Javier Krahe ha sido un cantautor de inmensas minorías. Sus letras son, a mi entender, las de mayor carga intelectual de cuantas ha generado en España el inmenso repertorio de la canción de autor. Su dominio del idioma, junto con el manejo de un humor agudo y frío le proporcionaban herramientas suficientes para realizar composiciones dotadas de un nivel muy cercano al de los clásicos.
A veces sus temas parecían auténticos retos lingüísticos. Así, en “Las Antípodas”resuelve todo un “sudoku” gramatical basando todo el lenguaje de la canción en el uso de las esdrújulas. Y a pesar de tal ejercicio, en ningún momento parece forzada la composición ni pierde su naturalidad. Es más, constituye una magistral crítica social.
El contraste que se provoca al aplicar un dominio tan culto del vocabulario para describir escenas propias de una película de "Torrente" produce efectos desternillantes, como cuando describe al libidinoso anciano "Don Andrés octogenario" : "...en plena senectud y Andrés erre que erre...". Y cómo reprimir la carcajada cuando contemplamos a un individuo dotado de una flema británica a prueba de bomba que intenta contrarrestar el "burdo rumor" propagado sobre el vergonzante tamaño de sus atributos viriles realizando una encuesta entre las damas que compartieron con él su intimidad, encuesta a la que responde incluso su propia mujer afirmando (agárrate que viene curva...) que
"...aunque prefiero
como tú ya sabes, la del jardinero,
por si te interesa pon que estáis a la par
solo que la suya es mucho menos familiar..." .
Por otra parte, en mi opinión, el mejor alegato que se ha hecho en una canción contra la pena de muerte aparece en "La Hoguera". Aquí, Krahe va detallando una lista pormenorizada de penas capitales, acompañadas de descripciones y alabanzas, hasta llegar a la conclusión de que prefiere definitivamente la hoguera:
"...la hoguera tiene un no sé qué
que sólo lo tiene la hoguera..."
Es humor negro y corrosivo de muchos quilates.
Esta es una pequeñísima muestra de los muchos lances e ideas que han ido poblando su universo.
Y nadie como él se ha aproximado con tanta fidelidad al espíritu de Brassens a la hora de traducirlo. No ha reparado en usar de una total libertad en la elección de los vocablos, sacrificando la absoluta literalidad que encorsetaría la esencia de la obra, para acercarse prodigiosamente al espíritu del maestro francés. Y es que hay que convenir en que Krahe es el más brasseniano de nuestros cantautores.
Se ha ido, sí, pero nos deja el legado de su obra construida a base de humor e inteligencia. Menudo cóctel...
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