Vicente Palmaroli. “En vue”
1880. Óleo sobre tabla, 43 x 22 cm. Museo del Prado
La joven que protagoniza este cuadro era consciente de que habitaba en la más absoluta modernidad. Como ahora decimos, "estaba a la última". Era, además, una conspicua representante de una clase social que tenía a gala no claudicar ni desertar en modo alguno de ninguna de las manifestaciones de elegancia que correspondieran a cada momento, a cada situación, a cada escenario de los que la jornada deparara.
¿Que se trataba del petit-déjeuner? ¿Un cokctail matinal? ¿ Promenade a media tarde? Cada una de estas situaciones tenía su casuística y su liturgia y por tanto tenían que ser correspondidas con la distinción y el refinamiento que los diversos protocolos dictaminaran.
La elegante joven, vestida comme il faut, después de un rato de lectura junto al mar en una de las inabarcables playas de Normandía, ha decidido mirar el horizonte con los prismáticos. Quizá sean los mismos que usará desde algún palco en alguno de los estrenos de la rentrée. Tampoco lo podría yo jurar.
Es posible que en esos veraneos normandos, en las playas de Trouville-sur-mer, coincidiera con Marcel Proust, Gustave Flaubert o Claude Monet. Y es que el lugar estaba muy de moda.
Francia llevaba casi diez años curando las dolorosas heridas provocadas por la humillante derrota sufrida en la guerra franco-prusiana, derrota que había provocado el advenimiento de la III República y la debacle del Segundo Imperio. Mientras tanto, la elegante joven miraba hacia la lejanía con sus prismáticos.
(Texto: © 2018. Mariano López - Acosta Abellán)
"Palmaroli y González, Vicente
1880. Óleo sobre tabla, 43 x 22 cm. Museo del Prado
La joven que protagoniza este cuadro era consciente de que habitaba en la más absoluta modernidad. Como ahora decimos, "estaba a la última". Era, además, una conspicua representante de una clase social que tenía a gala no claudicar ni desertar en modo alguno de ninguna de las manifestaciones de elegancia que correspondieran a cada momento, a cada situación, a cada escenario de los que la jornada deparara.
¿Que se trataba del petit-déjeuner? ¿Un cokctail matinal? ¿ Promenade a media tarde? Cada una de estas situaciones tenía su casuística y su liturgia y por tanto tenían que ser correspondidas con la distinción y el refinamiento que los diversos protocolos dictaminaran.
La elegante joven, vestida comme il faut, después de un rato de lectura junto al mar en una de las inabarcables playas de Normandía, ha decidido mirar el horizonte con los prismáticos. Quizá sean los mismos que usará desde algún palco en alguno de los estrenos de la rentrée. Tampoco lo podría yo jurar.
Es posible que en esos veraneos normandos, en las playas de Trouville-sur-mer, coincidiera con Marcel Proust, Gustave Flaubert o Claude Monet. Y es que el lugar estaba muy de moda.
Francia llevaba casi diez años curando las dolorosas heridas provocadas por la humillante derrota sufrida en la guerra franco-prusiana, derrota que había provocado el advenimiento de la III República y la debacle del Segundo Imperio. Mientras tanto, la elegante joven miraba hacia la lejanía con sus prismáticos.
(Texto: © 2018. Mariano López - Acosta Abellán)
“Establecido en París desde 1873, Palmaroli desarrolló un tipo de pintura de género que le proporcionó un extraordinario éxito. Esta refinada tabla, la versión más depurada de un asunto que repitió en varias ocasiones, es reflejo de sus propios veraneos en la localidad francesa de Trouville-sur-Mer (Normandía) y muestra del entorno sofisticado que le rodeaba. La elegante y estilizada joven está representada en el momento en que ha abandonado la lectura para mirar a algún punto con sus prismáticos. El color negro de éstos, así como el de la sombrilla que porta, contrasta con la gama cromática en tonos pastel que domina la composición y que dota a la obra de un carácter delicado y preciosista, potenciado por el tipo de pincelada rápida, con poca materia pictórica, que recuerda a los apuntes realizados a plein air”. (Texto extractado de “La Belleza Cautiva. Pequeños tesoros del Museo del Prado”. Museo Nacional del Prado, Obra Social la Caixa, 2014, p. 212)
"Palmaroli y González, Vicente
Zarzalejo, Madrid, 5.9.1834 - Madrid, 23.1.1896Vicente Palmaroli y González, pintor español. Director del Museo del Prado de 1894 a 1896. Hijo de un litógrafo italiano, el pintor madrileño se formó en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Academia de San Fernando a partir de 1848. Sucedió a su progenitor (1853) en la plaza de litógrafo del Museo creada expresamente para él por el rey consorte Francisco de Asís con el apoyo de José de Madrazo (1849). En 1857, su asignación de "litógrafo de cámara excedente del Real Museo" le permite marchar a Italia a continuar su formación, acompañado de Eduardo Rosales y Luis Álvarez Catalá. A la vuelta de su mismo periplo presenta en la Exposición Nacional de 1862 dos pinturas fruto de su experiencia italiana: "Sacra Conversazione" (Palacio Real de Aranjuez), que le vale una medalla de segunda clase y una "Pascuccia", con