Ya se acerca el solsticio de invierno. La luz, cada vez más declinante, alcanzará su mínima expresión. La claudicación solar llevará a la victoria de lo nocturno. Los paralelos más hiperbóreos ya están sumidos en la oscuridad.
El apogeo de las tinieblas invitará a refugiarse en los interiores y buscar la calidez de lo familiar, la cercanía de los afectos. Las celebraciones que acompañan a esta inclinación extrema del eje planetario están envueltas en la búsqueda de una bondad sencilla, en el hallazgo de los rasgos entrañables de las gentes. Todos volvemos en cierto modo a casa por estas fechas, nimbados por la aureola de una niñez que se perdió hace mucho tiempo. Que cada uno considere a qué casa regresa en realidad.
Pero el astro rey hará un repliegue estratégico y se retirará a su palacio de invierno para lanzar una ofensiva contra las sombras. Así, después del solsticio de invierno, los días comenzarán a crecer imperceptiblemente, el cénit solar irá adquiriendo cada vez más altura y las hasta entonces triunfantes oscuridades comenzarán a batirse en retirada. Las tornas habrán cambiado allá por junio, cuando los mediterráneos comencemos a encender hogueras por la noche frente al mar.
Todas las cosmogonías le dan un simbolismo muy especial a ese día tan breve. Se trata de renacer después de morir. Es el triunfo de la luz, el punto de no retorno. La vida vuelve a abrirse paso tímidamente. Es el eterno ciclo que se va renovando por los siglos de los siglos.
Aquí, en Occidente, dimos en hacer coincidir prácticamente el solsticio de invierno con la venida al mundo del Niño Dios. Es improbable esa coincidencia de la tradición con la cronología histórica, pero da igual, quedémonos con su sencillo simbolismo, ese que se repite ancestralmente: nace la luz y desaparecen las tinieblas.
- Sin embargo, un Dios como Dios manda no puede nacer ni morir.
- ¿Pero y su encarnación?
- Ya nos estamos metiendo en laberintos teológicos, si seguimos así terminaremos hablando de Arrio y del Concilio de Nicea.
- Le comprendo, amigo. Me estoy acordando ahora de un intelectual europeo que se definía como ateo pero cristiano culturalmente. Es lo que tiene haber nacido en Occidente. ¿Cómo remover ciertos posos sociológicos después de tantos siglos?
- Pues ya sabe, que su agnosticismo no le impida acercarse a escuchar el Mesías de Haendel en la catedral, ni cantar villancicos mientras hace muñecos de nieve, ni buscar papel de plata para poner un río en el belén.
- Solo me queda una duda. ¿Los del Corte Inglés son agnósticos o creyentes?
- Déjelo estar, amigo. Feliz Navidad.
(Texto: Mariano López-Acosta)
(«El Nacimiento de Jesús» de Giotto Di Bondone. Florencia.1267- 1337.)
Comentarios
Publicar un comentario