Dura diez minutos pero
aunque durara diez horas: uno no puede resistirse a la cadencia de este vals
tristísimo que va cantando casi como si murmurara un lamento Amanda Palmer.
Mientras desgrana las cuentas de su letanía, esta mujer te va llegando al
corazón con su belleza a la intemperie. El piano, de vez en cuando, en mitad de
la salmodia, abre caminos nuevos por donde se escapa la voz que nos dice
"es solo un paseo, es solo un paseo". Entonces quedas touché.
No hay muchas canciones con el poder
evocador de La mort de l'aví (La muerte del abuelo). Joan Manuel Serrat,
un auténtico principiante cuando la compuso, con la sola compañía de unas
sencillas notas de guitarra y su voz que en ocasiones parece un gemido, logra
recrear toda la atmósfera del rincón marinero que asiste al adiós de un viejo
pescador. La playa con las barcas varadas, los aparejos, las redes, la
enmudecida taberna, las comadres que rezan en la iglesia, la tristeza de los
hombres del mar por la pérdida de quien era un padre para todos ellos, toda una
serie de imágenes envueltas en una brisa salobre que reflejan el duelo de un
pueblo de pescadores. El sentir popular sincero y espontáneo ante el gran
misterio de la muerte. Y sobre todo, "el blau del mar", el
azul del mar como telón de fondo de toda la canción, porque en realidad Serrat
lo que hace aquí es desplegar su primera gran marina y la cadencia de las notas
sería como el suave ondular del agua entre las barcas.
Y
luego, el paso del tiempo y el olvido, la vida que continúa, las pequeñas
embarcaciones que vuelven a sus antiguas artes, los niños que juegan en la
calle y una red que queda en la arena de la playa olvidada y que nunca más,
nunca más, volverá a besar el mar.
El
etnógrafo, folclorista, historiador, erudito y dominador de variados y extensos
saberes Julio Caro Baroja fue un auténtico especialista en la temática relativa
a la brujería. Nos lo podemos imaginar en la añeja y solariega casa familiar de
Vera de Bidasoa escribiendo esta obra en la que vuelca todos los conocimientos
acumulados durante mucho tiempo acerca de este inquietante e interesante mundo.
A través de sus páginas desfila la hechicería grecolatina, el
mundo germano y eslavo, la obsesión medieval con el maligno, la brujería rampante en
el País Vasco durante el siglo XVI, los procesos inquisitoriales a que dio
lugar con todo lo relativo a las brujas de Zugarramurdi, el intento durante el
siglo XVIII de poner el foco de la Razón sobre ese mundo anclado en la
superstición ...
Creo que ésta ha sido una de las obras más
conocidas y de más alcance mediático de las que publicó el sobrino de Pío
Baroja. A Julio Caro Baroja, por otra parte se le puede considerar como uno de
los mayores intelectuales del siglo XX en España. Su obra investigadora es muy
prolija y toca muchos temas. Habría una línea continua que la atraviesa
practicamente en su totalidad: la indagación en lo popular, en el conocimiento
de lo que conforma el alma profunda del pueblo y que trasciende a través de
todo tipo de manifestaciones.
Yo recuerdo este libro como una lectura de
juventud. Lo que más se me ha quedado grabado es todo el capítulo referido a
las brujas de Zugarŕamurdi. Venía a dar profundidad a un relato corto que había
leído años atrás, de su tío Pío Baroja, titulado La dama de Urtubi
perteneciente al volumen de la Colección Austral Fantasías vascas.
Suele aparecer de forma recurrente en la
literatura tradicional el asunto de la rivalidad amorosa de una madre hacia su
hija por la seducción de un galán, consumada esta rivalidad en la mayoría de
los casos con un final trágico. Presa de un oscuro deseo atizado por los celos,
la primera, sin parar en barras, hará prevalecer su fatídico poder sobre la
situación, lo que derivará en el adiós a la vida de la segunda, sublimada por
un amor puro y sin tacha.
El
galán estará en general un poco a verlas venir. De los dos ejemplos que aquí
traigo, en el Romance del Conde Niño, un auténtico monumento literario, el
enamorado liga su destino al de la joven enamorada, lo que le acarreará finar
con ella, de lo que surge otro tema muy característico en literatura, el “amor más
allá de la muerte”. La versión que Paco Ibáñez hizo de este poema dio lugar a
una de las mejores canciones del repertorio de los cantautores, para mí, una
pequeña obra maestra.
