeras sentimentales con las  que ya no mantenía una relación amorosa. Admiraba , además de la belleza de sus amantes, sus capacidades intelectuales y cualidades morales. Las separaciones, además, se daban en medio de un gran respeto, sin reproches ni mala conciencia por ninguna de las partes. Siempre se preocupaba de dejar en buena situación a sus parejas tras la ruptura. A menudo les procuraba un benefactor o un marido que les garantizase seguridad. Así pues, hay mucho que matizar a la hora de definir el retrato de seductor del personaje. 
  Casanova aspiró abiertamente a la gloria literaria. A lo largo de mucho tiempo lo intentó con obras de ficción, no autobiográficas. No triunfó ni alcanzó prestigio alguno con este tipo de escritura.  Por otra parte, una inquietud pertinaz, en la que no cabía ningún tipo de pretensión de reconocimiento literario, una última obsesión crepuscular por dejar constancia de sus hechos le empujó a escribir la crónica de su existencia, sus "Memorias", que se publicó con el título original de Histoire de ma vie. No perseguía en este caso ningún éxito literario y fue precisamente esta obra la que le hizo pasar a la posteridad en el mundo de las letras. Ya en vida de su autor tuvo una gran difusión y  despertó el interés de los lectores. La escribió en francés y no en italiano, pensando en que esa lengua estaba más extendida en la mayoría de los países de Europa.

 Habría que hacer una serie de consideraciones acerca de lo que se desprende de la lectura de esta autobiografía. Por una parte se puede considerar un fresco monumental de su época. Al ser la peripecia vital del veneciano tan densa, al viajar por tantos sitios y conocer a tantos personajes relevantes de su tiempo estamos ante un documento utilísimo para descifrar muchas claves históricas. Los investigadores han ido confirmando en su mayor parte la veracidad del relato que si maquilla o falsea algún episodio no altera la auténtica realidad del conjunto de la obra. Y el conocimiento de los pormenores de la trayectoria vital de Giacomo Casanova no hace sino plantear interrogantes que nos confirman lo enigmático de su deambular por cortes y países. Él era una persona  de un gran vitalismo, apuraba su existencia con generosidad, vivía intensamente  pero al mismo tiempo era un hombre práctico dotado de un instinto de supervivencia fuera de lo común, sabedor de lo que convenía y no convenía en cada momento. Aun así, lo asombroso era el aplomo con que deambulaba por los ámbitos más elevados del poder, sabiendo sin duda la fama de personaje turbio, de conducta irregular y enigmático que le acompañaba, y era sorprendente ver cómo era expulsado de un estado y pronto era recibido en la corte de otro con total aceptación. Todo esto no hace sino confirmar la idea de que gozaba de la protección de la masonería y se podría también deducir que los servicios que le encomendaban esta sociedad secreta los llevaba a cabo con una gran eficacia.
 La obra literaria de Casanova, la expresión a través de ella de sus inquietudes y su modo de encarar la existencia podrían hacernos pensar en un personaje arquetípico del romanticismo. Pero pensemos que estamos en pleno siglo XVIII, en una época en que las ideas dominantes dan un paradigma muy distinto. Estamos en la era de la Ilustración. 
    Es sabido que durante el siglo XVIII  se dieron unos  procesos ideológicos que cristalizaron en lo que se conoció como la Ilustración. Ésta podríamos definirla por uno de sus rasgos fundamentales: el imperio absoluto de la razón. Los intelectuales de la época, que gustaban de definirse a sí mismos como filósofos, sintieron una gran inclinación por las matemáticas, por las ciencias físicas y naturales y por las aplicaciones prácticas que se derivaban de todos estos conocimientos. Además, también se interesaban por la economía, por el derecho público y privado, por un enfoque crítico y objetivo de los estudios históricos y por la sociología de su tiempo. La paulatina difusión de las teorías de Newton y otros científicos del siglo XVII les hizo pensar que era posible descubrir la estructura y funcionamiento del Universo, imaginado por ellos como la más perfecta de las máquinas.
 Creían que detrás de la existencia del cosmos subyacía una mente muy superior a la del hombre, autora de un plan racional que había forjado el universo con sus leyes inmutables e infalibles : un Dios Arquitecto que chocaba con todas las creencias religiosas tradicionales de la época, un ser superior que se podía definir como la Razón pura y absoluta. Así pues el cultivo de la sabiduría pasaba por la indagación plena y el análisis de todas las cosas a la única luz de la razón. Cuando hablamos de todas las cosas nos referimos a toda faceta imaginable del conocimiento. Todo este planteamiento desterraba pues del ámbito del estudio todo aquello que pudiera estar influido por los sentimientos y por cualquier tipo de emoción. Había  que erradicar pues cualquier inclinación del instinto humano hacia el misterio, hacia lo no explicable  por las puras herramientas racionalistas. 
