El volcán Tambora. Frankestein. Villa Diodati. Turner.



 Si en alguno de los oscuros y a la vez luminosos siglos medievales hubiera sucedido lo que aconteció en 1816, multitudes aterrorizadas habrían jurado a buen seguro que las trompetas del Apocalipsis anunciaban el fin de los tiempos. Ese año el verano se convirtió en invierno, el sol apenas brillaba, las cosechas no prosperaron, la hambruna se desató y cientos de miles de personas murieron de inanición mientras una gasa turbia y mortecina empañaba la visión de los horizontes. Las gentes de Nueva Inglaterra se referían a él como “mil ochocientos hielo y muerte". Con ese nombre pasó a formar parte de la memoria colectiva de varias generaciones.
 Y mientras tanto, Turner envolvía en una bruma densa y plomiza la atmósfera de sus obras de arte y Byron escribía...

Yo tuve un sueño, que no era un sueño.
El luminoso sol se había extinguido y las estrellas
vagaban sin rumbo...”

LORD BYRON.  Darkness


En ese verano invernal, por cierto, el poeta inglés que moriría más tarde luchando por la independencia de Grecia recibía en su residencia de Suiza al matrimonio Shelley. Nos podemos imaginar la situación. Lord Byron y su médico personal, el extravagante  Polidori, el poeta Pierce Shelley y su mujer, Mary Shelley, junto a una hermana de ésta, personajes románticos extremados, cercanos a lo gótico,  enclaustrados todos en la mansión de Villa Diodati rodeada de bosques y próxima al lago Ginebra  en unos meses de estío que sorpresivamente se volvieron lóbregos e invernales. En ese ambiente alumbró Mary Shelley la primera novela gótica de la historia. Allí nació "Frankestein o el moderno Prometeo".
 Era un mundo el de 1816 en que las noticias viajaban a duras penas. En que lo que sucedía en el otro extremo del planeta era un completo arcano que no salía en el telediario de las tres de la tarde precisamente. Yo no sé si aquella gente que al mirar hacia el cielo  vislumbraba asombrada un sol enfermo y apagado era consciente de lo que había sucedido el 10 de abril de 1815.
Aquel día, en una isla de la entonces remotísima Indonesia se produjo la erupción volcánica más intensa de que se tiene noticia hasta ahora. Estudios geológicos sobre la historia de la tectónica terrestre aventuran que fue el fenómeno de actividad volcánica más potente en 10.000 años. Hay una serie de datos al respecto que se pueden consultar en cualquier enciclopedia y que son ciertamente descomunales. Así, se dice que el ruido provocado por la explosión se pudo escuchar a unos 2.000 km de distancia, en la isla de Sumarra. Que fallecieron más de 70.000 personas en el acto. Y que su potencia se puede estimar en el equivalente a 60.000 bombas atómicas del tamaño de la de Hiroshima.  Un volumen de grava, arena y cenizas de 240 kilómetros cúbicos fue despedido hacia la atmósfera conformando lentamente una capa que cubrió los cielos, oscureció el sol y bajó ostensiblemente la temperatura del planeta.


 A medida que avanzó el tiempo las consecuencias del fenómeno se hicieron cada vez más evidentes. Unos años fríos y oscuros se sucedieron. La vegetación languidecía y el mundo se adentraba en un largo invierno. La tenue gasa de la paleta de Turner y los sueños de Frankestein comenzaban a forjarse.

  (Texto: Mariano López-Acosta)

Crédito de las ilustraciones:

De Robertgrassi - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4463463

By Author Mary Shelley; publisher Lackington, Hughes, Harding, Mavor & Jones - https://eee.uci.edu/clients/bjbecker/RevoltingIdeas/lecture15.html, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=32914384

De Jialiang Gao (peace-on-earth.org) - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15669957







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