sábado, 10 de noviembre de 2018

"El sacamuelas" (hacia 1754). Giandomenico Tiepolo.



["En la Venecia del siglo XVIII los carnavales duraban casi cuatro meses, durante los cuales los venecianos vivían la ilusión del poder y esplendor que su República había perdido hacía ya mucho tiempo. En tales días la ciudad rebosaba de extranjeros y gente del país: feriantes, titiriteros, músicos, buhoneros, médicos ambulantes y, obviamente, turistas. Desgraciadamente la Serenísima, venida a menos tanto económica como políticamente, necesitaba su dinero.
 El carnaval significaba que se abría el casino, que había espectáculos teatrales a cargo de más de una docena de compañías y que todo el mundo podía llevar máscaras y disfrazarse. Familias o grupos de individuos de la misma edad sacaban de sus arcas los blancos trajes y los altos sombreros del personaje de Polichinela y se movían entre la gente haciendo gorgoritos, dando volteretas o andando cabeza abajo. Eran muy frecuentes las máscaras de la vieja horrible vendedora de rosquillas o la del turco, el enemigo jurado de épocas pasadas. Tanto  hombres como mujeres, tanto individuos de clases altas como los que por una vez aspiraban a serlo, llevaban sombrero de tres picos, máscara blanca y capucha negra sobre un traje talar, el consabido "domino". Todo el mundo podía transformarse y ocultarse.
 Los medicastros, los sacamuelas y los curanderos milagrosos encajaban perfectamente en el cuadro. Giandomenico Tiepolo (1727-1804) pintó su "Sacamuelas" probablemente hacia 1754, aunque no está fechado. Un grabado posterior reprodujo su escena carnavalesca acompañada de un dicho según el cual el sacamuelas o charlatán se sirve de su mano y de su labia para sacar dinero y dientes.

 La extracción de dientes era una operación brutal

El pintor conocía a Giuseppe Colombani, que se pasó 24 años tratando la boca y arrancando dientes en los arcos de la plaza de San Marcos, concretamente "en la tercera columna". Estaba considerado como un "onorato cavadenti", como un profesional digno y honrado, distinto de los muchos otros que como médicos de paso ponían los pies en polvorosa antes de que se cerniese sobre ellos la cólera de sus pacientes. 
 Generalmente el sacamuelas se situaba de pie detrás de sus clientes; durante la operación no se suministraban anestésicos y el paciente de Tiepolo alza su brazo atormentado por el dolor. Al igual que las demás intervenciones quirúrgicas, la extracción de dientes se situaba en el nivel más bajo de la profesión médica. Los dentistas, los cirujanos, los barberos y los sangradores pertenecían al mismo gremio; sus integrantes no habían estudiado latín ni eran universitarios. Tenían experiencia, habían observado las intervenciones en calidad de ayudantes y se habían provisto de los instrumentos necesarios. Los dientes se sacudían o removían con el "pelícano" o el "extractor dental" y se arrancaban de la encía con unas tenazas o unas pinzas. A continuación se enjuagaba ligeramente la zona con agua templada, mezclada a veces con alcohol; no se conocían otras medidas antisépticas, por lo que las infecciones eran frecuentes. Quien superaba la extracción podía morir por sucesivas inflamaciones. Son muchas las narraciones centradas en la extracción de tres dientes sanos en lugar del que estaba en mal estado. 
 Era desde luego, una intervención sangrienta y brutal y generalmente solo se acudía al dentista cuando el dolor era más insoportable que cualquier operación. El cirujano vienés Joseph Georg Pasch escribía en 1767 que el dolor de muelas era "el más intenso e insoportable, mucho más fuerte que cualquier otro dolor". La mujer situada delante del paciente, que se aprieta un pañuelo contra la mejilla, puede atestiguarlo. 
 Para combatir de una manera incruenta este dolor, el más insufrible de todos, los sacamuelas disponían de toda una serie de medicamentos: extracto de raíces, polvos, un "balsamus traumáticus" o también"preparaciones de ojos de cangrejo, nácar o conchas, cuerno de ciervo o creta" adobadas con unas gotas de esencia de canela o de palo de rosa para mejorar el sabor. (...).

(...). En estos cuadros llama la atención el hecho de que Tiepolo prácticamente no muestre rostros. Lo mismo cabe decir de las obras en que representa sin máscaras la vida rural o urbana. La vista de espaldas es una característica suya. Tiepolo tendía a mantener oculta la individualidad de de sus figuras artísticas. 
 El mismo Giandomenico Tiepolo fue durante mucho tiempo un hombre sin rostro propio. Fue uno de tantos hijos de padres famosos que se mantuvieron totalmente a su sombra. El suyoi se llamaba Giambattista, fue un pintor de gran reputación y durante varias décadas decoró con sus frescos y sus cuadros palacios de nobles venecianos y casas de príncipes y reyes europeos. (...). 
 Giamdomenico estuvo al servicio de su padre más de 20 años, hasta que este murió en 1770. Fue con él a Wurzburgo y Madrid y pintó con tanta habilidad las partes menos importantes de las enormes superficies de las bóvedas y paredes del palacio que nadie advertía las diferencias. Cuando trabajaba con su padre no firmaba. No obstante, supuestamente al menos, en este cuadro suyo reflejó su relación recíproca de una manera absolutamente singular, pues el padre es el orador correctamente vestido que se dirige al público mientras el hijo es el sacamuelas sañudo que trabaja encorvado. Las comparaciones con los retratos confirman las semejanzas. El mismo estandarte refleja las intenciones del pintor; en general, solo se hacía publicidad de una persona, pero en este caso aparecen dos: una mayor y otra más joven. "]
(Los secretos de las obras de arte. Rose-Marie & Rainer Hagen. Editorial Taschen)