 Casanova, nacido en 1725, se educó pues en medio del ambiente de la Ilustración y como muchos "filósofos" (él también se consideraba como tal) llegó a adquirir unos auténticos conocimientos enciclopédicos y una cultura cosmopolita. El príncipe de Ligne, escritor que lo llegó a tratar durante algunos años, lo ponía a la altura de D'Alembert, Hume y otras inteligencias de la época.  En su epistolario, el aventurero veneciano demostró erudición y dominio de un sinfín de temas: economía, política, diplomacia, filosofía, literatura, cábala. Se interesó también por la medicina, en concreto por la oftalmología, y mostró inclinación por el álgebra y por la geometría.  Y a pesar de todo ésto, en honor a la verdad, analizando sus auténticas inquietudes, no estamos ante un pensador racionalista en el término exacto de la expresión. Su inclinación a lo oculto, a lo misterioso, el dejarse llevar por el predominio de las pasiones por encima de la razón pura, nos hacen situarnos ante un personaje más representativo de un estereotipo romántico. Pero todavía faltaba tiempo para que se terminara imponiendo ese paradigma. Y por otra parte hay que considerar que Casanova será siempre un arquetípico personaje del Ancien Régime. En su momento se declarará enemigo de la Revolución Francesa.

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 GIROLAMO  GIACOMO  CASANOVA  NACIÓ en la ya por entonces decadente ciudad de Venecia el 2 de abril de 1725. Su madre se llamaba Giovanna Zanussi , y tenía como apodo Zanetta. Era hija de un zapatero remendón y natural de la cercana isla de Burano,`por lo cual también la llamaban Buranella. Fue raptada, con dieciseis años,  por un actor de teatro dos lustros mayor que ella, llamado Gaetano Casanova. La unión se legalizó a continuación con un matrimonio celebrado el 27 de febrero de 1724. Poco después viajaron a Londres donde tuvieron a su segundo hijo, Francesco (que con el tiempo se convertíría en un célebre pintor de batallas) y en donde Zanetta  inició su carrera de comediante. Dejaron mientras tanto en Venecia a Giacomo al cuidado de una tía suya. Ésta se interesó muy poco por él y tal vez su despreocupación provenga del hecho de que su sobrino era un niño retraido y taciturno que andaba de continuo con la boca abierta, lo que provocaba una imagen de estulticia e idiotez, apariencia que como luego se vería no concordaba con la realidad. Lo que le pasaba a Giacomo era que padecía de unos pólipos nasales que más tarde le fueron extirpados por una curandera de Murano poco antes de que su madre muriera en 1733.  Debido a su débil salud y a la inconveniencia para ésta del aire húmedo veneciano, por consejo de un buen amigo de la familia, el poeta pornógrafo Giorgio Baffo, fue llevado a Padua, donde residió entre 1734 y 1739 y en donde inició unos estudios que concluirían años después con un doctorado en leyes.
 Volvió a Venecia y Baffo, quien le inició por aquel entonces en la literatura francesa, lo presentó al senador Malipiero. Éste se aficionó a su compañía y le hizo asiduo de su palacio, sentándole a diario a su mesa. Le hizo entrar en relación además con buena parte de la nobleza.
 Se decidió Giacomo a iniciar la carrera eclesiástica, fue tonsurado en 1740 y recibió un año después las cuatro órdenes menores. Según algunos investigadores es por entonces cuando realiza su primer viaje a Corfú y Constantinopla. Regresa e ingresa en el seminario de San Cipriano de donde no tarda en ser expulsado.
 A partir de aquí es cuando emprende una existencia aventurera que le lleva en primer término a Roma. Aquí, en 1743 entra al servicio del cardenal Acquaviva.
 Vuelve a viajar a Oriente en 1745. Retorna unos meses después y atraviesa estrecheces económicas al perder la protección de Malipiero por un asunto de faldas. Como consecuencia de esto se ve obligado a trabajar como violinista en el teatro de San Samuel.  A estas alturas de su vida ya había sido protagonista de varias aventuras amorosas. 
