No hay muchas canciones con el poder
evocador de La mort de l'aví (La muerte del abuelo). Joan Manuel Serrat,
un auténtico principiante cuando la compuso, con la sola compañía de unas
sencillas notas de guitarra y su voz que en ocasiones parece un gemido, logra
recrear toda la atmósfera del rincón marinero que asiste al adiós de un viejo
pescador. La playa con las barcas varadas, los aparejos, las redes, la
enmudecida taberna, las comadres que rezan en la iglesia, la tristeza de los
hombres del mar por la pérdida de quien era un padre para todos ellos, toda una
serie de imágenes envueltas en una brisa salobre que reflejan el duelo de un
pueblo de pescadores. El sentir popular sincero y espontáneo ante el gran
misterio de la muerte. Y sobre todo, "el blau del mar", el
azul del mar como telón de fondo de toda la canción, porque en realidad Serrat
lo que hace aquí es desplegar su primera gran marina y la cadencia de las notas
sería como el suave ondular del agua entre las barcas.
Y
luego, el paso del tiempo y el olvido, la vida que continúa, las pequeñas
embarcaciones que vuelven a sus antiguas artes, los niños que juegan en la
calle y una red que queda en la arena de la playa olvidada y que nunca más,
nunca más, volverá a besar el mar.
(Mariano Löpez- Acosta)
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