La Colección Austral. La librería Biblión.



A finales de los sesenta y primeros de los setenta  frecuentaba los viernes por la tarde una pequeña librería ubicada en la calle Pascual de Murcia llamada Biblión. En ese establecimiento, a espaldas de la costumbrista  Plaza de las Flores, pasaba yo mis buenos ratos ojeando libros. Y en uno de esos rastreos descubrí algo que marcaría para mí un antes y un después: supe de la existencia de la Colección Austral.
-Aquí está toda la historia de la literatura -pensaba yo mientras recorría con la mirada la lista interminable de obras. En las páginas finales venía detallado el extenso fondo editorial, autor por autor.
 Recuerdo que adquirí, en la primera cala, Miscelánea histórico-literaria de don Ramón Menéndez Pidal. Era una recopilación de ensayos del viejo erudito. Recuerdo- conservo todavía el libro- su color verde desvaído en las tapas, sus páginas de un color añejo. Me fui a casa en esa lejana tarde de invierno fría y nublada con la sensación de que llevaba entre mis manos poco menos que la Piedra Filosofal. Luego, claro, vinieron bastantes más visitas. 
 Más tarde, unos viejísimos ejemplares editados en Buenos Aires se convirtieron en el mejor trofeo. Eran unas novelas de caballería de autor anónimo en tapas rojas, con las páginas amarillentas, casi marrones:  La historia de los nobles caballeros Oliveros de Castilla y Artús Dalgarbe (nº 337), La historia del rey Canamor y del infante Turián, su hijo. La destruición de Jerusalén (nº 374) y Libro del esforzado caballero don Tristán de Leonís (nº 359).  
 Aunque no compraba todos los volúmenes que hubiera deseado, fui almacenando los suficientes como para que la pequeña leja de mi dormitorio fuera adquiriendo una cierta masa crítica y empezara a parecerse a una biblioteca... Iba saliendo del mundo del Capitán Trueno para entrar en el de las lecturas serias.
  Cada temática tenía un color. Los libros de literatura clásica eran grises, los de novela contemporánea, azules, los de ensayo, verdes, los de novelas de aventuras, rojos, los de viajes, negros, los de biografías, amarillos, etc. (Creo recordar).  Por las noches me tiraba bastante tiempo repasando el índice de autores, haciendo elucubraciones sobre el contenido de las obras.  
  Ha ido pasando el tiempo hasta llegar a lo que somos ahora. Nada que ver con la sociedad de hace cuarenta o cuarenta y cinco años. Pero de todas formas, cuando recorro de vez en cuando las librerías que instalan en los paseos o bulevares anualmente y descubro algún ejemplar de la Colección Austral, todavía recuerdo con nostalgia los viejos libros de aquellos viernes por la tarde.  

(Texto: © 2018 Mariano López A. Abellán)

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