El abastecimiento de agua en la antigua Roma




 A través de catorce acueductos procedentes de los Apeninos llegaba el agua a la capital del Imperio. Eran unos mil millones de litros diarios, según algunos cálculos,  que se almacenaban en 247 arcas de agua o castella.  Desde allí era  distribuida toda esta masa líquida hasta  llegar a la infinidad de fuentes que, como en la actualidad, refrescaban la ciudad. 
  En  sus primeros orígenes toda esta infraestructura estaba destinada al uso público, “ad usum populi”, y así permaneció durante los días del Imperio. 
  La orilla derecha del Tíber tuvo que esperar  hasta el 24 de junio del año 109  para que sus pobladores  disfrutaran del agua de los manantiales de las montañas, tras siglos de utilización de pozos. Esa fue la fecha en la que  Trajano inauguró el acueducto que llevaba su nombre, aqua Traiana
  El uso público de estas obras solo se vio alterado en alguna ocasión en que algunos habitantes -de las capas más altas de la orilla izquierda del Tíber-  diseñaban canalizaciones para conducir el agua hasta sus viviendas particulares desde los castella. Pero eso requería el permiso expreso del mandatario de turno y el pago de un canon. Y era una concesión de carácter revocable,  que podía ser suprimida tras la muerte del usuario. 
  Este tipo de suministro propiciaba  una logística y una industria basada en el esfuerzo humano para llevar a las viviendas desde las fuentes el agua a utilizar. Todo un ejército de aguadores (aquarii) se ponía en marcha desde los primeros rayos del sol para cubrir las necesidades de la población. Era una tarea propia de los esclavos  y de una importancia tal para la colectividad  que cada edificio tenía adscrito a él un número de operarios que formaban parte de esa  propiedad en las transacciones y compraventas de la misma.
  Esta era la forma en que el agua que nacía en las fuentes y manantiales de los Apeninos llegaba  a las viviendas de la gran urbe romana.


 (Texto: © Mariano López-  Acosta Abellán)

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