Josep Pla era un payés
que vivía en una masía (el Mas Pla) y escribía unas crónicas para Destino de un
inmenso valor literario. Socarrón, gastrósofo, amante de la ventosa naturaleza
ampurdanesa, de una soltería recalcitrante, apegado a la tierra, podía presumir
sin embargo de un cosmopolitismo nada frecuente en esa época debido a las
distintas corresponsalías en diversas capitales europeas que ejerció para su
editorial. Incluso llegó a escribir notables páginas literarias a bordo de un
petrolero durante una travesía por el Mediterráneo. Las descripciones que hace
de sus navegaciones por la Costa Brava junto a su escudero Hermós, asando
sardinas en la playa, compartiendo el porrón con los pescadores del lugar, etc,
nos hablan de un mundo antiguo, sin contaminar, ya desaparecido, que trasladaba
posteriormente con una maestría insuperable a las páginas de sus libros.
Hace muchísimos años fui
testigo de una entrevista que le hizo para TVE el periodista Joaquín Soler
Serrano en que se nos mostraba un Josep Pla en estado puro, casi próximo a la
boutade. Transcribo de memoria más o menos algo de lo que recuerdo. Esto decía
el ya anciano escritor con su exagerado acento ampurdanés:
- Mire usted, se trata de
encontrar el adjetivo. Esa es la clave. Encuentre el adjetivo, que solo es uno.
Si lo consigue, que es muy difícil, añádale el verbo y ya se puede ir tomar una
buena sopa y una tortilla de patatas y luego, a dormir.
(Texto:Mariano
López-Acosta)
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