El siglo llegaba a su
fin. Además, una cierta fiebre de milenarismo inundaba algunos ámbitos
dominados por los que Umberto Eco había definido como
apocalípticos en contraposición a los integrados. Así,
todo un despliegue de manifestaciones culturales se impregnaba del espíritu de
la llamada Nueva Era. Los más enterados nos contaban que Piscis
quedaba atrás y entrábamos en Acuario. Fukuyama nos hablaba del "fin de la
Historia" después del derrumbamiento del bloque soviético. Tras tanta
Perestroika y tanto Glasnost quedaba un histriónico Boris Yeltsin que devenía
en ocasiones en payaso patético ante un Bill Clinton que a duras penas podía
aguantarse la risa, en realidad no se la aguantaba. Mientras, sin que nadie lo
supiera, un sigiloso, anónimo y gris Vladimir Putin hacía méritos con mano
de hierro en el avispero checheno.
Tras tantas décadas de telón de acero ahora
estábamos de tanteo, escrutando por dónde iban a ir los tiros. Años después, la
caída de las Torres gemelas el 11-S dio pistas sobre el signo de los tiempos
que se acercaban.
Los primeros indicios de la Globalización se
hacían notar tras la histórica Ronda Uruguay que había rebajado notoriamente
los aranceles comerciales. Más tarde vendrían las deslocalizaciones, los países
emergentes, etc y comenzaríamos a oír hablar del “comercio justo” y de la Tasa
Tobin. La lucha contra los efectos perniciosos de la Globalización empezaba a
concitar mucha energía y mucha protesta.
Aquí en España comenzamos tirando la casa por la
ventana con la Expo y la Olimpiada y luego vinieron las vacas flacas. En verano
teníamos la costumbre de ver cómo Induráin subía, inmutable, los puertos de
montaña de Francia mientras tomábamos café.
Al mismo tiempo la antigua Yugoslavia se
desangraba en medio del protagonismo de algunos cuantos criminales de guerra y
Ruanda era el escenario de un genocidio espantoso mientras el mundo miraba a
ver si hacía algo por evitarlo. Y no hizo mucho, la verdad. Años después Bill
Clinton reconocía su mala conciencia por no haber actuado con más determinación
para parar ese infierno.
A rebufo de las actuaciones multitudinarias de
los tres tenores (José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti) en el
Mundial de Italia, la ópera se puso de moda. Paradójicamente se incendiada y
quedaba reducido a cenizas el Liceo de Barcelona.
Cuando queríamos dejar memoria de algo lo
grabábamos en videos VHS (los Beta, que parecían tener más calidad, habían
quedado retirados del mercado). Un buen plan para una noche del sábado era
pedir una pizza después de haberse dado una vuelta por el videoclub para
alquilar algunas películas.
Internet tenía entonces cierto halo de
misterio y quedaba como algo para iniciados. No había banda ancha ni fibra
óptica y mientras pasabas de una pantalla a otra te podías fumar un cigarrillo,
ir al baño u ordenar algunos libros. El internauta no sabía entonces lo
que eran las redes sociales. ¿Cómo llevaría un nativo digital, un “millennial”
de ahora, estar toda una tarde con un armatoste de ordenador que ocupa toda la
mesa para ver algunas pocas páginas web sin interaccionar con nadie,
conectándose a Internet a través del teléfono fijo de casa y quedando por tanto
sin comunicación telefónica durante todo lo que durara la navegación?
Nos creíamos muy modernos porque los cedés
habían derrotado definitivamente a las cassettes y a los vinilos. Pero siempre
había algún purista romántico convencido de que el toque del sonido del vinilo
no lo superaba nada. Y pensábamos también que almacenar 3 megabits de
información en un disquette era el colmo de los colmos. Pero yo añoro esos tiempos analógicos en que
vivías con más intensidad porque sólo existía el aquí y el ahora y la atención
no se te evaporaba por los ciberespacios infinitos como sucede en estos tiempos
en que no estás del todo en ningún sitio.
El euro parecía una moneda futurista sacada de
alguna novela de Julio Verne, que siempre se anticipaba a todos los inventos.
Imaginábamos entonces que nunca podríamos dejar de pensar en pesetas.
Tras la intensidad de la Movida de los 80
triunfaba ahora la música indie y los jóvenes parecían tener prisa en pasar
página con respecto a esa época tan emblemática. La fascinación se trasladaba
ahora a los 70.
A Sadam Hussein se le adjudicó el papel de malo de la película. Los tiempos andaban muy revueltos y tras la caída del Telón de acero
había mucha desorientación, no se sabía quién iba a acceder al puesto de
"enemigo oficial". Creo recordar que el mandatario iraquí tenía como
ministro de Asuntos Exteriores a un cristiano de la rama caldea llamado Tarik
Aziz que llegó a ser muy mediático. ¿Cómo están ahora los cristianos en Oriente
Medio? Pero años después se decretó por cierto trío de mandatarios reunido en
las Azores que Sadam era un peligro para Occidente y que tenía armas
destrucción masiva. Mas esa sería ya otra historia de la década siguiente.
Comenzaba la era de la multipolaridad. Todo se complicaba.
(Texto: © 2019 Mariano López A. Abellán)
(Texto: © 2019 Mariano López A. Abellán)
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