La playa estaba debajo de los adoquines y
Sartre tomaba café en los bulevares de Saint-Germain-des-Prés. El "amour
fou" cotizaba al alza y puede que todo
comenzara años atrás cuando el pequeño Antoine Doinel, en un travelling
prodigioso de más de 4 minutos, corría
campo a través hacia el mar, el símbolo de la libertad.
Había un mundo envejecido que había hecho
los deberes a su manera reconstruyendo Europa tras la Segunda Guerra Mundial y
otro nuevo que pugnaba por encontrar su sitio al sol siguiendo la máxima
freudiana de matar al padre. Los paradigmas estaban para ser destruidos y poner
otros en su lugar.
Por tanto estaba prohibido prohibir.
Todo el universo se podía condensar en una
buhardilla cerca del Sena donde hacer el amor con una dulce y comprometida
muchacha parisina, después de sembrar de
octavillas la Sorbona a favor de una
huelga estudiantil tras escuchar a Dany el Rojo.
Luego, el tiempo pasó, muy despacio pero
pasó. Los que buscaban la playa bajo los
adoquines sentaron la cabeza y el sistema los absorbió dulcemente. Los que en
su juventud habían hecho auto-stop posiblemente se sentaban ahora en un consejo
de administración y las barricadas en las calles de París eran ahora pecadillos
de juventud que se podían recordar con la nostalgia de los años más inocentes y
prometedores de la vida.
La Tierra siguió dando vueltas alrededor
del sol ajena a todas estas cosas y los hijos de los jóvenes autoestopistas que
llenaban de octavillas la Sorbona llegaron también a la cresta de esa ola que
lleva siglos avanzando hacia la playa. Mientras, los dos grandes bloques
ideológicos planetarios que se mantenían
en equilibrio gracias al terror nuclear se desvanecieron y Fukuyama proclamó el
"fin de la Historia", que Dios le conserve la vista. Poco a poco se
fueron poniendo en cuestión muchas certezas.
Y los hijos de los hijos de los que leían
"La náusea" de Sartre, millenniales ellos, hiperconectados, adheridos a sus juguetes tecnológicos,
descubrían una sombría herencia cada vez que aparecía una ballena varada en la
playa con el estómago a reventar de plástico.
Y en otra vuelta de tuerca, unos
fragmentos diabólicos y encapsulados de ARN amenazan ahora con hacer retornar a
la Humanidad a una Edad Media ilustrada. Me parece que muchos paradigmas van a
tambalearse cuando acabe este mal sueño. Yo, como tanta gente, confinado en mi
cubil, descubrí en un altillo de mi biblioteca un ejemplar del Amadís de Gaula
editado por Espasa para la Coleccion Austral. De momento lo tengo en la mesilla
y puede que termine adentrándome en sus páginas. ¿Logrará el esforzado Amadís,
aquel que hizo penitencia en la Peña Pobre por celos infundados de la hermosa
Oriana, vencer a este espantable endriago surgido del Averno?
(Texto: Mariano López-Acosta)
Comentarios
Publicar un comentario