EL CAZADOR DE INSTANTES

Un libro altamente recomendable: El cazador de instantes. Su lectura me ha deparado la sorpresa de descubrir una faceta de novelista consumado, con un oficio impropio de un debutante, en mi amigo Jesus Núñez Perea , al que conozco desde hace más de treinta años. 


En la presentación del libro le oí decir que no estamos ante una novela histórica, como se apostilla en la portada de la publicación. Y es verdad. Aunque la acción se desarrolle en la Siyasa (Cieza) del siglo XIII, el relato despliega una serie de valores intemporales que exceden su marco histórico. Novela de iniciación vital a partir de la niñez, de aprendizaje tutelado por quien detenta una clarividencia llevada a extremos que emocionan, "El cazador de instantes" es ante todo una celebración de la vida en todas sus dimensiones, un agradecimiento por el ennoblecido goce de los sentidos que ésta nos proporciona si sabemos captar sus verdadero significado. Abdara, huérfano de padre y madre, pasará la infancia con su abuelo y tendrá el privilegio de recibir de él una herencia impagable: el amor y la sabiduría necesaria para descifrar los misterios de la existencia. 

 Los recursos narrativos, por otra parte, son espléndidos. Hay una serie de leitmotiv recurrentes que van diseñando el plano sentimental de la novela, que nos introducen con familiaridad en el universo particular de Abdara. La nutria de cola cortada, el arquero pintado en la cueva, el burro sabio que mueve las orejas, el banco de piedra del molinero, el árbol al que le late el corazón, los barcos de junco en las acequias, y tantos otros... Son elementos cargados de simbolismo que van desplegándose a lo largo del relato, con los que nos vamos familiarizando hasta llegar a la complicidad.  

 Asimismo, la elaboración del "tempo" está muy conseguida. El ritmo está calculado para que no haya asimetrías y se mantengan las proporciones narrativas. 

 A lo largo de la trama asistimos al transcurrir del paso de los años y nos impregnamos de una concreta sensación de temporalidad, de inflexible cronología en la vida de los personajes. Y esa sensación tan real del discurrir de la vida nos hace sentir nostalgia por el pasado de los protagonistas que va quedando atrás conforme vamos pasando páginas. Pocas veces se ha expresado tan bien la fugacidad de las cosas. 

 Y hay que poner en valor asimismo el dominio del lenguaje del autor, manejando una prosa a la que le extrae todas sus posibilidades de expresión, todos sus recursos estilísticos con una facilidad nada habitual, una herramienta capaz de matizar conceptos y sensaciones. 

 A lo largo del relato, prácticamente desde el principio, se percibirá un hilo subterráneo que insinúa planos amenazantes y muy contrarios a la plenitud que subyace en la celebración de la vida de los protagonistas. Ese es un mérito narrativo, elaborar una tensión latente que va creando expectación, que invita a descubrir tramas ocultas. Sirviéndose también de un "macguffin" muy efectivo que vale incluso como dibujo de portada para esta edición. 

Ya digo, este libro tiene muchas vertientes. Lo podríamos catalogar también como un manual para gestionar la pérdida. Y como una exaltación de la Naturaleza, con todo el agradecimiento por la generosidad con que nos regala sus frutos. 

Pero sobre todo, esta novela es una gran historia de amor que late en todos sus capítulos. Y con este mensaje: todos los paraísos se pueden perder si no luchamos por ellos, si no ponemos lo mejor de nosotros mismos en su defensa. 

(Texto: Mariano López-Acosta)

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