Llegamos a Granada para estudiar la
carrera, tras culminar nuestro periplo académico en los Maristas. Todavía con
el pelo de la dehesa nos queríamos poner el mundo por montera. Las ansias de la
juventud. Lo primero que hice, yo que nunca había fumado, fue ir a un estanco y
comprarme un paquete de ducados y un mechero. A los pocos días conseguí fumar a
un ritmo de 20 o 30 cigarrillos diarios. (Diez años después me lo dejaría
drásticamente en un intento de conquistar el corazón de una muchacha aspirante
a abandonar este desaconsejable hábito, pero ésta no se dejó el tabaco, me dejó
a mí. Pero esa es otra historia. Primer amor, primer dolor)
Después
de resolver la logística encaminada a la compulsiva inhalación y exhalación de
humo que vendría después, me encaminé hacia una de las librerías de referencia
que me habían recomendado para pertrecharme de libros de texto, esos volúmenes
que generalmente nunca abres porque al final siempre tiras de fotocopias de
apuntes cuando la fecha de los exámenes se aproxima.
Me recibió la librera, una mujer rubia y
muy delgada, de temperamento nervioso, con marcas muy intensas de nicotina en
los dedos. Como si ya se conociera el patio me dijo en tono admonitorio al
despedirme:
- De nada sirven todos estos textos si no
empiezas a estudiar ya y a consultarlos.-
Le agradecí el consejo, me encendí un
cigarrillo y me volví muy ufano a mi piso. Se trataba de la librería Don Pepe,
en la calle San Jerónimo, cerca de la antigua Facultad de Farmacia en la que me
había matriculado.
Uno de los libros que adquirí era el
llamado "Vidal", un volumen de Física general con los contenidos
adaptados al llamado Selectivo de entonces, el Primero común de las carreras de
Ciencias. El ejemplar que conseguí (todavía pendiente de rescatar de alguna
caja de mi trastero), de tapas blandas de color naranja, sí que lo consulté en
alguna ocasión. A través de sus páginas tuve conocimiento de un fenómeno físico
muy curioso: el efecto Coriolis.
El descubrimiento de esta singularidad
científica me hizo estar pendiente durante algunos días del desagüe del agua en
el lavabo. Pero no adelantemos acontecimientos.
Por aquel entonces estudiábamos de noche.
Tras cenar y ver un rato la tele bajábamos al Toronto a tomar unos cafés bien
cargados y después organizábamos los preparativos previos antes de sentarnos a
hincar los codos en el salón del piso que compartía con otros compañeros.
Flexos de bombilla azul, folios sin blanquear comprados al peso como papel
borrador, tabaco y ceniceros.
Cuando ya comenzaba a adensarse el aire
por el humo de los cigarrillos, haciendo brumosos los conos de luz azul de las
lámparas que rompían la oscuridad de la habitación, empecé a leerme el capítulo
referido al curioso efecto Coriolis.
Intentando resumir: si tú estás montado en
un carrusel o tiovivo, en la misma unidad de tiempo los caballitos interiores
describen círculos más pequeños que los caballitos exteriores, luego éstos
últimos han cobrado más velocidad lineal (aunque la velocidad angular de todos
sea la misma). S te desplazas luego desde el centro a la periferia por un radio
de la circunferencia a una velocidad constante irás atravesando puntos con una
velocidad lineal cada vez mayor y tu estado cinemático relativo al sistema irá
variando, tu trayectoria sufrirá una desviación. Y si vas de la periferia al
centro todo será en sentido inverso.
Esto lo podemos extrapolar a la Tierra,
hablaremos de una esfera y no de una circunferencia. Conforme vamos hacia el
norte en el hemisferio septentrional a través de un meridiano, los puntos van
teniendo paulatinamente menor velocidad lineal. En cambio, en el hemisferio
sur, si vamos hacia el norte sucede lo contrario.
Resumiendo, si un proyectil, un fluido,
etc. es lanzado con una velocidad lineal
constante a través de un meridiano en dirección norte, en nuestro hemisferio
tiende a curvar su trayectoria hacia la derecha. Y en esa misma dirección pero
en el hemisferio sur, tenderá a curvarse hacia la izquierda.
¿Qué significa todo esto? Pues que, por
ejemplo, las corrientes marinas, los vientos, huracanes, tornados, etc forman
grandes remolinos atmosféricos que giran en sentido distinto según el
hemisferio en que se encuentren. Y las desviaciones de las trayectorias de los
objetos también forman curvas con direcciones de giro distintas.
El fenómeno es muy curioso porque se
percibe de manera diferente según el observador esté fuera o dentro del sistema
de referencia. Y más complejo de cómo se relata aquí si queremos sustanciarlo
matemáticamente con sus correspondientes ecuaciones.
Una vez que uno intentaba profundizar en
este tema se encontraba con rumores y noticias que referían que este fenómeno
afectaba también a los remolinos que se forman en el lavabo cuando el agua
desaparece por el sumidero. Incluso a la hipotética tendencia a girar a la
derecha de los carros de la compra de los supermercados. Pero científicamente
habría que descartar estos extremos porque según los cálculos que se derivan de
los factores que intervienen en esta fuerza (que en realidad es ficticia, su
origen es inercial) el efecto sobre los lavabos y los carritos de las grandes
superficies es imperceptible. Esto último no impidió que durante esos días
prestara una atención inédita a los remolinos que formaba el agua cuando me
lavaba las manos. Como además entonces no existían redes sociales, no había
manera de cotejar mi experiencia con gente de latitudes australes.
El estudio y la comprensión de esta
materia concluyó esa noche prácticamente al mismo tiempo que los compañeros que
estudiaban Aparejadores abrían la puerta del salón para comunicarnos que ya era
la hora de bajar a por tortas al horno que había dos o tres calles más allá de
la nuestra.
Durante
los días posteriores a este descubrimiento, tentado estuve también de acercarme
de nuevo a la librería don Pepe, ofrecerle un cigarrillo a la rubia, delgada y
nerviosa mujer que me había atendido y
explicarle con pelos y señales este fenómeno para demostrarle que no era un
zascandil y que estaba leyendo con atención el libro de Física que me vendió.
También pensé que le agradaría algún dulce de los que comprábamos de madrugada mientras
observábamos juntos cómo desaparecía el agua por el sumidero del lavabo
haciendo remolinos.
(Bueno, dadas las especiales
circunstancias que nos afectan estos días, habrá que seguir lavándose las manos
con mucha frecuencia, aunque no podamos deducir de manera empírica ningún
argumento que apoye o desmienta el descubrimiento del bueno de Gapard-Gustave
de Coriolis.)
Texto: Mariano López-Acosta)
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