Al margen de cámaras oscuras hay que reconocer que Vermeer tiene un toque muy peculiar y diferente. Algo así como una poesía de lo cotidiano. Su obra toca alguna que otra fibra y te invita a quedarte a vivir dentro de sus cuadros, en esas atmósferas tan serenas. Y es que el Tiempo, en esas escenas de interior, tiene una sustancia especial, algo así como la expresión de que es posible la felicidad en los actos más sencillos de la vida diaria, en esos hogares donde la quietud impone su ritmo en el ámbito y la existencia de los protagonistas de los cuadros. En fin.
El maestro de Delft consideraba El Arte de la Pintura como una de sus obras más valiosas. Este cuadro era algo así como una declaración de principios del pintor sobre la trascendencia de su ejercicio artístico. Tanto aprecio le tenía que se resistió como pudo a ponerlo en venta, por más dificultades económicas que pasara su familia. Su esposa, Catharina Bolnes, comprendía tan bien los sentimientos de su marido que cuando éste falleció en 1675 decidió poner la propiedad del cuadro a nombre de su suegra, María Thins, para sortear el acoso de los acreedores y evitar posibles embargos. Sin embargo, esta maniobra fue considerada finalmente fraudulenta y parece ser que esta magna obra fue subastada en mayo de 1677.
Desde entonces podemos decir que se le pierde la pista ya durante todo el siglo XVIII, y emerge a la vista de la investigación histórica en 1803, con la particularidad de que aparece atribuida a otro pintor, el también holandés Pieter de Hooch, y formando parte de la colección de un tal Gottfried van Swieten, hijo de un prohombre de la Corte de la emperatriz María Teresa de Austria.
Pero diez años más tarde pasó a ser propiedad del conde Johan Rudolf Czernin (1757-1845), noble que la destinó a prestigiar su colección de pinturas - ya bien surtida, por cierto, de obras maestras- de su palacio de Viena. Tras el fallecimiento de este aristócrata austríaco, su galería fue abierta al público por sus herederos y allí, en 1860, Vermeer recuperó la autoría de El Arte de la Pintura gracias a la investigación llevada a cabo por Thoré Bürger, en un clima entre la crítica de arte de paulatino aprecio de la obra del pintor de Delft, ya considerado como una cumbre del Seiscientos holandés.
El fallecimiento en 1932 del conde Franz Czernin, propietario por aquel entonces de la obra, dio lugar a un farragoso litigio entre su hermano Eugen y su sobrino Jaromir. La tasación de ese cuadro estaba en torno al millón de schilling. El valor del resto de las obras -entre las que se encontraban un tiziano y un durero- que componían la colección correspondía a la cuarta parte de esa cantidad. De esa manera el reparto testamentario del cuadro dio lugar a que cuatro quintos del mismo pertenecieran a Jaromir y un quinto a Eugen.
Todo se complicó cuando Jaromir se propuso ejecutar su herencia y vender la obra ante una oferta del estadounidense Andrew W. Mellon que ofreció un millón de dólares. Pero las leyes austríacas de protección del patrimonio artístico impidieron dicha venta y además consideraron en 1938 toda la Colección Czernin, junto a su propio palacio vienés, como una unidad indivisible.
En 1938, por otra parte, los acontecimientos se precipitaron en Austria con su anexión (el Anschluss), el 13 de marzo, al Reich alemán. Enseguida este cuadro se convirtió en una pieza codiciada por los jerarcas nazis y el propio Hitler entró en la carrera por conseguir esta obra enviando a Hans Posse, director de la pinacoteca de Dresde, para que negociara su adquisición. La cantidad solicitada, dos millones de marcos, pareció desorbitada y se desestimó su adquisición. En este caso no se daban las circunstancias para consumar de manera impune un expolio como los que se estaban dando en numerosos países ocupados por los nazis, merced a la ambición y la rapiña de gran parte de los componentes de sus élites.
A continuación apareció en escena un nuevo comprador, un magnate de la industria tabaquera, originario de Hamburgo, llamado Philipp Reemtsma, que venía avalado por el mismísimo mariscal Göring. La oferta era de 1,8 millones de marcos. Jaromir accedió a su venta por esa cantidad, pero una orden procedente de la Cancillería del Reich prohibió la salida de Viena de la obra sin el permiso expreso del propio Führer.
Finalmente se consiguieron desbloquear las negociaciones entre los representantes de Hitler y el conde austríaco y por 1,65 millones de marcos, el 11 de octubre de 1940, fue enviado el cuadro a Berlín.
Pero a finales de 1943, y para protegerlo de los bombardeos aliados, nuevamente el cuadro hubo de trasladarse, junto a otras muchas obras de arte, a los túneles de las minas de sal de Altausse.
El final de la II Guerra Mundial trajo consigo un nuevo y definitivo destino para esta obra maestra de la pintura. Así, tras ser ser recuperado por el ejército americano, El Arte de la Pintura fue entregado para su custodia definitiva al Kunsthistorisches Museum de Viena, donde ahora se puede disfrutar.
Todo se complicó cuando Jaromir se propuso ejecutar su herencia y vender la obra ante una oferta del estadounidense Andrew W. Mellon que ofreció un millón de dólares. Pero las leyes austríacas de protección del patrimonio artístico impidieron dicha venta y además consideraron en 1938 toda la Colección Czernin, junto a su propio palacio vienés, como una unidad indivisible.
En 1938, por otra parte, los acontecimientos se precipitaron en Austria con su anexión (el Anschluss), el 13 de marzo, al Reich alemán. Enseguida este cuadro se convirtió en una pieza codiciada por los jerarcas nazis y el propio Hitler entró en la carrera por conseguir esta obra enviando a Hans Posse, director de la pinacoteca de Dresde, para que negociara su adquisición. La cantidad solicitada, dos millones de marcos, pareció desorbitada y se desestimó su adquisición. En este caso no se daban las circunstancias para consumar de manera impune un expolio como los que se estaban dando en numerosos países ocupados por los nazis, merced a la ambición y la rapiña de gran parte de los componentes de sus élites.
A continuación apareció en escena un nuevo comprador, un magnate de la industria tabaquera, originario de Hamburgo, llamado Philipp Reemtsma, que venía avalado por el mismísimo mariscal Göring. La oferta era de 1,8 millones de marcos. Jaromir accedió a su venta por esa cantidad, pero una orden procedente de la Cancillería del Reich prohibió la salida de Viena de la obra sin el permiso expreso del propio Führer.
Finalmente se consiguieron desbloquear las negociaciones entre los representantes de Hitler y el conde austríaco y por 1,65 millones de marcos, el 11 de octubre de 1940, fue enviado el cuadro a Berlín.
Pero a finales de 1943, y para protegerlo de los bombardeos aliados, nuevamente el cuadro hubo de trasladarse, junto a otras muchas obras de arte, a los túneles de las minas de sal de Altausse.
El final de la II Guerra Mundial trajo consigo un nuevo y definitivo destino para esta obra maestra de la pintura. Así, tras ser ser recuperado por el ejército americano, El Arte de la Pintura fue entregado para su custodia definitiva al Kunsthistorisches Museum de Viena, donde ahora se puede disfrutar.
(Texto: Mariano López-Acosta)
El Arte de la Pintura. (1666-1668). Jan Vermeer van Delft.
Óleo sobre lienzo. Kunsthistorisches Museum. Viena
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