El sacamuelas (hacia 1754). Museo del Louvre.
Giandomenico Tiepolo. (1727-1804)

viernes, 9 de noviembre de 2018

La felicidad y el sueño. Ortega y Gasset. El asno de Buridan.



Hace muchos años leí un pequeño ensayo de Ortega y Gasset que aparecía en su obra "El Espectador". Es muy lejana la idea que resta en mi memoria  referente a este escrito del filósofo de la llamada Generación del 14. Intentaré recordar qué venía a decir en esencia porque en su momento me llamó mucho la atención.
 Ortega nos contaba que el ser humano es potencia de muchos actos que están en nuestro deseo. Y como todos no son  realizables simultáneamente, como la elección de uno descarta de manera irreversible la opción de otros -de los cuales no desaparece el deseo de su ejecución-, como la vida es un continuo abanico de elecciones deseables pero no consumables en su totalidad por una implacable ley que nos obliga a elegir y por tanto a desechar opciones que no desaparecen del imaginario de nuestros anhelos más fuertemente arraigados, por todo eso surge un poso de insatisfacción que se hace mayor o menor según la capacidad de la persona para asumir la frustración, la renuncia, el reconocimiento de que en esta vida hay que aprender a perder cosas muy deseadas para optar a otras que también lo son. Luego veremos el curioso caso que planteaba Ortega en que solo un deseo prima sobre los otros, que a su vez van extinguiéndose hasta desaparecer. 
 Al hilo de estas ideas que intento evocar con el recuerdo de la lectura de Ortega también me viene a la memoria el célebre y ocurrente ejemplo metafísico de reducción al absurdo que planteaban algunos filósofos franceses para rebatir las teorías de Jean de Buridan. Era éste un filósofo escolástico del siglo XIV que argumentaba que el libre albedrío y la razón pueden ser los ejes sobre los que giren todas las decisiones que vamos tomando a lo largo de nuestra vida. Rebatíanle sus contrincantes de forma satírica estos principios imaginando un asno que estuviera a la misma distancia de dos montones de heno de idéntica masa y apariencia. Según los detractores de sus ideas el asno no tenía más remedio que morir de inanición al no encontrar ningún elemento objetivo que decantara su decisión en uno u otro sentido. En otras versiones nos encontramos al famoso burro ante un balde de agua y un montón de alfalfa.  Es el célebre ejemplo conocido como "El asno de Buridan".
 He recordado esta anécdota de los filósofos franceses del siglo XIV porque la considero muy relacionada con los conceptos que vertía Ortega en aquel artículo de "El Espectador". El filósofo español, sin embargo,  después de diversas consideraciones sobre lo que dije antes, sobre esa fuente de insatisfacción que supone la continua elección en que se convierte nuestra vida, describía un escenario ideal en que solo quedaba en pie un deseo, los demás desaparecían, y rozábamos entonces la felicidad. Pues bien, ese momento feliz  se daba, según Ortega, en el punto en que pasábamos de la vigilia al sueño. En ese instante inefable, solo un deseo se erige como protagonista de nuestra existencia: el de abandonar el mundo de los que velan y entrar en el de los que duermen. Llega una fase en ese proceso en el que todas las aspiraciones que le dan sentido a nuestra vida van perdiendo interés y la potencialidad de múltiples actos (todo lo que somos) se reduce a uno solo, al cada vez más acuciante anhelo de dormir. Y ese último anhelo queda vencedor de otros muchos que se apagan y desaparecen sumiéndonos en una estado de paz interior incompatible con las aspiraciones no cumplidas. Ya solo queda ejecutar lo único que deseamos: dormir. Y nada ni nadie impide  ya la satisfacción del único deseo que nos mueve en ese  momento de nuestra vida. No hay felicidad mayor.

(Texto: © 2018 Mariano López A. Abellán)

jueves, 8 de noviembre de 2018

La Colección Austral. La librería Biblión.



