Este año voy a ir a los orígenes y para el Día de Difuntos
tiraré de Tirso de Molina en vez de ver la obra de Zorrilla. Aunque las raíces
son anteriores, claro. El tema se pierde en la noche de los tiempos. Se sabe de
muchos romances que nos hablan de convidados de piedra y tipos irreverentes con
arrestos para desafiar y mofarse de lo más sagrado, creyendo estar protegidos
por una impunidad que era fruto del mayor descreimiento.
Esta obra, El burlador de Sevilla, va
al grano desde el principio. No hay una hostería del Laurel donde podamos ir
intuyendo poco a poco por dónde van los tiros ni de qué pie cojea cada uno de
los personajes. En la primera escena, en Nápoles, ya está gozando don Juan de
la duquesa Isabela haciéndose pasar en la completa oscuridad del dormitorio de
palacio por el duque Octavio. Cuando la buena señora se da cuenta del engaño ya
es demasiado tarde. Pone el grito en el cielo y aparecen el Rey y unos criados.
Pero también don Pedro Tenorio, embajador y tío de don Juan. El caso es que al
final éste consigue huir descolgándode por un balcón.
Como vemos, en esta obra la acción es trepidante
desde el principio con un continuo cambio de escenarios y localizaciones
(Nàpoles, Sevilla, Dos Hermanas, la playa de Tarragona...) Cual James Bond del
Barroco, don Juan irá sorteando situaciones límite hasta llegar al final de la escapada.
La España del Seiscientos, desde el rey hasta el
último villano, sentía auténtica pasión por el teatro. En el Corral de comedias
las representaciones eran una auténtica fiesta para el pueblo con entremeses en
los intermedios, múltiples loas e intervenciones y hasta un baile final para
echar el cierre. El teatro era la evasión total y calaba hasta los últimos
rincones de la sociedad de aquella época. Los grandes paradigmas de entonces
(la designación divina de la monarquía, la cuestión del honor, el
espíritu contrarreformista que emanaba del reciente Concilio de Trento, etc.)
se difundían a través de las comedias y ayudaban a la ideología de aquel
tiempo. El teatro era pues la vida misma.
Bueno, no me enrollo
más. Cojo y abro el libro dispuesto a pasar un buen rato.
(Texto: Mariano López-Acosta)
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