Apenas
comenzado el drama musical (término éste empleado por Richard Wagner para
marcar distancias con la ópera italiana, tan en boga en esos tiempos) “Tristán
e Isolda”, en el preludio del primer acto hay un acorde, el primero de la obra,
que revolucionó la historia de la Música.
En el estreno, muchos de los críticos y de los
espectadores a buen seguro se removieron perplejos y con desconcierto en sus
asientos. Algunos indignados, otros intrigados y quién sabe si algunos más con
auténtica fascinación. Y es que el oído y la sensibilidad musical de la época
no estaban preparados para asumir un acorde tan inasible, tan disonante, tan
transgresor de las leyes tonales y tan desorientador.
Es un acorde que crea una tensión no resuelta
insoportable, y es precisamente por esa cualidad por lo que Wagner, en una
inspiración genial, lo utiliza como leitmotiv del DESEO.
Y es así. Representa el drama del deseo no cumplido,
que va a ser en realidad la esencia de esta obra descomunal. Una obra basada
fundamentalmente en el AMOR y la MUERTE.
Toda la composición es un inmenso tapiz sonoro
tejido de leitmotiv musicales que representan EL DESEO, LA MIRADA, EL DÍA, EL
AMOR, LA NOCHE, LA MUERTE...y muchos más.
A partir de este acorde comienza el proceso de
disolución de las reglas tonales que llegará a su máxima expresión con
Schoemberg. Se abre una brecha de disonancia en el edificio de la música occidental
que no dejará ya de crecer hasta llegar a la música vanguardista actual.
Pero bueno, ahora estamos en los años cincuenta del
siglo XIX. Wagner sigue adelante consolidando los postulados de su Obra
de arte total (Gesamtkunstwerk). (Ya había teorizado mpliamente sobre su
idea de la fusión de todas las disciplinas artísticas en una obra que recogiera
de modo absoluto esa expresión única que resultaba de considerar un Todo
indivisible la unión del Teatro, la Música, la Pintura, la Arquitectura, etc,
etc. Y ello tras volver la vista hacia la tragedia griega, según él el
paradigma de esa “Obra de arte total”.)
En su primera juventud había quedado impresionado
por Shakespeare, hecho que encaminó su vocación hacia el drama, hacia el
teatro. Pero luego hubo una nueva caída del caballo en su particular
camino hacia Damasco cuando escuchó la Novena de Beethoven.
Allí aparecía esbozada gran parte de su idea. Esa
obra tenía la particularidad de que por primera vez la música y la literatura
se unían de manera indisoluble en una sinfonía. Su primera vocación teatral
quedó muy matizada al contemplar la posibilidad de una música fundida con la
literatura dramática para formar el núcleo de esa “Obra de arte total”. Por
eso, a diferencia de otros compositores, él era también el autor de los
libretos que posteriormente musicaba. Daba así cauce a su primera vocación de dramaturgo.
De ahí venía ese desprecio suyo a la ópera italiana,
en la que la acción dramática, en un momento dado, se paralizaba para que el
tenor o la soprano colocaran su aria, según las convenciones establecidas, para
su ya estipulado lucimiento personal.
Las obras de Wagner no carecen de dificultades
técnicas vocales, ni mucho menos, pero todo está al servicio del drama, de la
historia representada, sin ningún tipo de concesiones.
Mucho se podría hablar de las aportaciones y
hallazgos del compositor alemán. Suya es la invención de los llamados leitmotiv
musicales como elementos que van hilvanando el soporte melódico de la trama. Y
también es el padre del concepto de la “melodía infinita”, expresión que
encierra toda una forma innovadora de entender la música en su dramaturgia.
Como protagonista de los procesos revolucionarios que se
habían dado en Dresde como consecuencia de la negativa de Federico Augusto II a
otorgar una Constitución tras un periodo de revueltas y reivindicaciones,
Wagner se exilió, primero a París y posteriormente a Zúrich. Allí se enamoró perdidamente
de la mujer de su mecenas y protector, amor que se mantuvo en secreto hasta que
la mujer de Wagner interceptó unas cartas que éste dirigía a su amante.
Ésta, Mathilde Wesendonck, fue realmente la fuente de inspiración de esta
revolucionaria partitura. Cuando muchos años después, con el compositor ya
fallecido tiempo atrás, asistió a una representación de este drama confesó
emocionada: “Isolda soy yo”.
(Texto: © 2018 Mariano López- Acosta Abellán)
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