Nos impartían unos rudimentos básicos de gramática y
traducíamos cosas muy sencillas. Aún recuerdo alguna declinación y conjugo aún
de memoria cierto tiempo de verbo (amo, amas, amat, amamus, amatis, amant).
Incluso guardo en la memoria aquella
frase "Mater tua mala burra est", cuya equívoca traducción
daba lugar a algún que otro chascarrillo. Fue cuando yo contaba 13 y 14 años,
en aquel antiguo bachillerato de seis cursos más el Cou. Como en 5° tomé el
camino de las Ciencias, dejé de tener noticia de los nominativos, genitivos,
dativos y ablativos de la rosa y del
lupus y mis horas de estudio se llenaron de átomos, moléculas y velocidades
angulares. Esa fue mi humilde inmersión
lingüística en nuestra lengua madre, llamada lengua muerta hoy en día pero que
pervive a través de sus hijas (Que ahora parecen renegar de ella).
Escucho, leo y me
llegan noticias de que el latín y el griego van a desaparecer de los planes de
estudios. Considero que estamos entonces ante un inmenso error. Si así fuera,
esos saberes primordiales, (de los que arranca toda la civilización occidental,
todo lo que somos -aunque no seamos conscientes de ello-), quedarían sepultados bajo la pesada losa del
olvido. Al final, si nadie lo remedia,
sucederá que los conocimientos sobre estas lenguas fundacionales que
dieron lugar a nuestra actual identidad cultural (nada más y nada menos) serán como esos restos
arqueológicos enterrados por las arenas del desierto que se borraron para
siempre de la memoria del mundo.
Desde los cantos de la cofradía de los hermanos Arvales, que
se pierde en la noche de los tiempos, entonados en un latín primigenio,
(hablamos quizá del siglo VIII, a.C.) hasta los Tertuliano, San Juan Damasceno,
San Agustín, etc, -escritores de las postrimerías de esta lengua-, pasando por
la época dorada (César, Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio, etc.)
el corpus literario generado es inmenso. Lo mismo sucedería si hablamos del
griego. La narrativa más legendaria que da cuenta de Odiseo y otros héroes de
su cuerda, la filosofía, el pensamiento,
los mitos que marcan nuestra civilización, todo se formuló en la lengua de Homero. El
área de influencia del griego se extendió por todo el Mediterráneo oriental
durante siglos. En la Palestina de Jesús, este idioma era la lengua franca en
la que se podían entender los
gobernantes romanos con los representantes del pueblo judío. El mismo Jesucristo
habría usado el griego en su comparecencia ante Poncio Pilato, sin entrar a
valorar la mayor o menor dosis historicista de este hecho.
Los profetas más
lacrimógenos del Antiguo Testamento se lamentaban amargamente de la progresiva
helenización de buena parte de la masa social hebrea; las modas, los nombres,
las costumbres, la influencia de lo helénico era irresistible sobre todo el
Levante mediterráneo, gentes de todas las procedencias usaban el griego como
lengua de comunicación al margen de las suyas propias o autóctonas.
El latín por su parte, tras su lenta transformación en las
lenguas romances durante la Edad Media, continuó siendo el idioma oficial de
todas las manifestaciones cultas, desde las religiosas a las científicas. Todos
los ritos, la liturgia y los documentos de la Iglesia -que fue, para bien o
para mal, el único elemento vertebrador
de la sociedad en los oscuros (o no tanto) siglos medievales- se expresaban en
latín. Sigue siendo la lengua oficial del Estado Vaticano y por eso, en 1982,
el entonces alcalde de la Movida madrileña, Enrique Tierno Galván, demostrando
su gran erudición, se dirigió en latín al Papa Juan Pablo II en la visita
oficial que éste realizó a la capital de España.
Por otra parte, en
1687 había que seguir conociendo esta lengua para leer la primera edición
original del considerado como texto más importante de la historia de la
ciencia, por lo que tenía de revelador
y por la trascendental puerta de conocimiento que abría, el PHILOSOPHIAE
NATURALIS PRINCIPIA MATHEMATICA de Isaac Newton.
Y habrá que recordar también que todos los individuos que pueblan nuestro planeta,
desde una bacteria a la ballena azul, tienen un nombre científico que se
expresa en latín para definir su género y especie. Una lengua muerta describiendo a los seres
vivos.
Yo recuerdo ahora los lejanos veranos de mi infancia y
juventud en que entrabas al estanco o a la tienda de ultramarinos y veías algún
cartel anunciador con la leyenda: "Se dan clases de latín. Razón tal y
tal". Ese profesor y ese alumno que
en aquellos estíos de hace décadas, en
plena canícula, se dedicaban a traducir
fragmentos de los "Comentarios de
la Guerra de las Galias" quizá no eran conscientes de que humildemente,
sin proponérselo, mantenían encendida
una llama del saber y del conocimiento que, si nada lo remedia, se puede apagar con el tiempo, sumiendo al
mundo en más oscuridad de la que ya hay.
(Mariano López-Acosta)
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