A finales de los sesenta y primeros de los setenta  frecuentaba los viernes por la tarde una pequeña librería ubicada en la calle Pascual de Murcia llamada Biblión. En ese establecimiento, a espaldas de la costumbrista  Plaza de las Flores, pasaba yo mis buenos ratos ojeando libros. Y en uno de esos rastreos descubrí algo que marcaría para mí un antes y un después: supe de la existencia de la Colección Austral.
-Aquí está toda la historia de la literatura -pensaba yo mientras recorría con la mirada la lista interminable de obras. En las páginas finales venía detallado el extenso fondo editorial, autor por autor.
 Recuerdo que adquirí, en la primera cala, Miscelánea histórico-literaria de don Ramón Menéndez Pidal. Era una recopilación de ensayos del viejo erudito. Recuerdo- conservo todavía el libro- su color verde desvaído en las tapas, sus páginas de un color añejo. Me fui a casa en esa lejana tarde de invierno fría y nublada con la sensación de que llevaba entre mis manos poco menos que la Piedra Filosofal. Luego, claro, vinieron bastantes más visitas. 
 Más tarde, unos viejísimos ejemplares editados en Buenos Aires se convirtieron en el mejor trofeo. Eran unas novelas de caballería de autor anónimo en tapas rojas, con las páginas amarillentas, casi marrones:  La historia de los nobles caballeros Oliveros de Castilla y Artús Dalgarbe (nº 337), La historia del rey Canamor y del infante Turián, su hijo. La destruición de Jerusalén (nº 374) y Libro del esforzado caballero don Tristán de Leonís (nº 359).  
 Aunque no compraba todos los volúmenes que hubiera deseado, fui almacenando los suficientes como para que la pequeña leja de mi dormitorio fuera adquiriendo una cierta masa crítica y empezara a parecerse a una biblioteca... Iba saliendo del mundo del Capitán Trueno para entrar en el de las lecturas serias.
  Cada temática tenía un color. Los libros de literatura clásica eran grises, los de novela contemporánea, azules, los de ensayo, verdes, los de novelas de aventuras, rojos, los de viajes, negros, los de biografías, amarillos, etc. (Creo recordar).  Por las noches me tiraba bastante tiempo repasando el índice de autores, haciendo elucubraciones sobre el contenido de las obras.  
  Ha ido pasando el tiempo hasta llegar a lo que somos ahora. Nada que ver con la sociedad de hace cuarenta o cuarenta y cinco años. Pero de todas formas, cuando recorro de vez en cuando las librerías que instalan en los paseos o bulevares anualmente y descubro algún ejemplar de la Colección Austral, todavía recuerdo con nostalgia los viejos libros de aquellos viernes por la tarde.  

(Texto: © 2018 Mariano López A. Abellán)

domingo, 4 de noviembre de 2018

Personajes de los 60 y 70 - (2)


Laura (o Laurita) Valenzuela. Simpática y empática presentadora de televisión cuyo recuerdo se asocia inevitablemente a Joaquín Prats, con quien formó pareja televisiva. También hizo incursiones en el cine en el inicio de su carrera. 


César Pérez de Tudela. Alpinista que se hizo famoso tras participar en el concurso "Las diez de últimas" de TVE. Tuvo a España en vilo cuando culminó la ascensión del Naranco de Bulnes por su cara norte. Le acompañaba el escalador murciano Miguel Ángel García Gallego. 



Salomé. Cantante catalana que ganó el Festival de Eurovisión de 1969 compartiendo el galardón con otras tres concursantes. España volvía a triunfar en el certamen un año después del célebre "La, la,la de Massiel.


José María Gironella. Escritor catalán que alcanzó una gran celebridad con su novela "Los cipreses creen en Dios" (1953), todo un best-seller en aquellos años. Fue un personaje referencial de la literatura de los 60 y 70 en España. 


Sofía Loren. Actriz italiana de gran fama y belleza. Ha marcado toda una época del cine europeo. 



José Bódalo. Espléndido actor de cine y teatro que cobró gran popularidad gracias al programa de televisión Estudio 1. 


Indira Gandhi. Carismática primera ministra de la India durante dos etapas, desde 1966 a 1977 y desde 1980 hasta su muerte en 1984. Fue un rostro habitual de los telediarios de la época.



Pirri (José Martínez Sánchez). Jugador de fútbol del Real Madrid y de la Selección Española que se caracterizó por aunar un gran pundonor a su innegable calidad futbolística. Muy popular en aquellos años.

Pili y Mili. Pareja de hermanas que gozó de fama al protagonizar varias películas en los 60.  Mili (Aurora Bayona Sarriá) se retiró en 1970. Pili continuó en el mundo de la interpretación con el nombre artístico de Pilar Bayona. 


Leonidas Brézhnev. Secretario General del PCUS y máximo mandatario de la Unión Soviética desde 1964 hasta su fallecimiento en 1982. Otro personaje asiduo de los telediarios. Uno de los protagonistas principales de la Guerra Fría.  


Rita Pavone. Pizpireta y pelirroja actriz y cantante italiana que gozó de gran popularidad en la España de los 60, como otros personajes de la industria del entretenimiento del país transalpino por aquellos años.


Henry Kissinger. Diplomático norteamericano de origen alemán que desempeñó el cargo de Secretario de Estado con los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford. Tuvo una gran proyección mediática al intervenir en conflictos y asuntos de gran resonancia en la política mundial. Otro asiduo de los telediarios.