 En 1746 consigue tres nuevos protectores : los  senadores Bragadin, Barbaro y Dandolo. Éstos eran pertinaces seguidores de la magia y de la cábala, en las que tenían depositada una fe absoluta. Casanova ya llevaba un tiempo inmerso en esos asuntos y este hecho, su dominio sobre el ocultismo, le proporcionó un gran ascendiente sobre sus poderosos benefactores. Es precisamente la fama que había obtenido de dominador consumado de estos saberes arcanos lo que le obligó en 1748 a abandonar nuevamente Venecia, ante el riesgo de ser perseguido por los temibles Inquisidores del estado. Viaja por el norte de Italia, regresa de nuevo a la ciudad de los canales y la vuelve a dejar en 1750 emprendiendo un viaje con destino a París. A su paso por Lyon, camino de la ciudad del Sena, un personaje llamado Rochebaron apadrina su ingreso en la masonería con el grado de aprendiz. Se cree que la logia a la que se afilió se llamaba "Amitié amis choisis", filial de la Gran Logia Escocesa. Ya en París conseguiría ascender a los grados de oficial y maestre. Posiblemente,  a partir de ahí  sus viajes a lo largo de Europa los habría realizado como agente de la masonería, lo que explicaría en parte su facilidad para conectar con los poderosos y ser recibido por la alta sociedad, él, una persona de origen más humilde en una época en que las clases sociales estaban fuertemente compartimentadas. Rives Childs piensa que pudo pertenecer también a los rosacruces.
 Casanova permaneció en París hasta 1753. Volvió a Venecia al año siguiente tras pasar por Dresde, Praga y Viena.  Ya le iba precediendo la fama a raíz de sus aventuras amorosas y el aura de misterio que le rodeaba. Sin embargo intentó dar una imagen discreta y comenzó a emplearse en el bufete de un abogado. A pesar de todo, en julio de 1755 los Inquisidores de Estado ordenaron su detención y fue encarcelado en la prisión estatal de los Plomos (denominada así por el metal que cubría sus tejados). Fue internado sin comunicársele los motivos ni ser sometido a juicio. Posteriores investigaciones de especialistas apuntan a que se le acusó probablemente de la práctica de la magia, de libertinaje y de ateísmo. 
 Su leyenda de personaje inverosímil quizá comienza a raíz de la fuga que protagonizó el 1 de noviembre de 1756. Se evadió de una prisión segurísima,  fuertemente vigilada y situada en la parte más alta del céntrico palacio ducal. Se ha podido demostrar la veracidad del relato que realizó el mismo Casanova sobre su fuga de los Plomos. Para que fuera más asombrosa su gesta, pasó esa noche escondido en la misma casa del jefe de los esbirros que andaban buscándole, donde parece ser que fue recibido por su mujer.

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   TRAS ESTE FORMIDABLE EPISODIO  Casanova llega a París, donde se dedica a practicar la magia y la cábala, y entra en relación con madame d'Urfé. También en la capital francesa tiene ocasión de realizar un magnífico negocio cuando le es confiada la dirección y recaudación de la lotería de la Escuela Militar.
 Al poco tiempo parte sin embargo para Holanda y se aloja en la casa de un rico comerciante masón. Parece ser que el motivo de este viaje radica en una delicada misión diplomática que ha de realizar por encargo del gobierno de Luis XV.
 A su regreso de Holanda crea una fábrica de estampados de seda pero más tarde, en 1759, ha de volver a abandonar la capital francesa ante el deterioro de su situación económica. Al mismo tiempo se suceden sus conquistas amorosas. Todo esto, junto con sus continuas lecturas y sus experiencias en ámbitos tan diversos, va haciendo de él uno de los personajes con mayor bagaje cultural y vital de su época.
 Viaja pues por Alemania y Holanda nuevamente y termina recalando en Suiza. En este último pais visita a Voltaire, a finales del 59 o a principios del 60.  Así es descrito Casanova en esos días por un noble suizo que tiene conocimiento de él :
   "Desde hace algún tiempo, vive aquí, en el hotel La Corona, un extranjero que se hace llamar Caballero de Seingalt y que me ha sido calurosamente recomendado por el marqués de Gentils, a instancias de una influyente dama parisina. [...] Aquí nadie ha descubierto todavía quien es. [...] Habla de todo con soltura y parece haber visto y leido muchísimo. Se dice que domina todas las lenguas orientales. [...] Todos los días recibe un montón de cartas y él mismo las escribe todas las mañanas.[...] Me ha dicho que es un ciudadano del mundo que respeta las leyes de todos los señores bajo los que vive. Aquí ha llevado una vida rígidamente moderada. Me ha hecho entender que se interesa en la historia natural y en la química. Mi sobrino, que le tiene mucha simpatía, cree que se trata del conde de Saint-Germain. [...] Me ha hecho algunas demostraciones de sus conocimientos cabalísticos que, si son auténticos, resultan sorprendentes porque hacen de él una especie de mago. En suma, es realmente un personaje singular. No podría estar mejor vestido y equipado. Después de haberos visto, quiere ir a ver a Voltaire para hacerle ver muchos de los errores que hay en sus libros. Pero no sé si un hombre tan humanitario le gustará al filósofo". 
