No hay en el Universo un fenómeno físico
tan violento como el estallido de una supernova. Cuando se da, en unos minutos
o segundos se libera la misma energía que va a emitir el sol a lo largo de toda
su vida activa. La luminosidad que despide esta magna explosión eclipsa el
brillo de toda la galaxia en que se encuentra la estrella que la origina.
Hay una distancia mínima de seguridad con
respecto a la Tierra por debajo de la cual la eclosión de una supernova
destruiría nuestro planeta. Hasta hace poco se consideraba que el cuerpo celeste que habitamos no aguantaría las
consecuencias de esta alteración estelar a distancias menores de 25 o 30 años
luz. Pero ahora la distancia de seguridad se ha ampliado. Y los años- luz a que
debemos de estar para evitar el fin absoluto de la vida en la Tierra son 50 o
60 como mínimo.
Pero incluso a distancias mayores, si no
la destrucción total de todos los seres vivos que habitan el planeta, sí se
darían consecuencias catastróficas para la viabilidad de muchísimas especies,
incluida la humana.
Cuando este fenómeno se produce a
distancias de miles de años luz, en la bóveda celeste aparece de improviso el
fulgor de un nuevo astro, de ahí que los antiguos lo denominaran estrella
"nova".
A lo largo de la Historia está documentada
la cíclica aparición de supernovas. Según la mayor o menor distancia, variaba
la vistosidad del espectáculo que se daba en el cielo. En algunos casos el
brillo se apreciaba claramente de día y podía emular al de la propia luna en la
noche.
A la luz de algunos descubrimientos, se ha
relacionado alguna extinción masiva, como la del Ordovícico, con la actividad
de supernovas a distancias relativamente cercanas, aunque por encima del
perímetro de seguridad.
Se tiene también constancia de otro de
estos fenómenos estelares hace 2 o 2,5 millones de años, cuando el Homo
erectus campaba erguido por las llanuras africanas. En este caso, por los
datos objetivos que se han podido documentar (como la existencia de una forma
de hierro radioactivo en el océano, claro producto de emisiones supernóvicas
con su correspondiente datación), la incidencia en el planeta debió ser
tremenda. Se calcula que el fenómeno se produjo a 130 o 150 años-luz. Durante semanas o meses debió darse una espectacular luminosidad en el
cielo tanto de día como de noche, hasta tal punto que rompería el ciclo de
vigilia sueño de muchos seres vivos, con un descenso enorme de la síntesis de
melatonina en el sorprendido y desorientado
Homo erectus. El descenso del tamaño de la capa de ozono también debió
de ser muy significado, pudiendo quedarse en la mitad. Eso significa que el
filtro para los rayos u.v. y otras radiaciones ionizantes cósmicas disminuyó de
forma alarmante. La incidencia de cánceres se dispararía. Todo esto dio lugar
posiblemente a una aceleración en el ritmo de la selección natural y un aumento
en la velocidad de la evolución de las diferentes especies. Las más longevas
quizá eran menos viables al estar más expuestas a la aparición de cánceres a lo
largo de su existencia. Las de vida más corta podían completar su ciclo vital
de firma más airosa y progresaron.
Como dije antes, está ampliamente
documentado el avistamiento de supernovas por el ser humano a lo largo de los
siglos.
En 1604 la detección de una de ellas por
parte de Galileo le llevó a replantear el dogma aristotélico referido a la
inmutabilidad del Universo. El propio nombre de Firmamento lleva implícita esa
cualidad, lo que es firme, sin cambios ni variaciones. En realidad los antiguos
consideraban que las lejanísimas supernovas eran nuevas estrellas. No
calculaban distancias, no sabían que la estrella ya existía y que esa
luminosidad correspondía a la clausura de su ciclo de actividad.
Esa Supernova de 1604 fue observada
también por Kepler, es la última avistada en la Vía Láctea. Después de más de
400 años los astrónomos dicen que ya "toca" una nueva en nuestra
Galaxia. Hay detectadas algunas candidatas ya. Se trata de que no nos pillen
demasiado cerca.
Ha habido muchas. En 1987 fue detectada
otra en la Gran Nube de Magallanes.
En 1572, el astrónomo Tycho Brahe observó
una en Casiopea y la describió en su libro De Nova Stella. Era la primera vez
que se usaba el término nova.
En 1054 se dio la que terminaría formando
la Nebulosa del Cangrejo. Astrónomos chinos dejaron constancia de ella. Es
posible que la referenciaran también los habitantes de la América precolombina.
En 1006 se produjo una de un fulgor
inmenso. También está descrita y referenciada de una u otra forma en Japón,
China, Iraq, Egipto y en algunos países de Europa.
Y muchas más. Y las que vendrán. Aunque no
sea un fenómeno frecuente. Se estima en cien años más o menos la frecuencia con
que son detectadas.
Resumidamente habría que explicar que las
supernovas aparecen en el final del ciclo vital de las estrellas. Pero para que
este fenómeno se dé han de tener un mínimo de masa, de lo contrario, la fuerza
gravitatoria que colapsa el astro y provoca la descomunal emisión de energía es
insuficiente. El sol, por ejemplo, no tiene la masa necesaria para dar lugar a
una supernova. Sí se puede dar en estrellas pequeñas cuando forman sistemas
binarios, como si hubiera dos soles muy cercanos entre sí generando un campo
gravitatorio común.
Cuando este estallido estelar va
acompañado con la emisión de rayos gamma, la emision más poderosa que hay en el
Universo, las dimensiones energéticas del fenómeno se magnifican sobremanera.
Las distancias de seguridad cambian y se hace necesaria una mayor lejanía para
eludir cualquier riesgo para el planeta. En la Vía Láctea hay una supernova que
está al caer con una distancia segura para nosotros de momento, a miles de años
luz. Es la llamada “Eta Carinae”. Pero si emitiera rayos gamma nuestra
separación a ella sería insuficiente. La capa de ozono se destruiría y la
catástrofe no podría ser evitada. Pero
una cosa nos salva. Estas radiaciones gamma no se dan en todas direcciones. La
emisión se generaría como en dos conos opuestos de muy pocos grados de
apertura. Por suerte para nosotros, según el eje polar de la estrella, no nos
apuntan. Por ahí estamos salvados.
Yo
os animo desde aquí a quienes disfrutáis de la contemplación del cielo
en las noches estrelladas a que no dejéis de mirar con atención hacia los
astros. En cualquier momento puede aparecer un fulgor nocturno que os
sorprenda. Como decía Jaume Sisa en su inolvidable canción, "Qualsevol nit
pot sortir el sol" (Cualquier noche puede salir el sol).
(Mariano López- Acosta)
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