Después del costalazo que se pegó Saulo cuando cayó estrepitosamente de su caballo cuando cabalgaba hacia Damasco, todos sus afanes se trocaron en pasión y fervor por propagar la fe recién abrazada. Hasta entonces se había mostrado como un feroz perseguidor de los cristianos e incluso habría instigado el martirio de San Esteban en Jerusalén, poco antes de este decisivo y accidentado episodio equino.
Saulo era natural de Tarso, población de la actual Turquía, en la región de la antigua Cilicia. Cabe afirmar sin duda que se trataba de un judío fuertemente helenizado, poseedor de la ciudadanía romana, que hablaba un griego muy puro totalmente despojado de semitismos. También está confirmado que residió en Jerusalén y estaba adscrito a la secta de los fariseos.
Saulo (por su nombre en hebreo), Paulo por su apelativo romano (Paulus), con la impetuosa determinación de los conversos, dedicó hasta la última de sus energías, tras su caída del caballo, a la propagación y el proselitismo de la creencia que hasta entonces había perseguido con auténtica saña. Esto lo convirtió en un viajero impenitente que marcó todo el Mediterráneo oriental con la impronta de sus múltiples rutas y travesías. El Cristianismo sería otro muy diferente sin la intervención de este pasional apóstol. De hecho se podría levantar acta también de un postergado y arrinconado Cristianismo no paulino.
Pues bien, uno de los destinos del vehemente predicador fue Corinto. Podemos decir que su estancia en esta ciudad helénica fue trascendental para el devenir de Occidente.
Corinto era un nudo estratégico en el tránsito sociológico y comercial del antiguo Mare Nostrum, una urbe situada en el itsmo de igual nombre que une la península del Peloponeso con la Grecia continental. Esta ciudad doblemente portuaria, con una salida al mar Jónico y otra al mar Egeo, era un centro de cosmopolitismo habitado por una variopinta y abigarrada multitud de tipos humanos. Como todas las poblaciones con puerto de mar, Corinto, "la opulenta Corinto" como ya la describió Homero en el siglo VIII a.d. C., era punto de encuentro de gentes venidas de muy dispares latitudes, un enclave en el que convergían las ideas, las modas y los paradigmas que primaban en aquel antiguo Mediterráneo.
Ciudad dedicada con auténtica pasión al culto de Afrodita, constituía también, por tanto, un potente foco de prostitución sagrada.
(Continuará)
(Texto: Mariano López-Acosta)
(Imágenes: ruinas de Corinto)
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