 Y no, no le gustó.
 Tras dejar Suiza y viajar por Italia volvió nuevamente a París en 1761. Mas otra vez torna a  abandonar la capital francesa, esta vez como consecuencia de un duelo. No detiene su vida itinerante y tras una serie de viajes lo podemos encontrar en  Londres en 1763.  En la ciudad inglesa se enamora  de una joven, Charpillon, y por primera vez en su vida es engañado. Charpillon lo burla, lo estafa y no se le entrega finalmente. Como se ve, Casanova también era vulnerable a las acechanzas amorosas, y a pesar del férreo control que ejerce sobre las diversas y a veces complicadas  situaciones que se le presentan en su agitada vida es capaz de entregarse totalmente y apostarlo todo por una pasión amorosa.
 Tambíen tendrá que abandonar Londres como consecuencia de un turbio asunto económico y recalará más tarde en Berlín, en 1764. Es recibido por el rey Federico el Grande y rechaza el ofrecimiento que le hace el monarca de ocupar un puesto en la administración prusiana.
 Continúa su existencia itinerante y pasa por Riga y por San Petersburgo donde se llega a entrevistar con la emperatriz Catalina II.
 En 1767 lo encontramos en Varsovia, invitado a la mesa del rey de Polonia. Hiere gravemente en un  duelo (no provocado por él)  al conde Brannicki y nuevamente ha de echarse al camino y seguir viajando, aunque la justicia polaca no lo persigue. A pesar del benevolente trato judicial  parece ser que este episodio va a constituir un punto de inflexión en la vida del veneciano, en su fortuna y en su buena estrella.
 Continúa  un periplo que lo hace visitar  Breslau,  Dresde, Leipzig y otras ciudades hasta recalar en Viena, de donde es expulsado al ser decubierto haciendo trampas en el juego, en un deseperado intento por solucionar su delicada situación económica.
 En septiembre de 1767  llega a París haciendo de acompañante de una joven dama embarazada que le ha ha sido confiada por el propio marido de ésta, un extravagante jugador que se había tenido que ausentar precipitadamente del balneario de Spa. Pero, fiel a esa línea de inestabilidad que siempre le acompaña, es expulsado de la capital francesa a resultas de un roce con un sobrino de madame d'Urfé y llega a España donde reside durante todo 1768 y en donde escribe, durante un periodo de prisión que sufrió en Barcelona, la Confutazione, una refutación en toda regla de la obra Historia del Gobierno Véneto de Amelot de Houssaye. Con la escritura de este libro intentaba hacer méritos y hacerse ver bien por los Inquisidores del Estado de Venecia y así conseguir el permiso pertinente para regresar a su patria.
  Sale de España y viaja a la Provenza en enero de 1769. Desde allí prosigue hasta Turín y Lugano. En esta última localidad hace imprimir la Confutazione y regresa de nuevo a Turín. Desde esta última ciudad se dirige a Florencia. Y nuevamente es expulsado, esta vez de la ciudad toscana.
  Tras seguir viajando por la Italia peninsular llega a Trieste en noviembre de 1772, desde donde espera el permiso necesario para regresar a Venecia. Éste le es concedido por fin en septiembre de 1774.

