"Paulo III con sus nietos" (1545). Tiziano (1488/1490-1576)



«Titian - Pope Paul III with his Grandsons Alessandro and Ottavio Farnese - WGA22985» de Tiziano - Web Gallery of Art:   Image  Info about artwork. Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Titian_-_Pope_Paul_III_with_his_Grandsons_Alessandro_and_Ottavio_Farnese_-_WGA22985.jpg#/media/File:Titian_-_Pope_Paul_III_with_his_Grandsons_Alessandro_and_Ottavio_Farnese_-_WGA22985.jpg

 Este cuadro constituye un soberbio estudio psicológico de los personajes representados y deja entrever un trasfondo inquietante expresado con ambigüedad por quien por aquel tiempo estaba considerado como el mejor retratista de Europa. 
 Hay que saber que una de las disputas recurrentes  en el espacio geopolítico europeo  era la que enfrentaba las influencias del Emperador y el Papa para dirimir quién ostentaba  el liderazgo simbólico de la Cristiandad. Y esta competencia llegaba al extremo de rivalizar por los servicios de los mejores pintores de la época.
 Tiziano ya había hecho varios retratos de Carlos V. En ellos había realzado los rasgos del personaje hasta alcanzar la majestuosidad que convertiría aquellas obras en auténticos retratos canónicos del Emperador. Aunque ya constaba un anterior retrato del pontífice a cargo del pintor veneciano, realizado en Bolonia, ahora le tocaba mover ficha a Paulo III.
 Había un problema. Tiziano era muy reacio a salir de Venecia. A esas alturas de su vida aún no había visitado Roma, algo extraño en un genio renacentista como él. Por otra parte tampoco era viable que la más alta dignidad vaticana acudiera a los talleres del pintor. Todo esto lo resolvió maquiavélicamente el cardenal Alessandro de Farnesio, el nieto del  Paulo III que aparece a su derecha en esta obra.
 Este personaje, primogénito de Perluigi, hijo éste a su vez del pontífice romano,había sido nombrado cardenal a los catorce años y su abuelo le procuró cerca de treinta obispados. Mantenía una concubina de la que tuvo una hija y había sido nuncio en París. Catalina de Médicis recordaría años después  la elegancia con la que Alessandro ejecutaba las danzas palaciegas durante su estancia en la capital francesa. Pues bien, este nieto de Paulo III fue el que consiguió arrancar a Tiziano de Venecia mediante una promesa que nunca sería cumplida. La cual consistió en que se otorgaría al hijo del maestro veneciano, llamado Pomponio y que desempeñaba un cargo eclesiástico, una abadía de extraordinarios recursos como pago por los trabajos artísticos del padre.
 Tiziano recorrió la distancia que separaba Venecia de Roma protegido por una fuerte guardia armada. Italia era un conjunto de ciudades y ducados independientes que basaban su precaria seguridad en las alianzas que tejían con las potencias de la época. Más de un enclave se podía considerar pues “territorio comanche”.
 El artista, en Roma, fue alojado en un aposento del palacio papal y recibió un trato muy deferente. Pero pasaba el tiempo, no recibía emolumento alguno y todo el pago por sus trabajos quedaba pendiente de resarcir con la anhelada abadía.
 Entrando en el análisis de la obra, lo primero que observamos es el estado de decrepitud en que se encuentra Paulo III, que por aquel entonces contaba  77 años. Con la cabeza hundida entre unos hombros que a duras penas  la sostienen, consumido, con la barba blanca y no muy cuidada es la imagen de la más absoluta senectud. De todas formas, Tiziano consigue contrarrestar estos rasgos con un cierto dinamismo provocado por el giro del rostro, en orientación contraria al cuerpo, y la vivacidad de los ojos.
 A su izquierda, iniciando una genuflexión, según el ritual establecido, que le habrá de llevar a besar el pie de su abuelo que ya asoma por fuera de los ropajes, está su nieto Ottavio. Paulo III lo utilizó para fraguar una alianza familiar con España, al casarlo con 14 años con una hija natural de Carlos V.
 A su derecha aparece, como ya decíamos, Alessandro, el nieto cardenal, el urdidor del señuelo que hizo salir de Venecia a Tiziano, al cabo de tantos años, para dirigirse por fin a Roma. Es el único que dirige su mirada hacia el pintor. Pero esta mirada no es fácil de describir, expresa ambigüedad. Parece el resultado de un conflicto generado por las dudas y  desconfianzas que pueden permanecer latentes entre el pintor y el retratado.La próspera y magnífica abadía prometida como estipendio por los trabajos del maestro se quedó en una humilde y pequeña parroquia, un pago humillante para un genio.
 Y dominándolo todo en esta obra, el color rojo, como elemento generador de tensión.
 El cuadro está inacabado por motivos sobre los que se ha elucubrado sin llegar a una conclusión definitiva.
  Hay que considerar que en esa época no eran la devoción ni la piedad los rasgos más propicios para acceder a la silla de San Pedro. El politiqueo, la diplomacia y los contactos eran atributos más prácticos para desempeñar el cargo en un tiempo en que el papado tenía que navegar por las turbulentas aguas de la política europea, fuertemente polarizada por la rivalidad entre España y Francia. A eso se le sumaba la insurrección luterana: Paulo III fue quien convocó el Concilio de Trento, el que inició la Contrarreforma.

(Texto: Mariano López- Acosta)
 


Comentarios