Septiembre 2020

 

(Rincón descubierto durante un reflexivo paseo de una tarde de septiembre que ya hace ensayos de luz autumnal).

 Cada vez son menos tímidos los heraldos que anuncian las procelas de este extraño otoño que se nos viene encima como una maldición bíblica. El otoño, esa época tan propicia para recapitular después de las expansiones del verano, reencontrarse con uno mismo mientras una luz de oro viejo mortecino comienza a palidecer mientras atraviesa los vitrales del ventanal, almacenar leña para los fuegos y juegos del invierno, recolectar setas por el bosque (mucho cuidado con la Amanita phalloides), asar castañas, empezar colecciones de las que anuncian en la tele (cascos de armaduras de caballeros medievales, cigüeñales de autos de los años veinte, cantimploras de cabo furriel y otros suboficiales de la guerra de Sidi Ifni, sombreros del Imperio Austrohúngaro ...), el otoño, digo, ese tiempo tan propicio para emprender proyectos que cuando llega navidad parecen absurdos y del siglo pasado, viene marcado este año por una suerte de temor milenarista (sobre todo para los mileuristas) que en un tiempo más antiguo nos depararía escenas intensas de provectos sabios haciendo exégesis de algún séptimo sello pendiente de abrir al toque de alguna trompeta del Apocalipsis, no sé si en la mayor o en si bemol menor.
 Pero Messi, siguiendo al pie de la letra el principio de incertidumbre de Heisemberg, se va al City pero se queda, lo cual quiere decir que no se irá aunque se vaya, es decir, adiós al esplendor en la hierba. Y esa certeza incierta es todo un signo de estos tiempos de manos peladas por litros y más litros de gel hidroalcohólico y mascarillas chinas de un maoísmo bastante desteñido.
 En realidad, a la Naturaleza se le da una higa que los humanos tengamos el ánimo zozobrante ante el sindiós que se avecina. Ella seguirá erre que erre, haciendo su fotosíntesis como Dios manda, tirando de magnetosfera para que las radiaciones cósmicas y las tormentas solares no nos achicharren, cerrando la capa de ozono mientras nosotros la abrimos... ella no ve ni bien ni mal que unos pequeños y mínimos fragmentos de ARN encapsulados le quiten el sueño al primate más avanzado que pisa ahora mismo el planeta.

 Así que nos espera un otoño de decisiones trascendentales: ¿cigüeñales de autos de los años veinte o sombreros del Imperio Austrohúngaro? Como veis la disyuntiva no es nada sencilla.

(Mariano López-Acosta)

 


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