domingo, 5 de mayo de 2013

Manuel Martínez Torres, pintor.

DESDE AQUÍ QUIERO dar noticia de un artista: del pintor Manuel Martínez Torres, Manolo para los amigos.
 Nacido en Elche (donde ahora reside), de padre murciano y madre ilicitana, durante la adolescencia se fue a vivir a Murcia. Estudió allí el bachillerato, en el colegio de La Merced de los Hermanos Maristas. Acabada la enseñanza secundaria nos lo encontramos matriculado en la Facultad de Farmacia de Granada en el curso 1974-75. Mas esa situación académica obedecía más a unas paternales directrices familiares que a un deseo propio o vocación convencida. Pero bueno, hizo lo que tocaba en ese momento: sus clases, sus apuntes, sus excursiones de Botánica, sus noches de estudio con compañeros como el gran McQueen, oyendo Radio Granada y comiendo tortas a las tres de la madrugada con los demás universitarios, como mandaba la tradición...Fueron tres años de ejercer de estudiante disciplinadamente, de asistir a la legendaria Academia "Dos Motivos", de Domingo Moreno, para preparar las Matemáticas de Primero ( que impartía el profesor Bravo), de pasar noches enteras fumando y carcajeándose con los compañeros de piso, algunos de ellos ciertamente extravagantes...

Todo eso estaba muy bien, y además había momentos de muchas risas y se vivían también los acontecimientos de la época, como escuchar a Lluis Llach en el teatro Isabel la Católica y salir a la calle, después de oir "El viatge a Itaca", y verlo todo lleno de "grises", como si se saliera de un acto subversivo. Eran los momentos de la Transición y era muy emocionante vivirlo todo eso con la intensidad de la primera juventud, en un ambiente universitario, en un tiempo en que los hechos y las noticias políticas iban al galope.
  Pero había algo que no cuadraba. Era algo que subyacía y no afloraba del todo: el auténtico deseo de Manolo no era estudiar Farmacia. Su auténtico deseo, su verdadera vocación era la pintura. El problema radicaba en que la rigidez de los planteamientos paternos en lo tocante al porvenir de Manolo (que pasaba ineludiblemente por acabar la carrera, aunque fuera en diez años, y disfrutar más tarde de la tranquilidad económica de una oficina de farmacia) hacía imposible una salida razonable a la situación. Además, era mucho tiempo (desde la niñez) recibiendo el mensaje de la necesidad de asumir la seguridad que propiciaba esa suerte de protección familiar, como si la vida no tuviera otro tipo de planteamientos. Pero, así y todo, como los deseos iban en dirección contraria a la realidad, los estudios se iban convirtiendo poco a poco en un peso muerto cada vez más insoportable, que terminaba por ahogar la existencia. Y al final, estalla la crisis. Cuando las circunstancias lo llevan a un callejón sin salida, Manolo se pone el mundo por montera, rompe con los designios paternos - no sin dolor, pero con liberación- , deja la carrera y cambia radicalmente de vida.



  Después de este primer acto, se levanta el telón y podemos ver, poco tiempo después, en los jardines, calles y plazas del casco histórico de Murcia, a un joven con un marcado aspecto bohemio pertrechado de una silleta, un caballete y útiles de dibujo y pintura. Se sentaba, desplegaba sus herramientas de trabajo, y con una paciencia oriental, con un detallismo y una minuciosidad que no parecían de este mundo, iba pasando a tinta y papel algún escudo o blasón de la fachada de alguna casa de siglos de historia, alguna ventana tapiada de la catedral, alguna balconada antigua de la plaza de Las Flores, algún naranjo de cierta plazoleta histórica... Y lo hacía con una mano alzada prodigiosa en que las posibles desviaciones del natural se neutralizaban unas con otras, dando un todo armónico y con un sello original que convertían un simple ventanuco de la pared de una iglesia -en el que no reparabas al pasear- en una obra de arte.
 Este joven era Manolo y ya entonces empezaba a forjar una obra pictórica sólida, plena, personal, con una visión de las calles, de los jardines, de las vegetaciones, de las piedras, de los monumentos que luego volcaba en el papel o en el lienzo para darles una mirada nueva, sublimada.
 El resto, hasta ahora, es una sucesión de años de vivir por y para el arte, sin concesiones, con el convencimiento de que la vida está hecha para ponerla en valor si uno despliega las inquietudes que lleva dentro. Y en ese sentido, Manolo es un privilegiado porque ha llegado a la realización personal a través de la pintura, a través del arte, y eso es entrar en el territorio de los elegidos. Y, además, ha sido cronista, deja un legado a las futuras generaciones de rincones y sitios que pasarán ya a la posteridad.
 Desde aquí, tan sólo podemos recomendarles que le sigan la pista a Manolo, que indaguen en su obra (y el que pueda que la adquiera, que compra un valor seguro), que sigan sus noticias y que sientan que son contemporáneos de alguien a quien se estudiará en los cursos de Historia del Arte, de alguien que permanecerá en los mejores museos.

(Texto: Mariano López-Acosta)











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