En
el curso de una entrevista -no consta que recibiera el Pulitzer por ella-, un reportero preguntó a John Lennon si
consideraba a Ringo Starr como el mejor
batería del mundo. El jovial muchacho de
Liverpool respondió con una de sus habituales boutades y le manifestó que ni
siquiera era el mejor batería de los Beatles.
Hay
que decir que Ringo era un espléndido instrumentista con una forma muy original
y autodidacta de tocar. En momentos claves (A day un the life, por ejemplo y en tantas
otras canciones) demostró una calidad
enorme y siempre estuvo al nivel que las circunstancias requerían. Supo dar
cumplida respuesta a la altísima exigencia del grupo.
Pero la afirmación de John tenía cierto sentido. En realidad se
refería al hecho de que en el grupo había un componente que tocaba muy bien la
batería además de Ringo. Y ese era Paul. Hay alguna anécdota que puede ilustrar
este hecho como la que pretendo contar a continuación.
Después de esa fantasía genial e
inclasificable que fue el Sargent Peeper, los jóvenes músicos británicos,
influidos tal vez por la inclinación a
la espiritualidad hindú de George Harrison, marcharon a la India para realizar
un retiro y meditar quizá sobre su
futuro. Allí cada cual dio rienda suelta
a su estado de ánimo y a sus preferencias existenciales. Mientras George se
imbuía de religiosidad oriental y profundizaba en las enseñanzas del Maharisi
Yogi, John y Paul componían canciones con una fluidez asombrosa y ejercían un
hippismo muy del momento, al tiempo que
Ringo se limitaba a estar presente, pero sin disimular que sus
inquietudes no pasaban precisamente por hacerse un santón.
Cuando regresaron a Inglaterra el grupo estaba
prácticamente roto. Las motivaciones personales de cada miembro divergían de manera irreversible y en la grabación del
siguiente disco, el Blanco, apenas coincidían en el estudio. Cada uno grababa
su aportación en la pista correspondiente y ya se encargaría el talentoso
productor George Martin de ensamblar la obra.
Se dio el caso de que Ringo, harto posiblemente de este clima, y por
otros motivos personales, dio la espantada y desapareció con el propósito de
dejar el grupo definitivamente. Durante días estuvo ilocalizable, mising
total, no había quien diera con él. ¿Qué
hacer? ¿Cómo sustituir a Ringo de
improviso? Pues nada, allí estaba Paul para tocar la baquetas como un consumado
experto. Así, el autor de Yesterday
aparece como batería en los créditos de varias canciones, como “Back in the USSR”, en la que se empleó bien a fondo para marcar el trepidante ritmo
de esa pieza rockera.
De
Ringo hubo noticias días después, cuando fue descubierto en el yate de Peter
Seller acompañado de unas jóvenes de perturbadora belleza. Pero no tardó en volver al redil.
No
fue ésta la única vez en que McCartney perpetró alguna intromisión en el
cometido propio de algún otro miembro del grupo. En el LP Revolver había una
pieza compuesta por Harrison -por fin colocaba el pobre alguna canción- que
abría el disco. Hay que recordar que
George era el guitarra principal de los Beatles, el que hacía los punteos, los
riffs, etc. Pues bien, este tema, "Taxman" se llamaba, por su propia estructura pedía
claramente un solo de guitarra bien potente en mitad de su desarrollo. Dos
horas estuvo Harrison haciendo pruebas para grabar esa intervención solista que
necesitaba su canción para alzar el vuelo definitivamente. Pero el productor y
Paul no terminaban de verlo. No era eso, no era eso, pensaban posiblemente, a
pesar de que a buen seguro Harrison estaría
haciendo auténticos alardes de
virtuosismo. Así que llegó un momento en
que MacCartnry dejó su bajo habitual
(con esa forma tan característica de violín o violoncelo en miniatura), cogió
una guitarra eléctrica y, visto y no visto, se despachó con un punteo electrizante que hizo subir
como la espuma el voltaje de la canción. Ese solo está ya en la historia de la música y pasa por ser
uno de los momentos emblemáticos de la carrera de los Beatles.
Está claro, Paul marcaba la pauta.
(Texto: Mariano López- Acosta)
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