Hace
ya bastantes años (¿finales de los 80? ¿primeros de los 90?) leí en el
suplemento cultural de un diario una referencia a cierto relato - más adelante
desvelaré su contenido-que por su singularidad me hizo cavilar sobre la esencia
última de la literatura.
Reflexionando sobre el origen de ésta,
podríamos decir que desde siempre ha sentido el ser humano la necesidad de
fabular, de contar historias que facilitasen la evasión de una realidad
demasiado "real", de abstraerse de cotidianidades opresivas mediante
alguna narración que abriera puertas insospechadas por donde huir, que diera
profundidad a la existencia creando una mirada paralela. Estoy convencido de que cuando se reunían
junto al fuego en las frías noches de invierno los cavernarios hombres del
Paleolítico, ya había algún maestro de la invención que creaba historias con
que soñar y volar hacia territorios no imaginados hasta ese momento que
evadieran de la dura tarea de la caza y la lucha contra otros clanes rivales.
Por
otra parte, hace muchos años leí "Vida de don Quijote y Sancho",
de Unamuno. En este libro, escrito a rebufo del tercer centenario de la gran
obra, el escritor vasco llega a considerar tan real a don Quijote como a
Cervantes. Llegaba a decir que el héroe cervantino estaba en la eternidad, y
por tanto, considerando ese tan vasto concepto, nadie podía convencerle a él de
que no hubiera existido o no fuera a existir alguna vez. Bueno, dejando aparte
los apasionados sofismas del intelectual del 98, el mensaje que se deduciría de
esa literaria profesión de fe es que mediante el cultivo de las letras uno
puede adentrarse en otras realidades y "creérselas", hacerlas parte
de la propia vida sin necesidad de caer en alguna disfunción psíquica de
desfavorable diagnóstico.
Cabría
decir también que el vehículo a través del cual se va a comunicar la obra
creada debería de ser algo secundario. Evidentemente las primeras literaturas
de la Humanidad son de transmisión oral, antes de ser fijadas por la escritura.
Muchas historias narrativas han recorrido de ese modo geografías y generaciones
hasta llegar a nuestros días con la frescura de los primeros tiempos.
Pues bien, para no extenderme más (estas
reflexiones sobre el hecho literario darían para páginas y más páginas) voy a
volver a lo que anuncié al principio, al relato referido en aquel antiguo suplemento
cultural.
En él, el enfoque sobre la comunicación y
el soporte de la obra creada nos da una vuelta de tuerca tal que conduce a
plantearnos sin ambages la esencia más profunda de la literatura. El relato
trata de un escritor que es encarcelado (no recuerdo ahora las circunstancias
de ese hecho) y despojado en prisión de cualquier medio de escritura. Entonces,
la narración inacabada que llevaba entre manos la va "escribiendo"
mentalmente, corrigiéndola, ampliándola, puliéndola... hasta que llega un
momento en que tropieza con la insalvable dificultad de componer un final de
relato acorde con el desarrollo de la historia. En esas se le comunica que va a
ser fusilado. La noticia provoca en él una desesperada preocupación por hallar
cuanto antes un desenlace digno para la obra literaria que está creando. Por
fin lo consigue, momentos antes de morir, ya ante el pelotón de fusilamiento.
En ese instante se despide de la vida con la plenitud que le provoca la
sensación de haber culminado su obra, que solo él conoce y que se llevará a la
tumba. ¿Habrá metáfora mejor que ésta para describir el núcleo último y más
profundo del proceso creativo? Es la génesis literaria pura y escueta, libre, despojada
de cualquier artificio ajeno a su propia sustancia. Es además una prueba de
cómo alguien puede consagrar su vida a la literatura, pasando las mayores
estrecheces imaginables con la esperanza de que su obra consumada le redimirá
de todo, no importa cuándo, quizá muchos años después de su muerte.
Por cierto, intentaré hacer una excavación arqueológica en el trastero
de mi casa para ver si encuentro el suplemento cultural en el que tuve noticia
de ese relato. Supongo que a estas alturas habrá que hacerle la prueba del
Carbono 14.
(Texto: Mariano López-Acosta)
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