A partir del ya mítico e impactante arranque de este relato nos adentramos en una sucesión de escenas congeladas en el tiempo, como a cámara lenta, diseccionadas minuciosamente a base de disgresiones: la acción que discurre a través de unos pocos cuadros escénicos profusamente detallados en los que se sospechan abismos insondables... una suerte de juego de espejos en los que se recrea la recurrente situación de quien mira, observa, escruta desde el balcón a quien merodea, apostado/a, y observa desde la calle.
Es fundamental el recurso del narrador en primera persona en detrimento del omnisciente, pues se trata de exponer aquí la realidad de ese continente oculto que nunca conoceremos acerca de nosotros mismos y de nuestra vida. Esa es la "Negra espalda del tiempo", otro concepto también de resonancias shakespearianas y empleado como título de otra obra, como este "Corazón tan blanco" sacado del Macbeth. Jamás sabremos que ignoramos ciertas cosas que nos atañen y que nunca aflorarán.
Y las pocas veces que lo hagan será para provocar una anagnórisis que nos puede cambiar la vida.
Novela también impregnada de un cierto cosmopolitismo, marca de la casa. El mundo de los traductores e intérpretes de congresos internacionales, de marchantes y críticos de arte, narrado con sentido del humor y un punto de acidez. (Antológica y descacharrante la escena de la entrevista entre los dos mandatarios, posiblemente trasuntos de Felipe González y Margaret Thatcher, en la que hace de intérprete el protagonista de la narración). Esa aspiración de cosmopolitismo en los textos de Marías yo creo que se da subliminalmente incluso a la hora de elegir los apellidos de sus personajes.
Lo críptico de las relaciones personales, una visión casi microscópica de cuanto nos rodea, con tantos hechos aparentemente intrascendentes que esconden realidades tan complejas ... Javier Marías en estado puro.
(Texto: Mariano López-Acosta)
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