lunes, 9 de diciembre de 2019

Ramón Menéndez Pidal. La erudición histórica y literaria.



El 24 de noviembre de 1968, después de estar formados en fila en el patio para entrar a clase tras el recreo, tomó la palabra el hermano Luis Fermín y nos indicó que tras recoger nuestras cosas nos marcháramos a casa. El motivo era que acababa de fallecer, casi centenario, don Ramon Menéndez Pidal, el director de la Real Academia Española. He de reconocer que no fueron el dolor y la tristeza precisamente aquel día los sentimientos que nos embargaron a mis compañeros y a mí por la muerte de aquel a quien consideramos un Matusalén del que no habíamos tenido noticia hasta ese momento. Salimos en desbandada, Malecón adelante, celebrando eufóricos ese día libre que nos habíamos encontrado de forma tan sorpresiva. Estábamos al comienzo del segundo curso del bachillerato y yo tenía 11 años recién cumplidos.
Luego el tiempo pasó, fuimos dejando atrás la niñez, llegamos a Sexto y entonces  nos tocó cursar la asignatura de Literatura universal, lo cual implicaba hacerse de una serie de libros necesarios para llevar a cabo las imprescindibles lecturas preceptivas para sacar adelante dicha materia.
Yo frecuentaba a tal fin una librería llamada Biblión, en la calle Pascual, frente a los antiguos almacenes Coy. Allí descubrí un buen día la colección Austral, un proyecto editorial mediante el cual Espasa llenó las estanterías de un considerable fondo bibliográfico.
Cierta tarde de otoño encontré, entre otros volúmenes de esa inmensa lista de obras, un libro de Ramón Menéndez Pidal titulado " Miscelánea histórico- literaria". Al verlo me vino a la memoria aquella lejana fecha en que nos fuimos del colegio tan contentos sin terminar las clases. Sin dudarlo, adquirí ese ejemplar y me lo llevé a casa con toda la curiosidad del mundo. Aún me recuerdo caminando por la plaza de Santa Isabel, de regreso a mi domicilio -en aquel atardecer frío en que de vez en cuando alguna castañera ofertaba su mercancía- deseando llegar a mi habitación para comenzar a descodificar el libro.
(Después de aquel primer volumen vendrían más adquisiciones de este maestro. Todavía las conservo en buen estado, como se puede apreciar en las imágenes que aparecen en el enlace que hay al final de este texto. Son parte esencial de mi biblioteca.)
 Pocas referencias tenía por aquel entonces de Menéndez Pidal. Lo asociaba a esos viejos sabios distraídos, con aspecto decimonónico y susceptibles de ser encajados en un cliché muy típico de aquellos años, muchas veces cercano a la caricatura, como los que salían en algunas películas o inclusive en las historietas de Tintin. Pero pronto me di cuenta de que estaba ante un personaje que se había pasado toda la vida investigando, con una pasión que no era de este mundo, una época que a mí a esas alturas me fascinaba: la Edad Media.
(Yo tenía mitificado ese periodo de la Historia desde que en la niñez me hice asiduo lector de los tebeos del Capitán Trueno.  Supongo que eso le pasaría a más chavales de mi generación. Saber de esas aventuras con castillos, torneos, doncellas, caballeros, etc a esa edad tenía una magia especial.)
 Luego supe que este titán de la erudición había buceado a pulmón por lo más profundo de nuestros siglos altomedievales desencriptando una Historia y una Literatura que hasta entonces eran un continente sumergido. Los restos del naufragio que habían llegado a la playa desde esas centurias eran manuscritos -algunas veces hallados al azar- de una precariedad desmoralizante, leyendas que se entreveraban con la Historia dando lugar a puntos ciegos en que era sumamente complicado discernir la realidad de la ficción. Él fue quien pacientemente, en el silencio de los archivos y las bibliotecas, fue reconstruyendo el Relato - como se dice ahora- de esa época "enorme y delicada" (Verlaine dixit)
 La Épica medieval, la Gramática histórica, el Romancero, el Cid... múltiples vertientes de esos siglos con una historiografía tan precaria las iba desentrañando pacientemente este sabio mientras viajaba recorriendo los pueblos de Castilla, las iglesias, los archivos, desempolvando códices y legajos, escudriñando y asociando elementos  hasta que arrojaran alguna luz, acudiendo a los veneros más puros de la literatura popular cuales son las gentes que en su labor diaria todavía cantaban los viejos romances seculares,  al tiempo que dirigía la Real Academia Española, ejercía desde su cátedra su fructífera labor docente y académica y creaba una escuela con discípulos que continuaran su labor investigadora.



 Y el Cid... Su pasión cidiana le llevó a realizar su viaje de novios junto con su mujer, María Goiri, recorriendo los lugares y parajes por los que pasó el héroe medieval muchos siglos atrás. Es la llamada ruta del Cid. No es casualidad tampoco que a su hija le pusiera el nombre de Jimena, el mismo que llevaba la mujer del personaje histórico. Él fue, en definitiva, quien fijó la historia deslindándola de la literatura y de la tradición para dar una visión científica en torno a la existencia del guerrero de Vivar, el mismo que había sido trasunto de leyendas plasmadas en un cantar de gesta y en los romances.
Todavía recuerdo las fotografías en que aparece, en un descanso del rodaje, junto con algunos protagonistas de la película El Cid, de Charlton Heston y Sofía Loren. Ese héroe medieval rescatado de la leyenda y fijado en la Historia al fin y al cabo era en cierto modo una criatura suya. La sola y fugaz presencia del maestro en alguno de los momentos del rodaje ya prestigiaba sobremanera ese film.


La solvencia de su sabiduría y de sus conocimientos históricos le llevó también, entre otras cosas, a ejercer, a propuesta de España, como comisionado de un laudo arbitral para deslindar unos límites territoriales muy confusos en la frontera entre Ecuador y Perú.
Era una referencia mundial en algunas materias sobre las que sus dictámenes eran incuestionables.
 Siguió trabajando en sus investigaciones y proyectos hasta una avanzadísima edad. Es digna la fotografía en que aparece encaramándose a la escalera para acceder a las estanterías más altas de su biblioteca cuando frisaba ya los 95 años. (También esa imagen aparece en el enlace que pongo más abajo).
Tan fructífera y dilatada vida se apagó un día de noviembre de 1968, a punto de cumplir el siglo, horas antes de que el hermano Luis Fermín nos comunicara, en una luminosa mañana, que recogiéramos nuestras cosas y marcháramos a casa.

                                                                        (Texto: Mariano López-Acosta)

(Imagen de Ramón Menéndez Pidal  María Goyri en viaje de novios. Fuente:

De Desconocido - http://picasaweb.google.es/olivarchamartin/RamNMenNdezPidal/photo#5086026152828469954, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2618659










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