DÍAS DE PASIÓN

Jesús, clavado en el madero, ajusticiado de manera infame con la pena de muerte destinada a los delincuentes, pronunció siete frases conocidas como las Siete palabras, un pequeño corpus piadoso sometido a todo tipo de análisis teológicos y recogido por los cuatro evangelistas. ¿Cómo llega hasta aquí?


Antes, en su deambular por Judea, solivianta a los judíos más ortodoxos. Le llegan a acusar de hacer curaciones en Sábado, tema muy sensible para los seguidores de la rígida ley mosaica. Se escandalizan de que se presente como Hijo de Dios. Algunos no comprenden sus palabras y otros lo tachan de blasfemo. Pero arrastra multitudes en medio de prodigios que muchos entienden como señales de que están ante un Enviado. 

Varias veces ha de volver a Galilea ante la amenaza de que lo detengan. Piensa que aún no ha llegado su hora. Algunos de los que le conocen de siempre, sus paisanos de las tierras del norte de Palestina, están desconcertados. El hijo de José, el carpintero, ese muchacho al que conocemos de toda la vida, predicando ante multitudes y declarándose Hijo de Dios. Quién lo ha visto y quién lo ve. 

Nueva vuelta a Judea. Al escuchar los fariseos cómo dice que quien le siga ha de comer su carne y beber su sangre, se indignan y su animadversión hacia Él se acrecienta. Pero lo que hace que se les encienda la luz roja, lo que les alarma, es el asunto de Lázaro en Betania, muy cerca de Jerusalén. Estaba muerto y ahora lo ven vivo. El pueblo puede seguir en bloque al nazareno ante tales prodigios.  

Otra vez retorna a Galilea para protegerse. Ha lanzado un mensaje de amor al prójimo totalmente revolucionario. No es el líder que va a luchar contra el invasor romano. Su reino no es de este mundo. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Bienaventurados los pobres de espiritu, los humildes, los perseguidos por la justicia... Es un mensaje de esperanza. 

Más tarde, cuando vuelve a bajar a Judea, ya sabe que será la última vez. Es la Pascua judía y entra en Jerusalén a lomos de un borrico entre aclamaciones de la multitud. Pero Caifás, el Sumo Sacerdote, lo tiene enfilado. "Más vale que muera un solo hombre en vez de un pueblo entero". Ha imaginado ya a la comunidad judía aplastada por Roma ante la posible insurrección que puede provocar el predicador galileo. 

Tras una sobrecogedora cena que suena a despedida, mientras vela lívido y demudado debajo de un olivo en un huerto, al tiempo que dormitan sus apóstoles, aparecen unos soldados que lo detienen después de la delación de Judas. Interrogatorio ante Caifás; pero quien tiene la última palabra según el sistema político vigente es el pretor Poncio Pilatos. Éste no entiende nada. Cree estar ante un inocente. Intenta exculparlo pero lo termina entregando a los judíos ante la feroz insistencia de éstos. La suerte está echada. Flagelación atado a la columna, corona de espinas, penosa ascensión al Calvario. Caída y ayuda del Cireneo hasta llegar al Gólgota. 

"Eloi eloi lama sabactani" (Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?). Estas tremendas palabras, pronunciadas cuando ya pende del madero ensartado con clavos, tras ser izado por quienes luego se rifarán su túnica, reflejan la angustia que le embarga, la tragedia cósmica que se está dando en ese momento. Tras una cruel agonía, muere. Sabía lo que le esperaba y lo asumió. Dio ese paso. Empezaba una nueva era en la historia de la humanidad. 

(Pero luego llegaría Saulo, más tarde el Concilio de Nicea, el jardín de la Trinidad, dogmas y más dogmas vaticanos, galimatías teológicos...)

(Texto: Mariano López-Acosta)

(Camino del Calvario. Tiziano)

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