 Cabría preguntarse qué sucedió en la vida del veneciano, qué avatar de su agitada existencia tuerce su baracca, su facilidad para salir bien parado de todas las situaciones y sentirse siempre con el viento a favor. ¿Podría ser este punto de inflexión su duelo con el conde Brannicki en Varsovia?. Aunque los duelos eran una realidad y una tradición en esa época, los ilustrados los rechazaban abiertamente -en 1710, valga como ejemplo, Scipione Maffei había  publicado en Roma el volumen Della scienza chiamata cavalleresca, en el que condenaba sin ambages la práctica de ese modo de dirimir las cuestiones de honor y otras diferencias- y eran muy beligerantes contra su uso. En 1764 había visto la luz el célebre Dei delitti e delle pene de Cesare Beccaria, en el que se consideraba proscrita la práctica del duelo. También los masones, como ilustrados que eran, rechazaban esta costumbre. ¿Habría perdido Casanova la protección y la confianza de la masonería a resultas de su episodio en Varsovia?¿Lo habrían comenzado a considerar como un elemento excesivamente impulsivo que, a pesar de sus buenos servicios, no era digno de una total confianza? Es pues el caso que de contemplar cómo el veneciano se pasea seguro, bien acogido, y respetado en las cortes de Prusia, Rusia y Polonia lo vemos años después confinado en Trieste y esperando un salvoconducto para regresar a la ciudad de los canales. A partir de ese duelo comienzan sus verdaderos apuros económicos, y los vemos deambular de ciudad en ciudad sin ningún tipo de protección. En una misiva dirigida años más tarde a su amigo Opiz, le hace saber que su autobiografía concluirá en el año 1772: "Creo -le cuenta- que no seguiré adelante porque, después de los cincuenta años, no puedo contar más que cosas tristes, y eso me entristece"

  Una vez que vuelve a Venecia intenta conseguir dinero emprendiendo diversos proyectos literarios y teatrales. Al fin, termina aceptando un cargo como confidente de los Inquisidores de Estado, los mismos que años atrás lo habían encarcelado en la prisión de los Plomos. Pero la realidad es que Casanova no fue un buen confidente -de manera deliberada- y solo hace formulaciones muy genéricas sobre la depravación de las  costumbres y la crisis de la moral pública. Nunca delató a nadie de modo particular. Es despedido, pero posteriormente, por una serie de componendas, le prometen pagarle con arreglo a la importancia de sus futuros informes.
  Estamos en 1781 y Casanova vive, en el popular barrio veneciano de Castelo, con una humilde modista, Francesca Buschini, cuyo comportamiento es el de una abnegada esposa.
  En 1782 publica La stalla ripulita, libelo que le crea la animadversión de los nobles venecianos y que le obliga -¡una vez más!- a salir de la ciudad.
   A partir de aquí le podemos seguir la pista vagabundeando por Viena, Udine, Aquisgrán, Maguncia, París y Frankfurt. Quizá este periplo responda a un intento -no conseguido a la postre- de buscar la protección de los masones.
   Por fin recala nuevamente en Viena, donde entra al servicio, como secretario, del embajador Foscarini, convirtiéndose, al fin, en funcionario. Pero el fallecimiento de Foscarini, en 1785, lo deja cesante.
  No tiene más remedio, a partir de estos acontecimientos, que aceptar el cargo de bibliotecario del palacio de Dux, dominio bohemio del conde Waldstein, masón, aficionado al ocultismo y, como consecuencia de esto, impenitente lector de Paracelso. Por fin consigue el veneciano la protección que andaba buscando.
  Enseguida es consciente de que él, un hombre vital, viajero y mundano, no va ser feliz en la triste, pequeña y provinciana Dux. Su primer impulso es rechazar el empleo que se le ofrece. Pero se resigna ante la realidad de su precaria situación y acepta. De vez en cuando hace escapadas a Dresde, Praga y Berlín.
 En Dux se siente viejo y acabado y se le agría el carácter. Tiene roces con la servidumbre y consigue que despidan al ambicioso y desvergonzado mayordomo.
  No encuentra consuelo sino en la lectura y la escritura. Así, lee y escribe incansablemente. Será aquí donde vea la luz lo mejor de su obra.
  En 1790 comienza a redactar la Histoire de ma vie en francés, que somete a múltiples correcciones. Mantiene una fluida correspondencia, mientras tanto, con amigos y admiradores.
  Durante su estancia en Dux publica también una extensísima novela titulada Icosameron. En ella plasma una faceta visionaria que le hace predecir el cañón de retrocarga, el automóvil, los gases axfisiantes y hasta la pluma estilográfica.
  Pero no se acaba ahí la producción literaria durante este último periodo de su vida. También publicó obras acerca de su famosa fuga de la cárcel de los Plomos de Venecia, sobre la usura, sobre Paul et Virginie de Saint-Pierre...
  En febrero de 1798 cae seriamente enfermo de una afección a la vejiga. Fallece finalmente el día 4 de junio, a los 73 años de edad, en Dux, Bohemia. Sus últimas palabras fueron las siguientes:
  "He vivido como filósofo y muero como cristiano"

(Texto: Mariano López-Acosta)

(Información y datos biográficos extraídos  del volumen publicado por Editorial Planeta, S.A. en edición de 1986 -con Introducción, traducción y notas de Angel Crespo- con el título Memorias de España, de Giacomo Casanova)