Noviembre. Mes de la desolación del otoño que siempre quedaba redimido por las alegrías de diciembre. Muchas tendrán que ser este año para olvidar las últimas tristezas que nos hielan el alma.
Recorro en esta tibia mañana otoñal los caminos de la huerta, festejada por frutales en sazón. El sol agradable, los caminos desiertos y luminosos. Recuerdo las palabras de Paco Rabal en Pajarico: "Qué bien se está cuando se está bien" y pienso que sí, que la vida es un regalo maravilloso cuando nos muestra su lado más amable.
Pero lo más hermoso tiene un envés sombrío que nos puede helar el corazón. La muerte siempre acecha y se puede servir de muchos instrumentos para hacerse presente.
Tú sales una buena mañana, pensando en que el sábado llevas a tu novia al cine, o en que tu hija vendrá el domingo con los nietos, o en que por la noche vas a releer después de cincuenta años 'La isla del tesoro', y unos minutos después el destino se ha asegurado de que nunca cumplas tus propósitos. Nunca jamás.
Así es. Otra vez el ser humano inerme ante la Naturaleza desatada. Como siempre, como cuando, nómada y recolector, se guarecía de las tormentas refugiándose bajo las estalactitas de las cuevas. Sintiendo su insignificancia ante la inmensidad del cosmos, ante las fuerzas desconocidas que lo amenazaban y le hacían buscar respuestas trascendentes para entender lo que sucedía.
Sigo caminando, tomando este agradable sol que cuando lleguen los fríos será una bendición. Pienso que es un placer disfrutar de una mañana así. Pero no, no se puede ser feliz cuando ves una desgracia tan grande cerca de tí. Cuando ves cómo el abismo se traga a tantos hermanos.
Tal y como se desarrollan los acontecimientos, no hace falta ser muy seguidor de Voltaire para coincidir con él en que no estamos "en el mejor de los mundos posibles".
Sigo caminando.
(Texto: Mariano López-Acosta)