la que consigue la de primera clase. Desde sus primeras obras, Vicente Palmaroli comienza a separarse de la estética oficial de su tiempo, encaminándose hacia planteamientos mucho más intimistas, de plástica muy depurada e inspirados en motivos contemporáneos e incluso cotidianos. Vuelve a Italia en 1863, donde permanecerá hasta 1866. Su experiencia de esos años se condensa en "El sermón de la capilla Sixtina" (Caja Duero, Salamanca), obra de un enorme éxito es primera medalla en la Nacional de ese año y goza de muy buena crítica en París precisamente por su modernidad plástica y por el planteamiento del asunto. De esa época de esplendor y madurez pictórica son algunos de sus mejores retratos, como el "Retrato de doña Hersilia Castilla" (Prado) o el "Retrato de la infanta Isabel de Borbón" (Palacio Real de Madrid). A partir de entonces, casado y establecido ya en la corte, realiza sin mucha fortuna algunas pinturas de historia, como "La batalla de Tetuán" (Museo del Ejército, Madrid) o "Los fusilamientos del tres de mayo en la montaña del Príncipe Pío" (Ayuntamiento de Madrid) de un impostado dramatismo, con la que consigue su tercera medalla de primera clase, y el año siguiente, en 1872, es nombrado académico de San Fernando. Desde 1873 Palmaroli se instala en París, y allí desarrolla amplísimamente su faceta como pintor de tableautins durante diez años, al término de los cuales es llamado a Roma como director de la Academia de España. En la Ciudad Eterna continúa con el mismo género de inspiración anecdótica, del que son muestra excepcional algunas de las obras que conserva el Museo del Prado, como "El concierto o Confesión". Ocupa desde 1894 (por Real Orden de 22 de junio) hasta su muerte el puesto de director del Museo del Prado. Al final de su vida, su pintura, se aproxima cautelosamente al simbolismo en obras tan significativas como su "Martirio de Santa Cristina". En función de este cargo Palmaroli hace traer de Sevilla "Las Marías en el Sepulcro", de Federico de Madrazo, para honrar su memoria exponiéndolo en el Museo. Su gran deterioro hace precisa una importante restauración previa. Se realizan una serie de obras y reparaciones en el edificio del Museo: la instalación de calefacción queda suspendida y en estudio, mientras no se produzca la sustitución de las cubiertas de madera por otras metálicas. Por su parte, para evitar incendios, Palmaroli propone la ampliación de los pabellones laterales de Jareño para trasladar allí las viviendas de empleados (proyecto del arquitecto Fernando Arbós, junio de 1895). También, a instancias de Palmaroli (minuta 28 de julio de 1894) que alega la necesidad de controlar la calidad de las donaciones, una Real Orden (12 de agosto de 1894) decide que en lo sucesivo éstas sean examinadas por una comisión del Museo (director, secretario y conservador), antes de su aceptación. Con Palmaroli los fondos del Museo aumentan considerablemente, aunque la mayoría de las obras incorporadas pasan pronto al Museo de Arte Moderno o a distintas dependencias oficiales de Madrid o provincias. Durante su mandato se adquieren las siguientes obras: "Las dos reinas, María Cristina y su hija Isabel II, revistando las tropas", de Mariano Fortuny, comprado a Raimundo de Madrazo; diez paisajes, de José Giménez Fernández; "Un senador veneciano", de Palma el Joven; treinta y tres óleos de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1895, entre ellos "¡Aún dicen que el pescado es caro!" (Joaquín Sorolla), "Lago de Como" (Eliseo Meifrén), "Lazo de unión" (Cecilio Pla) y "Garrote vil" (Ramón Casas); y una serie de esculturas de la misma exposición, entre las que figuran "Tulia", de Agustín Querol, y "Lucio Anneo Séneca", de Mateo Inurria, pero no el "Trueba", de Mariano Benlliure, propuesto por Palmaroli. Se reciben como donación y legado las siguientes obras: "La infanta María de la Paz de Borbón, hija de Isabel II", de Franz von Lenbach, del Ayuntamiento de Madrid; treinta óleos de la marquesa viuda de Cabriñana, entre ellos: "La Virgen y el Niño entre dos ángeles" (Hans Memling), "En el prado" (Paulus Pietersz Potter), "Cervantes y don Juan de Austria" (Eduardo Cano de la Peña) y "Molino holandés" (Carlos de Haes). "El majo de la vihuela" y "Alegoría de caza", de Goya, enviados por Raimundo de Madrazo; "Retrato de don Antonio Mediano", de Ulpiano Checa, legado por el retratado; y el legado de Federico de Madrazo, consistente en la obra El pintor y grabador Perugino Sensi, dos estudios de cabeza para Inmaculada, más treinta y ocho retratos a lápiz; además de una vidriera artística, "Homenaje a Holbein", donada por su autor, el artista bávaro Carl de Bouché, y colocada por Palmaroli en su propio despacho (Pérez Morandeira,R. En: E.M.N.P, 2006, Tomo V, p. 1663-1665)." (Fuente : www.museodelprado.es)
Es una pena y fruto de la dificultad que existe de poder exponer tantos tesoros, que está obra “En vue” de temática tan diferente y de ejecución tan delicada y sugestiva no se pueda contemplar entre las de la exposición permanente.
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