En
cambio, en El Testament d’Amelia tenemos un personaje, el marido de la
hija, que cohabita con la madre, pensamos que en desenfrenada coyunda; los
amores ilícitos de ambos llevarán al marchitamiento y trágico fin de la desdichada
esposa. No tenemos elementos para considerar que no vaya a continuar en el
futuro, a pesar de este triste desenlace, el placentero ayuntamiento del joven
con su suegra. De hecho, Amelia deja como herencia a su madre el goce de su
esposo, aunque esa dádiva está envuelta en realidad en una tristísima ironía. El galán abandonaría los cánones del amor
cortés y entraría de lleno en los territorios del Arcipreste de Hita:
“el hombre por dos cosas se mueve, la
primera
por el sustentamiento, que la segunda era
haber juntamiento con hembra placentera”
ElTestament d’Amelia es una canción
popular catalana del siglo XIV, basada en una leyenda medieval que nos hablaría
de un personaje histórico, la tercera hija de Ramón Berenguer III. A través del tiempo ha conocido múltiples
variaciones en su texto. Yo la descubrí a través de la versión que hizo Joan
Manuel Serrat en su disco Cançons tradicionals, de 1967, con
magníficos arreglos del director de orquesta Antoni Ros Marbà, muy alejados del
historicismo musical, por cierto.
El Testament
d’Amelia se adaptó también,
desprovista ya de letra, para el repertorio de la guitarra clásica. Hay una
versión canónica memorable, espléndida, del maestro Andrés Segovia.
En
el enlace que os dejo a pie de texto os dejo las tres piezas, la canción
popular catalana en interpretación del Noi del Poble Sec, su adaptación para la
guitarra clásica, y el Romance del Conde Niño cantado por Paco
Ibáñez.
Un libro leído estos días durante el
confinamiento. El convulso siglo XIX español. La ejecución de los sargentos
tras el pronunciamiento fallido de la noche de San Gil; O'Donell, Serrano,
Prim, la camarilla ultrarreaccionaria de Isabel II, los preparativos de la
Gloriosa, los exiliados españoles en Francia e Inglaterra, el pueblo llano
madrileño, los ferrocarriles que iban hacia el Norte, los veraneos
aristocráticos en San Sebastián, los nobleza liberal, los ideales
revolucionarios, el París de la Exposición Universal y el ansia de libertad, la
batalla de Alcolea, las Juntas Nacionales y la salida de la reina hacia el
destierro francés sin comprender por qué había pasado todo aquello y
confirmando por tanto la ceguera que había dado lugar a aquella situación
histórica. Y atravesando todo aquello como hilo conductor, la trayectoria vital
de Santiago Ibero, joven idealista y revolucionario, oveja negra de una
"buena familia", y su historia de amor con Teresa Villaescusa,
hermosísima mujer surgida del arroyo y mantenida de aristócratas decadentes
mediante las turbias maniobras de su alcohólica, patética y anciana madre. Y
todo esto contado con un ritmo y un dominio del "tempo" narrativo
propios de un auténtico maestro. De los libros que mejores ratos me han hecho
pasar últimamente.
No hay en el Universo un fenómeno físico
tan violento como el estallido de una supernova. Cuando se da, en unos minutos
o segundos se libera la misma energía que va a emitir el sol a lo largo de toda
su vida activa. La luminosidad que despide esta magna explosión eclipsa el
brillo de toda la galaxia en que se encuentra la estrella que la origina.
Hay una distancia mínima de seguridad con
respecto a la Tierra por debajo de la cual la eclosión de una supernova
destruiría nuestro planeta. Hasta hace poco se consideraba que el cuerpo celeste que habitamos no aguantaría las
consecuencias de esta alteración estelar a distancias menores de 25 o 30 años
luz. Pero ahora la distancia de seguridad se ha ampliado. Y los años- luz a que
debemos de estar para evitar el fin absoluto de la vida en la Tierra son 50 o
60 como mínimo.
Pero incluso a distancias mayores, si no
la destrucción total de todos los seres vivos que habitan el planeta, sí se
darían consecuencias catastróficas para la viabilidad de muchísimas especies,
incluida la humana.
Cuando este fenómeno se produce a
distancias de miles de años luz, en la bóveda celeste aparece de improviso el
fulgor de un nuevo astro, de ahí que los antiguos lo denominaran estrella
"nova".
A lo largo de la Historia está documentada
la cíclica aparición de supernovas. Según la mayor o menor distancia, variaba
la vistosidad del espectáculo que se daba en el cielo. En algunos casos el
brillo se apreciaba claramente de día y podía emular al de la propia luna en la
noche.
A la luz de algunos descubrimientos, se ha
relacionado alguna extinción masiva, como la del Ordovícico, con la actividad
de supernovas a distancias relativamente cercanas, aunque por encima del
perímetro de seguridad.
