«Titian -
Pope Paul III with his Grandsons Alessandro and Ottavio Farnese - WGA22985» de
Tiziano - Web Gallery of Art: Image Info about artwork. Disponible
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Este cuadro constituye un soberbio
estudio psicológico de los personajes representados y deja entrever un
trasfondo inquietante expresado con ambigüedad por quien por aquel tiempo
estaba considerado como el mejor retratista de Europa.
Hay que saber que una de las disputas
recurrentes en el espacio geopolítico
europeo era la que enfrentaba las
influencias del Emperador y el Papa para dirimir quién ostentaba el liderazgo simbólico de la Cristiandad. Y
esta competencia llegaba al extremo de rivalizar por los servicios de los
mejores pintores de la época.
Tiziano ya había hecho varios retratos de
Carlos V. En ellos había realzado los rasgos del personaje hasta alcanzar la majestuosidad
que convertiría aquellas obras en auténticos retratos canónicos del Emperador.
Aunque ya constaba un anterior retrato del pontífice a cargo del pintor
veneciano, realizado en Bolonia, ahora le tocaba mover ficha a Paulo III.
Había un problema. Tiziano era muy reacio a salir
de Venecia. A esas alturas de su vida aún no había visitado Roma, algo extraño
en un genio renacentista como él. Por otra parte tampoco era viable que la más
alta dignidad vaticana acudiera a los talleres del pintor. Todo esto lo
resolvió maquiavélicamente el cardenal Alessandro de Farnesio, el nieto
del Paulo III que aparece a su derecha
en esta obra.
Este personaje, primogénito de Perluigi, hijo
éste a su vez del pontífice romano,había sido nombrado cardenal a los catorce
años y su abuelo le procuró cerca de treinta obispados. Mantenía una concubina
de la que tuvo una hija y había sido nuncio en París. Catalina de Médicis
recordaría años después la elegancia con
la que Alessandro ejecutaba las danzas palaciegas durante su estancia en la
capital francesa. Pues bien, este nieto de Paulo III fue el que consiguió
arrancar a Tiziano de Venecia mediante una promesa que nunca sería cumplida. La
cual consistió en que se otorgaría al hijo del maestro veneciano, llamado
Pomponio y que desempeñaba un cargo eclesiástico, una abadía de extraordinarios
recursos como pago por los trabajos artísticos del padre.
Tiziano recorrió la distancia que separaba Venecia de Roma protegido por
una fuerte guardia armada. Italia era un conjunto de ciudades y ducados
independientes que basaban su precaria seguridad en las alianzas que tejían con
las potencias de la época. Más de un enclave se podía considerar pues “territorio
comanche”.
El
artista, en Roma, fue alojado en un aposento del palacio papal y recibió un
trato muy deferente. Pero pasaba el tiempo, no recibía emolumento alguno y todo
el pago por sus trabajos quedaba pendiente de resarcir con la anhelada abadía.
Entrando en el análisis de la obra, lo primero
que observamos es el estado de decrepitud en que se encuentra Paulo III, que
por aquel entonces contaba 77 años. Con
la cabeza hundida entre unos hombros que a duras penas la sostienen, consumido, con la barba blanca y
no muy cuidada es la imagen de la más absoluta senectud. De todas formas,
Tiziano consigue contrarrestar estos rasgos con un cierto dinamismo provocado por
el giro del rostro, en orientación contraria al cuerpo, y la vivacidad de los
ojos.
A
su izquierda, iniciando una genuflexión, según el ritual establecido, que le habrá de llevar a besar el pie
de su abuelo que ya asoma por fuera de los ropajes, está su nieto Ottavio.
Paulo III lo utilizó para fraguar una alianza familiar con España, al casarlo
con 14 años con una hija natural de Carlos V.
A su derecha aparece, como ya decíamos,
Alessandro, el nieto cardenal, el urdidor del señuelo que hizo salir de Venecia
a Tiziano, al cabo de tantos años, para dirigirse por fin a Roma. Es el único
que dirige su mirada hacia el pintor. Pero esta mirada no es fácil de
describir, expresa ambigüedad. Parece el resultado de un conflicto generado por
las dudas y desconfianzas que pueden
permanecer latentes entre el pintor y el retratado.La próspera y magnífica
abadía prometida como estipendio por los trabajos del maestro se quedó en una humilde y pequeña
parroquia, un pago humillante para un genio.
Y dominándolo todo en esta obra, el color
rojo, como elemento generador de tensión.
El cuadro está inacabado por motivos
sobre los que se ha elucubrado sin llegar a una conclusión definitiva.
Hay que considerar que en esa época no eran la
devoción ni la piedad los rasgos más propicios para acceder a la silla de San
Pedro. El politiqueo, la diplomacia y los contactos eran atributos más
prácticos para desempeñar el cargo en un tiempo en que el papado tenía que
navegar por las turbulentas aguas de la política europea, fuertemente
polarizada por la rivalidad entre España y Francia. A eso se le sumaba la insurrección
luterana: Paulo III fue quien convocó el Concilio de Trento, el que inició la
Contrarreforma.
(Texto: Mariano López- Acosta)
(Texto: Mariano López- Acosta)
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