La "Pasión según San Mateo" de Johann Sebastian Bach. (Un Viernes Santo en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig)
El Viernes Santo correspondiente al día 15 de abril de 1729
se estrenaba en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig un oratorio para doble
coro, orquesta y solistas, que recorría los pasajes de la pasión y muerte de
Cristo narrados en el Evangelio de San Mateo. El compositor de esta monumental
obra era un músico alemán que ostentaba el cargo de maestro de capilla en la
citada iglesia y llevaba a su vez la dirección musical de otros templos de esta
ciudad sajona. La principal pretensión de este compositor no consistía en pasar
a la posteridad ni dejar para la Historia una huella imperecedera. Su
humilde aspiración era componer música para la grey cristiana que se reunía
para celebrar los oficios religiosos correspondientes a cada fecha del
calendario litúrgico, y así cumplir con el cometido del cargo que le aseguraba
la subsistencia. Faltaba casi un siglo para que los artistas se liberaran de
las cadenas de los protectores poderosos y forjaran su obra asumiendo la
precariedad y la amenaza constante de la pobreza y la miseria. La bohemia podía
esperar todavía. Aunque a decir verdad, más que para el capricho de un poderoso
mecenas -como le había sucedido en otras ocasiones a lo largo de su vida- ahora
el compositor de la Pasión trabajaba para la comunidad, ostentaba un cargo,
dijéramos, estatal.
Desde que Lutero
consumara su rebelión contra la Iglesia Católica, las celebraciones litúrgicas
de los fieles del protestantismo habían experimentado cambios radicales con
respecto a los ritos tradicionales. El más significativo, a mi modo de ver,
consistía en la sustitución del latín por el alemán en la celebración de los
oficios religiosos. Lutero había traducido la Biblia al idioma germánico en su
refugio del castillo de Wartburg, bajo la protección de Federico III de Sajonia,
tras ser declarada una orden de captura contra él al finalizar su comparecencia
en la Dieta de Worms ante el mismísimo emperador Carlos V. Esa Biblia traducida
constituye un hito en la historia de la lengua alemana. Lutero estandarizó el
idioma, homogeneizó el alemán culto con el alemán coloquial teniendo en cuenta
también las peculiaridades regionales. Fue un trabajo inmenso, un monumento
lingüístico que según muchos sirvió de ayuda en la unificación de la nación
alemana en siglos posteriores.
Por tanto, la naturalidad con que escuchamos
hoy en día esta obra religiosa con fragmentos bíblicos en un idioma distinto
del latín no se compadece con las reacciones que estas manifestaciones litúrgicas
originaban en el orbe católico de la época. La guerra de los Treinta años que asoló por
completo a Europa un siglo antes es una buena muestra de la profunda y traumática
escisión que se había producido en el seno de la cristiandad.
Pues bien, estamos en un Viernes Santo de 1729 y se va a
estrenar el último oratorio compuesto por alguien que ha cimentado su fama en
su consumado virtuosismo como organista y que desciende de una familia de
varias generaciones de excelentes músicos: los Bach.
Ya decíamos antes, esta música grandiosa no ha sido
elaborada más que para un servicio religioso, para dar cauce a la piedad y a la
devoción de esta comunidad luterana que se reúne para conmemorar la Pasión y
muerte del Redentor. Así pues, el oratorio se ejecuta en medio de los oficios
de la Semana Santa y la partitura, pasados unos años, caerá en el olvido
durmiendo el sueño de los justos y no se sabrá nada más de ella hasta que en
1829 la descubra de manera casual Félix Mendelssohn, el de la famosa Marcha
Nupcial. Impresionado ante una música tan excelsa, monta una representación y
la vieja partitura vuelve a renacer. Y así hasta nuestros días.
No hay palabras para describir la emoción y el sentimiento
que subyacen tras las arias, coros y recitativos de esta obra inmensa. Junto a
los Conciertos de Brandemburgo fue la música que me inició, allá por los
años de mi cada vez más lejana juventud, en la música del genial músico de Eisenach.
Como muestra representativa de la Pasión según San Mateo, y
en una difícil elección, os dejo aquí una de las arias más célebres y
emotivas, la famosa “Erbarme dich, mein Gott” (“Apiádate de mi, Dios mío”). Ojo
al violín que da la entrada.
Por cierto, por si
alguien no lo sabe, el autor de la partitura es Johann Sebastian Bach (Eisenach,
1685- Leipzyg, 1750)
(Texto. Mariano López- Acosta)
(Texto. Mariano López- Acosta)
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