Se tiene también constancia de otro de
estos fenómenos estelares hace 2 o 2,5 millones de años, cuando el Homo
erectus campaba erguido por las llanuras africanas. En este caso, por los
datos objetivos que se han podido documentar (como la existencia de una forma
de hierro radioactivo en el océano, claro producto de emisiones supernóvicas
con su correspondiente datación), la incidencia en el planeta debió ser
tremenda. Se calcula que el fenómeno se produjo a 130 o 150 años-luz.Durante semanas o meses debiódarse una espectacular luminosidad en el
cielo tanto de día como de noche, hasta tal punto que rompería el ciclo de
vigilia sueño de muchos seres vivos, con un descenso enorme de la síntesis de
melatonina en el sorprendido y desorientadoHomo erectus. El descenso del tamaño de la capa de ozono también debió
de ser muy significado, pudiendo quedarse en la mitad. Eso significa que el
filtro para los rayos u.v. y otras radiaciones ionizantes cósmicas disminuyó de
forma alarmante. La incidencia de cánceres se dispararía. Todo esto dio lugar
posiblemente a una aceleración en el ritmo de la selección natural y un aumento
en la velocidad de la evolución de las diferentes especies. Las más longevas
quizá eran menos viables al estar más expuestas a la aparición de cánceres a lo
largo de su existencia. Las de vida más corta podían completar su ciclo vital
de firma más airosa y progresaron.
Como dije antes, está ampliamente
documentado el avistamiento de supernovas por el ser humano a lo largo de los
siglos.
En 1604 la detección de una de ellas por
parte de Galileo le llevó a replantear el dogma aristotélico referido a la
inmutabilidad del Universo. El propio nombre de Firmamento lleva implícita esa
cualidad, lo que es firme, sin cambios ni variaciones. En realidad los antiguos
consideraban que las lejanísimas supernovas eran nuevas estrellas. No
calculaban distancias, no sabían que la estrella ya existía y que esa
luminosidad correspondía a la clausura de su ciclo de actividad.
Esa Supernova de 1604 fue observada
también por Kepler, es la última avistada en la Vía Láctea. Después de más de
400 años los astrónomos dicen que ya "toca" una nueva en nuestra
Galaxia. Hay detectadas algunas candidatas ya. Se trata de que no nos pillen
demasiado cerca.
Ha habido muchas. En 1987 fue detectada
otra en la Gran Nube de Magallanes.
En 1572, el astrónomo Tycho Brahe observó
una en Casiopea y la describió en su libro De Nova Stella. Era la primera vez
que se usaba el término nova.
En 1054 se dio la que terminaría formando
la Nebulosa del Cangrejo. Astrónomos chinos dejaron constancia de ella. Es
posible que la referenciaran también los habitantes de la América precolombina.
En 1006 se produjo una de un fulgor
inmenso. También está descrita y referenciada de una u otra forma en Japón,
China, Iraq, Egipto y en algunos países de Europa.
Y muchas más. Y las que vendrán. Aunque no
sea un fenómeno frecuente. Se estima en cien años más o menos la frecuencia con
que son detectadas.
Resumidamente habría que explicar que las
supernovas aparecen en el final del ciclo vital de las estrellas. Pero para que
este fenómeno se dé han de tener un mínimo de masa, de lo contrario, la fuerza
gravitatoria que colapsa el astro y provoca la descomunal emisión de energía es
insuficiente. El sol, por ejemplo, no tiene la masa necesaria para dar lugar a
una supernova. Sí se puede dar en estrellas pequeñas cuando forman sistemas
binarios, como si hubiera dos soles muy cercanos entre sí generando un campo
gravitatorio común.
Cuando este estallido estelar va
acompañado con la emisión de rayos gamma, la emision más poderosa que hay en el
Universo, las dimensiones energéticas del fenómeno se magnifican sobremanera.
Las distancias de seguridad cambian y se hace necesaria una mayor lejanía para
eludir cualquier riesgo para el planeta. En la Vía Láctea hay una supernova que
está al caer con una distancia segura para nosotros de momento, a miles de años
luz. Es la llamada “Eta Carinae”. Pero si emitiera rayos gamma nuestra
separación a ella sería insuficiente. La capa de ozono se destruiría y la
catástrofe no podría ser evitada.Pero
una cosa nos salva. Estas radiaciones gamma no se dan en todas direcciones. La
emisión se generaría como en dos conos opuestos de muy pocos grados de
apertura. Por suerte para nosotros, según el eje polar de la estrella, no nos
apuntan. Por ahí estamos salvados.
Yoos animo desde aquí a quienes disfrutáis de la contemplación del cielo
en las noches estrelladas a que no dejéis de mirar con atención hacia los
astros. En cualquier momento puede aparecer un fulgor nocturno que os
sorprenda. Como decía Jaume Sisa en su inolvidable canción, "Qualsevol nit
pot sortir el sol" (Cualquier noche puede salir el sol).
(Mariano López- Acosta)
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