NOVELA EJEMPLAR
Tarsicio era el joven más simpático y dispuesto del pueblo. Vareaba como nadie la aceituna, cantaba mientras segaba el trigo en verano y se manejaba bien con el ganado. Los señoritos estaban muy contentos con él. El hijo de éstos, Luis Cayetano, de su misma edad, lo buscaba siempre para ir de caza cuando venía de la capital, donde estudiaba Derecho. Durante los veranos de la niñez, cuando los amos venían de Madrid a pasar unas semanas antes de irse a las playas del norte, jugaban juntos en el cortijo, lo cual forjó una amistad que se mantuvo intacta durante su juventud, hasta la prematura muerte de Tarsicio.
La madre de éste, que servía en la casa de los padres de Luis Cayetano, mujer muy resignada y agradecida, siempre le recordaba lo humildes que eran y lo exortaba a no abandonar la prudencia en el trato con su alto y distinguido amigo.
Mientras Luis Cayetano hacía el calavera en la capital (había salido a su padre, que tenía una mantenida con piso puesto en Sevilla), Tarsicio terminó echándose novia, una moza del pueblo muy tímida y hacendosa. A pesar de que apenas sabía leer, por las noches le recitaba poesías en la reja de su callejón. En ocasiones la rondaba con una guitarra desportillada cantándole canciones muy bajito, para no molestar a los vecinos. Cuando volvía a su casa por las calles empedradas, entre casas encaladas y bajas, con los primeros aromas del azahar, sentía una plenitud que recordaría con mucha nostalgia y tristeza en momentos difíciles, cuando la muerte acechaba a la vuelta de cualquier barranco. Como el del Lobo.
Un día, el periódico del casino venía con unas noticias alarmantes. Maura había sucumbido a las presiones y había decretado una gran movilización militar para hacer frente a la revuelta de los rifeños, que querían impedir la explotación minera llevada a cabo por una compañía extractiva colonial, propiedad del Conde de Romanones. La rebelión de las cabilas se había enconado y había enormes intereses económicos que presionaban al gobierno a actuar de inmediato. Y así se hizo.
Muchos años después, el padre de Tarsicio, un jornalero seco y bruñido por miles de soles, acodado en la vieja mesa de madera de la taberna del pueblo, con la lucidez, la rabia y la melancolía que daban los varios vasos de vino de la tierra que estaba trasegando, pensaba que hubiera robado y matado para conseguir los miles de pesetas necesarios para eximir de la leva a su Tarsicio; como sí había sucedido con el hijo de los señoritos, que se acogió a la ley de Reclutamiento y Reemplazo vigente desde 1885.
Todos los días, al atardecer, y en esa misma mesa, pensaba lo mismo.
(Texto: Mariano López-Acosta)
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