"Gabrielle d'Estrées y su hermana en el baño". Escuela de Fontainebleau.




 Ni una sola gota de agua mojará los cabellos de las dos damas que aparecen en esta escena , durante su no muy habitual “toilette”.  La mujer rubia, Gabrielle d’Estrées,  pertenecía a una familia, por parte de madre, descrita en estos términos por el cronista Tallemant des Réaux : “Era la familia más rica en mujeres galantes de toda Francia. Se contaban entre ellas al menos 25 o 26, tanto monjas como casadas, que cultivaban resueltamente el acto carnal.” (Obviamente, extrapolados estos comentarios al momento actual, fuera de su contexto, no dejan de rezumar un evidente machismo)
 Probablemente la mujer morena sea una hermana de Gabrielle, quizás Julienne d’Estrées, duquesa de Villars, a la que nada impidió permanecer sentada con los senos desnudos bajo el púlpito donde ejercía sus predicaciones cierto fraile capuchino de quien se había enamorado perdidamente la ardiente dama, según narra el interesante libro “Los secretos de las obras de arte”, escrito por Rose Marie y Rainer Hagen y editado por Taschen.
Gabrielle d’Estrées era el paradigma de belleza de su tiempo. Piel pálida, lívida, cabellos rubios, esbelta…”Aunque llevaba un vestido de seda blanca, este parecía negro en comparación con la nieve de su piel”. Esto comentaba mademoiselle de Guise, una de sus contrincantes en la carrera por conseguir los favores del rey.
La palidez no era natural. Se conseguía a base de maquillaje que cubría además del rostro los hombros y el pecho. La boca y los pezones se coloreaban de rojo.  En la corte de los Valois, el arte del maquillaje para ambos sexos alcanzó cotas de excelencia.
Gabrielle d’Estrées era la amante de Enrique IV, de quien se quedó embarazada en cuatro ocasiones.  La reina, Margarita de Valois, por el contrario,  no le había dado descendencia. El monarca estaba prendado de Gabrielle, en la que veía, además de su facilidad para procrear, “belleza en la figura, un comportamiento discreto y dulzura de carácter y espíritu”.
 Pero parece ser que ella no se sentía excesivamente atraída por el rey y suspiraba por gozar en la intimidad junto a su caballerizo mayor. Sin embargo, la familia  Estrées ignoró sus sentimientos y terminó colocando a Gabrielle en la cama del soberano a cambio de enormes sumas y favores.  Enrique IV rápidamente la casó, para tenerla bajo control, con un noble,  parece ser que impotente y  de manifiesta docilidad.
 Años más tarde, cuando después de muchas vicisitudes consiguió afianzarse en el poder más absoluto, el rey quiso fundar una dinastía a partir de Gabrielle. Había conseguido anular el matrimonio de ésta y la disolución del suyo propio se estaba tramitando en Roma. Todo el mundo estaba escandalizado ante la inminente decisión del soberano.
 “El príncipe valiente se encontraba a punto de cometer la mayor tontería que se pueda hacer y, sin embargo, estaba completamente decidido a ello”, escribía Tallemant de Réaux, haciéndose eco de un pensamiento que flotaba en el ambiente. Y  era así, el pueblo odiaba a Gabrielle y sentía por ella el mayor desprecio. La situación se enconaba con el paso del tiempo.
 El rey no daba ninguna importancia a todos estos hechos y continuó con los preparativos de la ceremonia del enlace. El vestido de la novia ya estaba listo. 
 La semana santa anterior a la boda fue mandada  por Enrique IV  Gabrielle, embarazada, a casa del rico banquero Zamet, cuyas cocinas gozabas de una gran fama por la extrema calidad de los manjares que allí se elaboraban. Nadie duda de que el tal  Zamet envenenó a Gabrielle, traicionando al rey pero ejecutando el deseo mayoritario tanto de la plebe como de las altas capas sociales.
 Días antes de su fallecimiento, esta dama había dado a luz un feto muerto. Posteriormente agonizaba sin que ningún médico se acercara a socorrerla. Todos huían de su lado como si huyeran del diablo. El día 9 de abril se le anunció al monarca la muerte de su amada para que se pusiera en camino para darle el último adiós... En realidad  falleció el 10 de abril. La tesis oficial fue que había fallecido por "la mano de Dios". En realidad todo el mundo pensaba que había fallecido por "la mano del diablo".
 Y tenía mucho fundamento esa manera de pensar de la gente de aquel tiempo. Era una de las épocas en que la creencia en la brujería más arraigada estaba en todas las capas de la sociedad. Se pensaba que "entre el cielo y la tierra" había muchas más cosas de las que veían nuestros ojos. Así, la muerte de Gabrielle se interpretaba como algo derivado de poderes sobrenaturales. Además, se creía que el diablo tomaba la forma de bellas y subyugantes mujeres para llevar a cabo sus maléficos cometidos.
 Si había una persona alejada de tales pensamientos y creencias y con una mente escéptica por aquel entonces, esa persona era precisamente Enrique IV. Cuando supo de la influencia de estas supersticiones en la muerte de Gabrielle (nadie se atrevió a estar a su lado junto a su lecho de muerte) ordenó de inmediato el cese de la caza de brujas.
 A pesar de todo, en 1609 un juez ordenaba quemar en Burdeos a 80 mujeres acusadas de hechicería.

(Texto: Mariano López-Acosta)
       
"Gabrielle d'Estrées y su hermana en el baño"(1600). Autor desconocido. Escuela de Fontainebleau.
Museo del Louvre. París



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